Fueron cinco meses en que un amigo, un hermano, alguien que ocupa su lugar en mi corazón, estuvo lejos de su hogar para cumplir un deber patriótico y hoy, finalmente su familia lo puede abrazar.
Ayer regresó y todos estábamos al pendiente. Yo desde aquí, por correo electrónico, me mantenía al tanto de su llegada a casa pero allá, sus familiares y amigos más cercanos se alegraban viéndolo nuevamente.
Ahora está más maduro y se nota que tuvo tiempo para pensar sobre su vida y hacia dónde espera llevarla, siempre con el permiso de Allah. Espero que tenga la oportunidad de llevar a cabo aquellos proyectos que tanto debe haber madurado cada minuto de tiempo libre.
Hoy es su cumpleaños y seguramente el obsequio más valioso son las bendiciones de Allah, como estar con la familia y darse cuénta de cuánto le amamos quienes lo conocemos, si hasta mi madre estaba feliz por su hijo turco, el angelito que nos acompañó mientras estuvimos allá.
Sólo deseo que Allah me bendiga permitiéndome otra vez estar con mis queridos turcos, para abrazarles y sentir una segunda ocasión aquella felicidad plena, que únicamente pude experimentar allá. ¿Y por qué? ¿Qué hice yo para merecer tal privilegio? Nada.
Sin embargo, la experiencia me sirvió para nutrir mi corazón osmanlí, hallar el atardecer más bello y romántico del mundo o escribir una novela narrando los inolvidables días en Turquía.
En mi alma sigue existiendo la huella de un pasado distante cuyos ecos se escuchan hasta hoy y seguramente, continuarán repercutiendo en mí por mucho tiempo más, forjando nuevas realidades distintas a la que una vez fue, con esperanzas de un futuro auspicioso junto a quienes amé, amo y amaré.