La Ley
de Matrimonio Igualitario con Derecho de Filiación fue promulgada en Chile el
pasado jueves por el Presidente Sebastián Piñera, luego de que el Congreso
Nacional diera su aprobación por avasalladora mayoría dos días antes.
Cuando
me propuse escribir un artículo, quería manifestar mi alegría por ver
reconocida la igualdad de todo ciudadano a este respecto en un país laico y
democrático, donde sus autoridades deben velar por la respetuosa integración de
todos. Empero, dicha alegría se ha visto contaminada por absurdas imposiciones
ideológicas sin sentido.
Quienes
me conocen saben perfectamente cuánto detesto hablar de temas conflictivos en
redes sociales y especialmente política. Pero al mismo tiempo, respetando el
derecho de cada usuario a publicar en su perfil lo que se le dé la regalada
gana, he debido aguantarme mil publicaciones hablando a favor o en contra de
candidatos presidenciales y si bien seguiré sin decir cuál es mi preferencia o
si no la tengo, sólo diré que en gastronomía se refiere a contaminación cruzada cuando usamos el mismo cuchillo o una misma
tabla para picar carne y verduras; en el plano al cual me refiero, cada
candidato es un tipo de alimento mientras la política es el cuchillo o la tabla.
Conste
aquí que no me he referido peyorativamente a ningún candidato y no lo haría,
pues aunque a algunos les duela en el alma, respeto el derecho de todos a votar
por quien se les antoje o incluso, anular su voto pues estamos insisto, en un
país democrático.
Sin embargo,
cuando se habla de las minorías sexuales, es difícil no referirse al añoso
esfuerzo de distintas organizaciones para alcanzar un avance tan relevante. Quien
haya leído antes este blog sabrá que en muchas ocasiones me he referido a la
comunidad LGBTIQ+ y a veces hablo del ancestral sufrimiento padecido por la
discriminación e incluso tortura ejercida por ciertos sectores privilegiados
que son mayoría.
En el
presente artículo no quiero victimizar a la población favorecida pues según me
parece, sería como agradecer el favor hecho al promulgar una ley que siempre
fue derecho. Agradezco sí a las autoridades haber superado los
convencionalismos sociales arcaicos para favorecer a toda la sociedad, pero no
comenzaré a detallar maltratos y humillaciones de las cuales somos todos
conscientes pues casarse no debería ser privilegio de las parejas
heterosexuales, basándose en la reproducción porque algunas biológicamente no
pueden tener hijos y siempre tuvieron derecho a contraer nupcias, sin
preocuparse por ser marginadas o rechazadas.
Tampoco
caeré en el cliché de «Amor es amor» porque en primer lugar, una
relación heterosexual no garantiza este sentimiento y del mismo modo, tener
otra orientación sexual no significa que su amor deba ser evaluado para legitimarlo.
Además, la frase tan popular me suena a pedir permiso para amar y yo no le pido
permiso a nadie porque Allah (cc) me dio emociones para sentirlas, no para
reprimirlas.
Ahora que
todos podemos casarnos, dependerá de cada uno el valor y solemnidad dados a
este derecho y no opinaré nada sobre si las minorías sexuales están realmente
preparadas para casarse pues los índices de divorcio en la población
heterosexual hablan por sí mismos y además, sería prejuiciosamente contraproducente
suponer cuán preparado o no puede estar un individuo para entablar una relación
formalizada, dependiendo de un factor tan irrelevante como su orientación
sexual.
Yo siendo
soltero y pretendiendo tener pareja (recibo propuestas), estoy inmensamente
feliz de que mi país haya avanzado un salto cívico y social hacia el
reconocimiento de todos como iguales, sin que existan ciudadanos de segunda
clase pues si bien respeto el Acuerdo de Unión Civil, sostengo que no deberían
existir diferencias entre quienes estén vinculados por esta unión y las
personas casadas.
Si usted
lector, no está de acuerdo con mis palabras, por favor haga lo mismo que yo
cuando veo en sus redes sociales una publicación que no me gusta: pase de largo
sin dejar ningún comentario ni reacción y respete mi derecho a pensar distinto…
Cuando
alguien opina distinto, debo tener en cuenta que tal vez se base en su historia
de vida, misma que no puedo pasarme por el forro de los cojones y en
consecuencia, si alguien discrepa con mi pensamiento no estaré dispuesto a
debatirle, contándole mi vida entera intentando hacerle entender, pues esto me
victimiza y desde luego no pretendo ser objeto de lástima.
Yo estoy
feliz, inmensamente feliz porque ahora todos tenemos un derecho que antes era
privilegio de algunos y quien se enoje por ello… ¡A callar!