miércoles, 5 de septiembre de 2018

Cuarta novela terminada

Foto: Cuaderno con portada de Estambul.

Elhamdülillah después de dos años y medio escribiéndola, hoy por fin he terminado en cuatrocientas veintiséis páginas la secuela de Síndrome de Estambul, aunque todavía no puedo revelar el título escogido de una corta lista porque primero debo registrarla en el Departamento de Derechos Intelectuales.
La señora Andrea, que me hace terapia con imanes, me escuchó atentamente mientras le explicaba con brevedad de qué trata el libro y su respuesta fue muy favorable. Según dijo, escribir durante este tiempo me sirvió para desahogar los dolores que sufrí cuando perdía gran parte de las amistades hechas fácilmente poco antes del viaje a Turquía y después.
Sufrí bastante con las intrigas al interior de un grupo al cual le abrí las puertas de mi casa y le permití compartir la mesa con mi familia, esperanzado en que esas relaciones serían más duraderas pero como cualquier ser humano, ignorando cuál sería el desenlace.
Escribir tanto mi diario íntimo como la novela fue agotador, porque debí traer al presente todo cuanto creí que ya había sepultado en el pasado y a veces sentía hastío, pero aunque descansaba por períodos, me propuse terminarla porque mientras los capítulos avanzaban aunque lentamente, pude darme cuenta de haber mejorado mi capacidad para analizar a fondo las situaciones que inicialmente vi desde una perspectiva muy superficial, monocromática y victimizándome pues los demás eran malos conmigo sólo porque sí.
Ahora, mirando las circunstancias desde la distancia, pude darme cuenta de algunas cosas que ni siquiera veía y así, sanarme desechando el rencor. Habría sido imposible sin ejercitar en mayor o menor grado la empatía, pretendiendo comprender si cabía, las razones que tuvieron cada una de esas amistades para traicionarme, distanciarse o simplemente sacarme de sus vidas porque ya no les resultaba un aporte.
Elhamdülillah actualmente pienso que lo mejor es tener lejos a esas personas, porque quise ponerme en su lugar para evitar que prácticamente todos los personajes de la obra fueran antagónicos pero si me lo preguntan, luego de aquellas nefastas experiencias –insisto, posteriores al viaje–, no me arriesgaría a retomar aquellas relaciones ni aunque me pagaran en dólares, porque cuando la confianza se rompe es muy difícil restaurarla y si alguien te defrauda una vez, muy probablemente lo hará mil veces.
Además, antes de cortar el lazo, les di muchas oportunidades para retractarse y no lo hicieron, por lo cual asumí su indiferencia como una demostración de descariño. Yo aprendí hace mucho que el amor no se mendiga y aunque cueste, uno debe al menos intentar retirarse a tiempo para rescatar algo de dignidad.
En la novela el protagonista pierde estas amistades, pero valora los lazos familiares, se reconcilia con el pasado común a todo su clan y en esa medida, madura paulatinamente mientras escribe su diario, descubriendo lo que en esta vida merece realmente destacarse: no aquellas personas quienes se acercan por interés desde el egoísmo sino más bien, aquellas que siempre han sido próximas incluso en los momentos más odiosos, pues realmente sienten amor.
Esta novela fue liberadora, porque me permitió sacar de mi sistema todas aquellas emociones negativas que no me permitían disfrutar el abundante amor a mi alrededor. Pero no es una obra pesada o depresiva sino más bien reconstructiva, porque también pude ver que todo es multidimensional y no hay sólo una manera de abordar cada situación.
Fue un ejercicio trabajoso, porque debí consultar mis diarios íntimos escritos entre dos mil once y dos mil trece para citar algunas vivencias rales en el contexto ficticio de la obra que, siendo un poco autobiográfica, no es exactamente una transcripción de dichos cuadernos porque debí adaptar las anotaciones privadas a la narración.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario