Es muy fácil que producto del enojo,
guardemos rencor por alguien que hemos estimado en algún momento de nuestras
vidas. Últimamente he tenido experiencias nefastas, malos momentos, dolores y
problemas que en alguna medida pudieron influir sobre mi estado de ánimo y mis
relaciones; reconozco que frecuentemente soy torpe y no tengo filtro al decir
lo que pienso o siento, pero a veces las personas con quienes he cometido esos
errores son demasiado severas para castigarme.
Yo no quiero ser así. Entiendo que
como humanos todos podemos cometer errores y no podemos evitarlo. Por eso, para
mí lo más importante emocionalmente siempre ha sido decir lo que siento con
toda franqueza aunque eso incomode, pues al igual que cualquiera, no tengo la
vida comprada y desconozco mi fecha de fallecimiento… Por eso, no estoy
dispuesto a guardarme algo sólo por temor a que mi interlocutor reaccione mal. No
quiero irme a la Ultima Vida sin antes haber manifestado todo lo que siento y
si luego eso causa rechazo, simplemente dependerá de cada persona.
Mi corazón es demasiado pequeño para
darle espacio al rencor, orgullo, soberbia y crueldad. Si he de llenarlo con
algo, prefiero que sea fe, amor, amistad, tolerancia y respeto aunque eso me
haga parecer débil y patético frente a los otros.
Obviamente protegeré con un muro muy
alto estos tesoros y no se los daré a cualquiera, porque ya me ha ocurrido
muchas veces que me equivoco al hacerme una idea sobre determinado individuo y
cuando ya le he dado entrada a mi casa o corazón por confianza, de pronto me
traiciona, apuñalándome por la espalda e incluso rompiendo sus promesas.
Quizás durante toda la vida pasamos
decepcionándonos de personas que hemos conocido y pretendemos jamás volver a
confiar. Pero lo hacemos, porque necesitamos compañía y además, la soledad es
demasiado dura. Por eso, tan inevitable como cometer errores es arriesgarnos a
despertar sentimientos por personas, sin saber si éstas nos corresponderán o
valorarán lo que entregamos.
Creo pues, que al ser inevitables
las emociones, no me queda más remedio que decidir quién me importa realmente,
ver quiénes valoran mi cariño en el caso de que alguien me lastime, fijarme si
se arrepiente o le da igual. Dependiendo de ello, podría determinar si debo o
no abrir nuevamente la puerta en cada caso. Sin embargo, confieso que hay
algunos por quienes con gusto me metería el orgullo en el bolsillo y me
esforzaría en demostrarles cuánto les quiero, sin importar el daño causado,
pues esta vida es demasiado corta para llevar cuenta de las ofensas cuando
realmente se quiere. Por otro lado, en algunos casos cuando te lastiman demasiado
y ni siquiera manifiestan arrepentimiento, hay que saber protegerse de una
posible agresión futura.
A veces me perece que las
oportunidades hay que ganárselas. De todos modos, cuando he sido yo quien se
equivoca y realmente me importa la persona lastimada, quienes verdaderamente me
conocen no pueden acusarme de poco esfuerzo intentando corregir mis errores,
porque soy incluso obsesivo demostrando que valoro ese afecto y estoy
arrepentido de haberle lastimado.
¿Cuántos pueden decir lo mismo en
esta época? Hoy las personas son consideradas desechables y las relaciones
temporales. Es raro ver que alguien realmente se esfuerce por mantener una
amistad por ejemplo, pasando por alto los tropiezos y atesorando más el vínculo
forjado.
Sé bien quiénes valoran mi amistad,
y lo agradezco sinceramente, porque cuesta encontrar gente realmente sincera y
confiable, que no lo miren a uno como un sujeto problemático ni quieran sacar
provecho de lo poco que pueda hacer por ellos. Esas personas son las que a fin
de cuentas, deberían quedarse, si quieren, para acompañarme en este difícil
camino.
Nótese que no discrimino diciendo
quién merece o no estar conmigo. No es una cuestión de mérito porque también sé
que, en su justa medida, quienes estuvieron en mi vida y ya se han ido, me
quisieron y fui yo el que no supo mantenerlos cerca. De ahí mi empeño en
recuperar algunos de esos afectos.