Es
un hecho que si se desea hallar ególatras con insaciabilidad seductora, el
primer lugar donde se debe buscar son las redes sociales, llenas de gente
anónima que pretende hacerse famosa a costa de selfies y cuyo discurso es
prácticamente inexistente. No han hecho nada que merezca la pena destacarse,
pero quieren obtener reconocimiento por el número de seguidores que tienen,
aunque sean borregos sin opinión propia.
Sé
que el primer párrafo puede parecer muy desalentador, negativo y tal vez no
invita a la lectura, pero si ustedes se dan el tiempo, podrán comprobar si
tengo o no razón.
Les
expongo el caso de alguien a quien tuve agregado hace años habiéndole conocido
en un bingo organizado por la comunidad GLBTI y antes de viajar a Turquía lo
eliminé porque jamás me escribía ni comentaba mis publicaciones. Se supone que
si agregas a alguien le abres las puertas de tu vida y entonces no tenía tanta
gente en mi lista como ahora; hoy sin embargo, sé que de todos ellos muy pocos
pueden ser considerados amigos y menos aún tomando en cuenta cada perfil creado
dentro de distintas plataformas… Hay personas a quienes jamás conoceremos pero
les añadimos porque queremos ampliar nuestros horizontes o tal vez hasta cierto
punto, también nos gusta la idea de ser seguidos, alimentando el ego.
Recientemente
lo agregué por segunda vez porque ya habían transcurrido siete años y consideré
que quizás había sido demasiado severo antes. Elhamdülillah pareció ni siquiera
haber notado la eliminación de entre mis contactos o bien ni siquiera le
molestó, por lo cual creí posible un acercamiento y queriendo ser afable
comenté una publicación suya, sugiriéndole encontrarnos para conversar un café,
pero se me ocurrió la pésima idea de preguntarle qué ha hecho en este tiempo y
dónde estaba, suponiéndole en el extranjero por una foto que creí era alguna
playa caribeña. Además, en su perfil informaba que efectivamente procede del Caribe
y como si ello fuera poco, en su respuesta me comentaba que viaja anualmente a
Europa durante un mes.
Pese
a todo esto, mi suposición le ofendió tanto que me llamó la atención por
mensajería privada y en el muro. Habiéndole explicado los motivos para creerle
fuera y el propósito de reencontrarnos –insisto con un café–, pretendí ponerle
paños fríos a la situación y al contrario, siguió siendo hostil hasta que
finalmente, le envié un último mensaje para darle punto final y bloquearle. En sus
palabras, lo que realmente le ofendió fue mi desinformación… El no estar yo al
tanto de todo cuanto había hecho durante siete años y suponerle en el
extranjero, como si su trabajo fuese invisible. Debí aclararle entre otros
puntos que nunca pretendí ofenderle ni ser su seguidor –sino un amigo– y por lo
tanto, tampoco estaba obligado a seguirle los pasos durante este tiempo.
Cuando
volví de Turquía mucha gente creyó que me había quedado en Estambul pese a mi
diabetes y usar silla de ruedas entre otras limitaciones. Lejos de sentirme
ofendido y hacer un escándalo, vi que me creían capaz de llegar lejos sin
importar los problemas.
Hace
algunos meses acabé bloqueando a un turco residente en España, cuyo nombre no
importa porque más adelante encontré una segunda cuenta suya –que también
bloqueé– con un pseudónimo. Llamó mi atención entre otras razones por hablar
español, pero de todos mis comentarios sólo respondió uno en su muro y chateando,
le pregunté qué podía contarme de su vida; la respuesta «Soy un desgraciado igual que tú» me hizo eliminarle, no sin antes
borrar todos mis comentarios.
En
mi diario íntimo he puesto con fecha de hoy: «Las redes sociales están llenas de personas
autistas, que no saben relacionarse en el mundo real y buscan seguidores
anónimos, como si hubiesen hecho algo importante por lo cual deba admirárseles
pero cuando alguien intenta aproximarse, les es indiferente. Yo soy un bicho
raro entre ellos por responder comentarios o mensajes privados, ser afable,
corresponder a su cercanía y vincularme; en las redes sociales alguien como yo
es exótico, excéntrico».
Algunos tienen el síndrome de Roberto
Carlos, pretendiendo conservar un millón de amigos sin relacionarse realmente. Viven
en función del Me gusta y disfrazan
la verdad que viven. Este turco del cual hablé antes incluso publicaba fotos
suyas orando en las mezquitas y esto me hizo creer que era un buen tipo, pero
el desdén para tratarme me desengañó pero además, un musulmán no presume de sus
buenas acciones; bien por él si es practicante, pero no necesita demostrarlo
públicamente y menos si después publica una foto usando calzoncillos Calvin Klein.
Una muestra de inconsistencia.
Yo nunca he dicho que soy santo, pero
mis buenas acciones son tan secretas como las malas y no uso pseudónimos –Yahya
es mi nombre islámico–. Es estúpido buscar seguidores sin haber hecho nada
valioso y ocultando tu verdadera identidad. Alguien que no desee ser reconocido
debería mantenerse fuera de los medios y las redes sociales son la nueva
plataforma mediática, donde cualquiera puede ser famoso sin mérito alguno salvo
quizás, publicar una foto de cada paso.
Harto estoy de ver publicaciones de
gente haciendo deporte cuando en verdad pasan casi todo el día en su sofá
viendo televisión, paseándose por ferias de libros siendo un folleto su única
lectura en meses y proyectando una vida virtual muy distinta a la real. Nomofóbicos,
pseudólogos fantásticos y adictos a las redes sociales… Son espíritus simples
que podrían potenciar virtudes auténticas, aportando al mundo, desarrollando
sus talentos pero prefieren adquirir reconocimiento pasajero solamente por
actividades superficiales, dejando un paso efímero por la Tierra. Cuando dices
esta verdad, les quitas lo único que les hace sentir validados.
En el primer caso citado y muy
probablemente también el segundo hasta cierto punto, seguramente se trata de sujetos
que durante su niñez y adolescencia fueron constantemente hostigados por sus
compañeros de clase –lo que actualmente se llama booling–; eran feos, gordos, acomplejados o discriminados por
alguna razón estúpida que los traumó. Ahora viven de las apariencias para
alcanzar el máximo de seguidores posible en redes sociales pero sin vincularse
con ninguno –la gracias es ser admirado sin corresponder–. Empero, cuando les
recuerdas que ventilar la vida privada, aparentar lo que no se es y hacerse
acreedores de una fama inexistente no es mérito alguno, les quitas esa aparente
seguridad dejándoles desnudos, enfrentándoles nuevamente con el niño interno a
quien tanto desean ocultar.
Yo les digo que durante mi
adolescencia también sufrí pues no puedo caminar y mis compañeros se burlaban
constantemente, porque no podía usar mi silla de ruedas dentro del salón y
debiendo gatear para movilizarme, me comparaban con un perro o se paraban
frente a mí sugiriéndome hacerles fellatio. Del mismo modo, siendo diabético,
me robaban las colaciones arriesgándome a padecer hipoglucemias severas de las
cuales, alguna pudo costarme la vida… Hoy hablo de estos episodios sin rencor
alguno, porque mis ex compañeros siguen comunicándose conmigo y si bien en su
momento fue muy doloroso pasar por esto, siendo adulto le resto importancia
porque ellos también eran inmaduros, sin haber sido su intención matarme. Estoy
valorando mis verdaderos logros actuales –como ser escritor– por encima de
aquello que para otros podría sefr un trauma.
Mis complejos van por otro lado y no
tengo ningún reparo en admitir que le atribuyo mi prolongada soltería a la discapacidad
o defectos físicos varios, tal vez equivocándome. No poder caminar, tener las
piernas encogidas, los pies chuecos y otras deficiencias físicas son para mí
como para cualquiera un motivo d vergüenza. Sin embargo, la seguridad que me da
tener talentos igualmente evidentes me permite hablar de ello casi sin pudor. Esto
me diferencia pues mientras algunos buscan seguidores basándose en
características superficiales, yo pretendo tener relaciones verdaderas
ofreciendo algo más profundo y sustancial. Tal vez no tengo muchos admiradores,
pero mis pocos amigos sí me aprecian; del amor, ya llegará inşAllah.
Como
pueden ver, el presente artículo fue más positivo de lo que aparentaba al
principio, pues no todo es lo que parece.
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