domingo, 20 de noviembre de 2016

Mis personajes cobran vida

Falta poco para que cumpla un año escribiendo la secuela de Síndrome de Estambul; tan sólo algunos meses y aún ni siquiera llego a lo que podría considerarse la mitad. Ya superé las doscientas páginas que si fueran editadas, seguramente se convertirían en el doble. Un ejemplo claro es que Síndrome de Estambul tenía en su original final unas ciento cuarenta y siete páginas que se convirtieron en cuatrocientas dieciséis cuando la novela fue publicada.
Escribo de lunes a viernes salvo cuando debo hacer algún trámite impostergable como acudir a mis controles médicos, pero me cuesta avanzar aunque tengo clara la historia porque en parte, es algo que me sucedió. Aunque está narrada como una crónica, siempre he dicho que mi intención no es transcribir mi propio diario íntimo ni hacer anotaciones superficiales cotidianas; incluir pasajes que contribuyan a la emotividad narrativa, las descripciones de cada personaje y situación es sólo una parte del trabajo.
Debo además, intentar recordar los sentimientos que tuve en aquellos momentos. Al ser en parte una ficción autobiográfica, existen personajes que tienen características mías muy marcadas como el protagonista, quien es diabético y minusválido. Pero por otro lado, me he dado cuenta de que existen otros con los cuales puedo sentirme incluso más identificado, como Sofía, la tía abuela rebelde de Sebastián.
Antes me resultaba divertido ver cómo los personajes adquirían vida propia casi pudiendo hablar por sí mismos siendo yo un instrumento de su expresión. Pero ahora esto también me ayuda a conocerme y ver algunos aspectos míos que incluso desconocía. Tal vez ésta sea una parte del mundo interno que cualquiera puede tener pero poetas y escritores desarrollamos.
Supongo que eso contribuye a que de cierto modo, parte de mí se vaya con los lectores y se incorpore a ellos.