Es difícil mantener un blog cuando no puedes
decir públicamente lo que te ocurre porque no deseas que se confunda con un
diario íntimo o en mi caso, la extensión de éste. Durante el último tiempo me
ha sido inevitable plasmar aquí brevemente algunas experiencias, postergando
aquellos artículos críticos que alguna vez caracterizaron este espacio. Sin embargo,
no es mi intención y jamás ha sido exponer morbosamente aquí algo que debería
permanecer entre mis cuatro paredes.
Extraño aquellos tiempos en los que me sentía
libre de escribir sin restringirme demasiado, cuando buscaba en You Tube alguna
canción de pop turco o varias y me lanzaba toda una mañana, tarde o días
enteros llenando entre cinco y diez páginas con algún tema que me apasionara
como Turquía o simplemente dando mi humilde opinión sobre asuntos tan graves
como la discriminación.
Foto 1: Típico atardecer osmanlí.
Hace dos días supe que mi novela Síndrome de
Estambul: el diario de Sofía Mustakis había perdido otro concurso literario
internacional. Me cuestioné sobre mi talento y si acaso debía seguir
intentándolo o simplemente claudicar. Afortunadamente estaba ahí Francisco para
aconsejarme: «Nunca dejes que tu talento se mida por
concursos literarios. Son enormemente subjetivos. Recuerda que el verdadero
talento se dedica al público objetivo y no a los críticos; su razón de ser es
ser entregado, no ser evaluado».
Sin embargo, no puedo
dejar de pensar que desde críticos hasta lectores potenciales, muy pocos
aprecian realmente el esfuerzo detrás de un artículo como éste, aparentemente
simple o una novela como Alma Negra, que pudo ser publicada. Y es porque nadie
necesita saberlo para disfrutar la lectura de un resultado final.
Tras años de tener el
manuscrito guardado en mi repisa llenándose de polvo, Alma Negra fue publicada
en 2009 sin que muchos supieran de mis trasnoches editando o las constantes
correcciones que debí hacerle antes del lanzamiento. Es un parto.
Luego me aventuré a
escribir ¿Con cuántos hombres has amanecido? Me aconsejaron concentrarme en el
morbo que a veces le gusta a la gente y con el objeto de vender, recurrí a
licencias poéticas como sexo y droga. Empero, parece que esos relatos no son
rentables ya para ninguna editorial, aunque me esforzara en entregar un mensaje
significativo a la sociedad, pues me negaba a escribir sobre sexo porque sí. Ahora
ningún editor sabe leer más allá del análisis contable del manuscrito y no
presta atención al contenido, la interpretación y valorización de cada palabra.
Foto 2: Harén del Palacio Topkapı.
Por último y luego de
haber estudiado todo lo relacionado sobre Turquía durante doce largos años, sin
olvidar que además viajé a la mismísima Estambul para empaparme de la esencia
osmanlí, me atreví a saltar desde el blog al papel escribiendo Síndrome de Estambul:
el diario de Sofía Mustakis, donde quise volcar mi experiencia plenamente
adjuntándola a un relato romántico en el cual el lector que jamás ha viajado,
podría sentirse transportado a una tierra donde el atardecer nos roba en un
suspiro el corazón para siempre.
Sin embargo, los críticos prefieren ahora
novelas eróticas o ficciones sobre seres fantásticos eternamente adolescentes. Si
quisiera escribir sobre hadas ninfómanas o monstruos sombríamente ambiguos. Las
editoriales y el público comenzarían inmediatamente a preferir otro tema que
estuviera de moda.
Cuando te dedicas a ser escritor, talento y
mucho esfuerzo no bastan. Ni siquiera si te das el trabajo de experimentar en
carne propia aquello que escribes, viajando a lugares tan distantes como
soñados. También es necesario tener uno o dos buenos amigos editores que además
de creer en ti, sepan apreciar el sudor de la trastienda como habló una vez
Juan Antonio Massone, por sobre el sucio dinero.