La gente ahora está descorazonada, es
incapaz de empatizar con el prójimo y ya no le importa ver que alguien esté
sufriendo. ¿Qué nos pasa? No mostramos ni el más mínimo interés cuando vemos a
alguien sufrir y pasamos de largo si una persona llora. Hemos olvidado
completamente la parábola del buen samaritano y algunos ni siquiera la conocen.
Ahora lo que más importa es el ego y
satisfacer siempre nuestras propias necesidades, sin importar que para ello
debamos causarle dolor a alguien más. En nuestra época, Maquiavelo se habría
sentido como rey porque ciertamente, para la gran mayoría el fin justifica los
medios.
¿Y qué pasa con los sentimientos? Eso
a la inmensa mayoría no le interesa; preocuparse de las emociones es signo de
debilidad y en nuestra sociedad tan materialista, competitiva e insensible,
nadie se puede dar el lujo de ser frágil. Por ello, hay quienes incluso se dan
el lujo de prohibirnos sentir algo, sin darse cuenta que los sentimientos son
parte de la experiencia humana individual y coartarle la emotividad a alguien
significa quitarle su humanidad… Algo a lo que no tenemos derecho.
¿Qué puedo decir de nuestros errores?
Pues bien, es de Perogrullo decir que errar es humano y perdonar es divino,
pero lo digo porque muchos lo han olvidado. La mayoría ocupa esta frase para
justificar incansablemente sus propios errores, pero cuando alguien más se
equivoca son incapaces de disculpar y al contrario, se comportan como si fuesen
perfectos o estuviesen por encima de los demás. Son demasiado orgullosos y
nosotros alimentamos su ego con cada disculpa que les damos. ¿Por qué hago la
diferencia entre perdonar y disculpar? Simplemente porque sólo Allâh (swt)
perdona y los seres humanos únicamente podemos disculpar.
Disculpar significa quitar o liberar
de la culpa a alguien. Esto no se hace porque la persona lo merezca sino porque
lo necesita. Muchas veces no entendemos eso o simplemente no nos importa y
negamos el alivio, como si tuviésemos derecho a torturar al culpable con
nuestro enojo e indiferencia orgullosa.
¿De qué nos sirve el orgullo? Muchas
personas dicen que no se permiten ser humilladas por nadie. Lo cierto es que
quien nos humilla se envilece a sí mismo en tanto que el orgulloso, tristemente
se queda solo en esta vida.
En el Islam se dice que un musulmán
debe corregir permanentemente su carácter y combatir su propio ego, de manera
que las pasiones como el orgullo y el enojo, sean relegados a un segundo plano
precisamente para permitirnos empatizar con el dolor ajeno. Un hadiz dice
incluso que dos hermanos musulmanes no deben estar enojados por más de tres
días y al respecto, se aclara que ante los ojos de Allâh (swt), un creyente que
ofrece disculpas, demuestra arrepentimiento y se esfuerza por enmendar sus
errores, tiene mayor grado que un musulmán incapaz de disculpar. Por último, se
aclara que si el culpable intenta corregirse, queda exento de responsabilidad
aunque su hermano no quiera disculparle.
El Din nos muestra que hay ciertas
ocasiones en el año cuando Allâh (swt) nos bendice con Su misericordia
brindándonos el perdón por nuestros pecados, si demostramos verdadero
arrepentimiento o Tawba. Oportunidades como la Noche del Perdón o la Noche del
Poder, también llamada Noche del Destino, son ideales para hacer actos de adoración
o ibadât con la intención de alcanzar la complacencia de Allâh (swt) y Su
perdón.
Sin embargo, de poco nos sirve tener
todas estas oportunidades y más si somos incapaces de disculpar a nuestros
semejantes cuando se equivocan. El Noble Corán nos dice que el hombre (como
especie humana) vive en el error y con ello, sin justificar nuestras
equivocaciones, nos recuerda que somos imperfectos y tenemos muchas
limitaciones, pero siempre debemos recordar que en este aspecto todos estamos
al mismo nivel. Nadie tiene derecho a sentirse superior, castigarnos
excesivamente por un error o torturarnos con su orgullo.
¿Por qué ocurre eso? Actualmente nos
hemos deshumanizado. Vivimos para consumir, escalar posiciones, lograr
objetivos profesionales y concebimos la felicidad como una meta cuando en
realidad, es un estado. Hoy en día palabras como amor, amistad y lealtad son
poesía y no tienen ningún valor más allá del lírico, pues las promesas que nos
hacen se las lleva el viento. Hemos reducido las emociones a sentir un orgasmo
por sexo casual o tener un número indeterminado de seguidores en múltiples
redes sociales, sin importar verdaderamente cuánto conocemos a cada persona. Hemos
perdido nuestra capacidad de establecer auténticos vínculos emocionales, porque
cualquier expresión afectiva es tomada como cursilería y no nos atrevemos a
entablar compromisos.
Al contrario, hoy las personas son
cosificadas, convertidas en objetos que sirven para alcanzar un objetivo
determinado y luego desechados como basura inútil. Ello impide empatizar con
quien se vincula y es impulsado por sus sentimientos. La empatía es nuestra
capacidad de identificarnos con el otro y reconocerlo como un igual,
valorándolo… Sin embargo, alguien poco empático, que no siente culpa, cosifica
a las personas pretendiendo manipularlas y utilizarlas e incluso manipula psicológica
o emocionalmente, posee el perfil de un psicópata según los expertos, aunque
suene fuerte al decirlo. Para nuestra desgracia, en esta sociedad actual el
fenómeno se ha masificado hasta el punto en que resulta difícil hacer un
diagnóstico social y determinar cuántos sujetos son simplemente orgullosos y
cuántos pueden calificar dentro de la psicopatía.
Por ello, resulta tan importante gobernarnos
a nosotros mismos, controlar las pasiones, ponernos en el lugar del otro,
valorar a las personas por su condición humana dejando a un lado las etiquetas
y por último, reconocer la relevancia de las emociones ajenas por encima de
nuestros intereses personales.
¿Seremos capaces o seguiremos siendo
autómatas egoístas y rencorosos? Es difícil responder esta pregunta cuando
vemos que la sociedad nos convierte en individuos descorazonados e incapaces de
conmoverse. Queda como tarea para cada uno, si valoran el significado de mis
palabras y no lo toman como un escrito más entre tantos.
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