«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

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lunes, 14 de febrero de 2011

“El museo de la inocencia”. Pamuk, Orhan.

Ya antes les había hablado de este turco, Premio Nobel de Literatura en 2006. En el Día de los Enamorados, les recomiendo otra obra suya cuyo título original es “Masumiyet müzesi”, que les gustará si son románticos empedernidos y sienten curiosidad por el pueblo osmanlí, como yo.
En 2009 bajo el sello editorial Mondadori, este talentoso autor nos cuenta mediante el traductor Rafael Carpintero Ortega, la historia de un amor obsesivo y verdaderamente enfermizo durante treinta años, dando especial énfasis a los setentas y ochentas hasta dejarnos en tiempos actuales.
Kemal, su protagonista, es el joven heredero de una acaudalada familia estambuleña, enamorado de Füsun, una familiar lejana cuyos humildes orígenes son la primera dificultad que este amor enfrenta. Sin duda resulta ser ingrediente primordial para la novela romántica por excelencia, aunque a veces parece cliché shakesperiano.
Este relato se centra en el fracaso amoroso de Kemal cuando impulsado por ese apasionado sentimiento, renuncia a su riqueza, una vida matrimonial aparentemente sólida y un prometedor futuro para consolidar la tan ansiada relación con Füsun. Sin embargo, ésta lo rechaza, mostrando siempre un carácter contagiosamente oscuro.
Durante la narración, el enamorado colecciona las pertenencias de su amada, pero llega un punto donde incluso adquiere aquellos bienes que pudieron pertenecerle. Es así como construye este museo amoroso donde cada recuerdo se materializa.
Quizás lo más interesante no sea la historia romántica en sí misma, narrada pausadamente, sino los modos de abordarla. Al principio es el propio Kemal quien relata, enseñándole sus recuerdos al lector; éste resulta ser primer visitante del museo. Cuando la novela avanza, nos encontramos con Pamuk siendo personaje, pues su familia conoce a la de Kemal y así acaba transformándose en su biógrafo, terminando este catálogo.
Tal vez ésta sea una astuta estrategia del escritor, a quien aplaudo, por si al lector le parece que hasta cierto punto Kemal sufre el síndrome de Diógenes en una variante emocional. Indudablemente el protagonista guarda los escombros del amor frustrado. Por ello, a ratos le vemos idealizarlo, como si Füsun fuese una personificación amorosa sombría.
¿Quién no ha guardado al menos un recuerdo de alguna bonita relación? Hay quienes como Kemal, atesoran las huellas dejadas por relaciones añoradas: envolturas de chocolates, obsequios o flores secas entre páginas quebradizas. Pamuk lleva esto al extremo más absoluto.
Podría incluso molestarnos que Kemal no reaccione de otra forma ante el rechazo y me gustaría jugar la propuesta del autor, creyendo real esta historia. Empero, no niego que a ratos las seiscientas cuarenta y ocho páginas anestesian.
En parte es por ese detallismo que el escritor emplea en páginas completas para describir situaciones muy puntuales. La literatura de Pamuk hilvana acontecimientos tomándose el tiempo necesario para detenerse a contemplarlos.
Por eso creo inteligente que Pamuk haya combinado el relato medular con humor, sexo y fenómenos culturales ilustrando Estambul como sólo él sabe hacerlo. Ésta debería ser una de las principales razones para leer la novela, pues aquella ciudad vista por los ojos del autor, trasciende sus páginas. Aquí nos muestra algunos temores sociales en una urbe gracias a la cual Turquía alcanzó modernidad europea.
No puede dejar de parecerme original que Pamuk venga a ser como un Hitchcock literario, pues también uso aquella herramienta, aunque él lo lleva hasta puntos mayores, porque Kemal ha leído su obra titulada “Nieve” y esto le impulsa a pedirle inventariar su historia.
Más aún, contrario a lo que podríamos pensar durante todo el libro por su melancólica personalidad, Kemal es quien nos habla al final diciéndonos «Que todo el mundo sepa que he tenido una vida feliz». Así, se redime y uno entiende cómo su sufrido amor ha merecido la pena sólo porque la verdadera felicidad no consiste en consolidar un amor sino más bien, en amar.

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.