«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

Comenta en este blog

Selamünaleyküm: No olvides dejar al final de cada artículo tu comentario para el autor de este humilde blog que acabas de leer. Tus opiniones serán tomadas en cuenta para mejorar el contenido en la forma y el fondo.

Si esperas respuesta a tu comentario, debes buscarla dentro de la misma sección del artículo que comentaste. Gracias. Selam.

Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

Sobre Facebook

Por favor, si me agregas a Facebook, envíame un mensaje privado diciendo que has visto mi blog, para saber dónde me encontraste. De lo contrario, tu solicitud podría ser rechazada por seguridad. Muchas gracias por tu comprensión.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Mala leña o Prohibido deshacerse de mis diarios


Teresa Wilms Montt, Lily Íniguez, Ignacio Carrión, Andrés Trapiello, Iñaki Uriarte, Miguel Sánchez-Ostiz, José Carlos Llop, Sylvia Plath, Frida Kahlo, Alejandra Pizarnik, Cesare Pavese, Julio Ramón Ribeyro, Franz Kafka, Lev Tolstói, Susan Sontag, Virginia Woolf, Fernando Pessoa, Luis Oyarzún, Ricardo Piglia y podría continuar mencionando autores que también han sido diaristas. De hecho, para la mayoría su primera aproximación a la literatura es llevar un diario mientras que para otros, es prácticamente por lo que han logrado el reconocimiento, como es el caso de Ana Frank o Anne Lister.

Quienes han leído el blog, ya saben que este género literario es para mí una auténtica disciplina, cultivada durante décadas aunque teniendo cuarenta y tres años no soy viejo o al menos, eso dicen. En este sentido, es mi obra más extensa. Para ser sincero, no los conservo todos pero recuerdo haber recibido el primero a los cinco años, como obsequio de mi abuelita materna, que en paz descanse. Tuve otro más estructurado a los diez, que mis padres me dieron como regalo de cumpleaños.

He mantenido una colección formal desde mil novecientos noventa y siete con la primera agenda Pascualina que años más tarde dio lugar a cuadernos, en los cuales he redactado hasta diez páginas en una entrada.

No es un orgullo pero durante este tiempo he registrado pasajes muy importantes de mi vida; conocer personalmente a Tarkan o publicar Síndrome de Estambul y Mi íntima Estambul. Para ambas en efecto, usé mis diarios como apuntes. También he escrito sobre mis enamoramientos fallidos, que no es algo agradable de leer pero bueno, son parte de mi experiencia como las amistades rotas o las personas que de algún modo han aportado en mi vida.

Las risas y los llantos; todo reunido me ha llevado a reflexionar profundamente sobre diversos factores que hacen madurar. Así es como el diario de dos mil fue escrito por una persona distinta a la de hoy y pese a ello, sigo siendo esencialmente el mismo. Si estuviese refiriéndome a filosofía, podríamos decir que cada volumen es una progresión palpable de mi identidad… ¿Pero cómo podemos definir este concepto? ¿Qué nos proporciona o de qué está compuesta nuestra identidad?

Oscar Wilde, célebre escritor irlandés y también diarista, decía «Perdona, no te había reconocido. He cambiado mucho». Era muy ingenioso con los juegos de palabras, no cabe duda. ¿Pero a qué se refería? Si en determinado momento de nuestras vidas conocemos a alguien, definiremos ciertos aspectos de su personalidad en base a la percepción que nuestra propia experiencia nos brinde y por ello, erróneamente creeremos que al pasar el tiempo, se tratará de la misma persona sin importar cuántos años nos hayamos distanciado. Dicho de otro modo, la identidad se compone de cuanto somos en esencia y las circunstancias que nos afectan.

Heráclito postulaba que la identidad está constituida de aquello inmutable y lo cambiante; una propuesta debatida entre permanecer estático o en movimiento pero entonces, determinar qué aspecto cambiamos exactamente, ¿el todo o una parte? Aristóteles al contrario, separó la sustancia de los accidentes pero entendiendo ambos factores como elementos constitutivos de la esencia que nos permite ser.

En su reflexión, Wilde nos enseña que el tiempo y la distancia son dos elementos circunstanciales responsables no sólo del cambio ajeno sino además, del propio en relación con la identidad. Si mi entorno cambia inevitablemente, una y otra vez, dando pie a reencuentros con alguien que hace años formó parte de mi cotidianeidad, ya no puedo decir que nos conocemos porque aunque en la práctica sea cierto, según la metafísica tanto ese individuo como yo no somos del todo los mismos que al principio de nuestra pausada relación.

Con respecto al tema que desarrolla este artículo, el irlandés dijo: «Nunca viajo sin mi diario. Uno debería tener siempre algo sensacional que leer en el tren». ¿Era pedante? Tal vez, un poco, como todos a nuestro particular modo. Pero por otra parte, es lógico deducir que si registras la evolución de tu identidad y las mutaciones del entorno, resulte terapéutico además de entretenido leer aquellos cambios, imperceptibles en lo cotidiano.

Y sí, ser diarista es en sí una práctica terapéutica porque te permite desahogarte en la página u otro soporte de tus conflictos y con ello, superarlos a largo plazo, casi sin darnos cuenta. Es una forma entretenida y económica de dejar atrás el pasado, conservar los buenos recuerdos, desarrollar el aspecto reflexivo y conocernos a nosotros mismos.

¿Cuánta gente va durante años a terapia sin notar ningún progreso pagando a la larga, grandes cantidades? No estoy desacreditando con esto el trabajo de psicólogos pero digo que existen varios caminos para resolver los propios conflictos y hasta donde sé, algunos terapeutas incluso recomiendan en ciertos casos a sus pacientes llevar un diario.

¿Pero qué ocurre con todo este material al fallecer su autor? Cuando un escritor redacta cuidadosamente dicho registro y lo entrega a un editor para su publicación, se le denomina dietario pero si los volúmenes son administrados por un albacea literario, podría tener lugar incluso una publicación inédita. Conocemos los diarios de Kafka por ejemplo, porque le pidió a un amigo quemarlos después de su muerte y éste, creyéndolo algo demasiado valioso, obviamente no llevó a cabo su última voluntad.

¿Y si alguien te pregunta qué hacer con tus diarios cuando mueras, proponiéndote quemarlos o diciéndote que nadie querrá ser tu albacea literario? Es un panorama desolador para quien ha llevado un registro durante décadas. Ignoro si alguna vez, dentro de años, mi obra llegará a ser reconocida pero sin duda alguna, destruir mis escritos íntimos sería inaceptable; como si de una manera descarnada se borrara mi huella, mi existencia en este mundo y con ello, desapareciera mi identidad conformada en este caso por experiencias, reflexiones, acontecimientos determinantes y también trivialidades que me humanizan.

Entregar mis diarios a la mala leña, el triturador o un simple papelero sería como decir que mi paso por esta vida fue insignificante y a nadie pude ni podré influenciar de algún modo. Es como afirmar que lo mismo daría si no hubiese nacido o matarme después de fallecer.

No hay comentarios.:

Gracias por tu visita

Si llegaste a este blog y lo leíste, agradezco que me dedicaras un poco de tu tiempo.

Asimismo, te invito a dejarme tus comentarios, sugerencias, peticiones y críticas constructivas en los posts.

Por último, si te agradó, puedes añadir un vínculo de La Pluma Dorada en tu página web, blog, fotolog o espacio personal y así, colaborar al crecimiento de este humilde rincón. También te invito a convertirte en seguidor.

Espero tenerte de regreso; siempre serás bienvenido. Hasta pronto.

Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.