Algunas veces las redes sociales traen más disgustos que alegrías.
Hace un tiempo agregué en Facebook a alguien que llamaré Doble X para proteger
su identidad; al principio tuvimos bastante contacto incluso por WhatsApp, pues
le preguntaba por su familia e intentaba hacer amistad porque decía considerarme
alguien luminoso y a la gran mayoría nos gusta proyectar eso en otros.
Empero, al cabo de algunos meses dejó de responder mis mensajes y
comentarios o si le escribía para preguntarle cómo estaba, simplemente se
limitaba a contestar escuetamente «Bien,
gracias» sin siquiera corresponder mi gentileza.
Si bien algunas veces reaccionaba a mis publicaciones, lo cierto
es que nunca comentó una pero en la sección de noticias diariamente veía sus
memes y selfies. Por esto, dejé de seguirle aunque sin haberle eliminado porque
ocasionalmente me pasaba por su perfil para ver si podía comentar algo
interesante.
El distanciamiento se hizo más pronunciado hasta que finalmente
ayer noté no tenerle en mis contactos y buscándole, averigüé que me había
bloqueado. Inevitablemente reaccioné sorprendido e incluso un poco molesto pero
hice lo que tal vez cualquier persona en mi lugar: le escribí por WhatsApp sólo
para notar otro bloqueo y seguí con Instagram.
¿Por qué insistí? Pues cualquier persona tiene derecho a
eliminarme e incluso bloquearme si se siente ofendida o agredida por algo que
yo comente en su perfil y no tendría cómo quejarme si me diera lo mismo. Sin embargo, en este
caso no hice nada y al contrario, siempre quise ser gracioso, amable,
considerado.
No dio ninguna explicación por Instagram y acabó bloqueándome aquí
también, por lo que reaccioné llamándole cobarde y despidiéndome. A continuación,
en mi Facebook publiqué capturas de los mensajes que le había escrito con el
encabezado «A quienes quieran bloquearme
sólo porque no comento todas sus publicaciones, les aviso que la amistad va en
dos sentidos; yo no soy seguidor ni admirador de nadie para dar Like si me
ignoran. Además, quien tenga conflictos conmigo debe saber que aquí estoy para
dialogar».
Al contrario de lo que creí, quienes comentaron anoche pensaban
que me preocupaba e incluso entristecía el haber sido bloqueado pero nada más
alejado de la realidad, al menos en este caso particular. Mi publicación apunta
más al hecho de que no puedo comentar todas las publicaciones de alguien –porque
en veinticuatro horas debo también comer, dormir, ejercitarme, entretenerme,
escribir mis novelas y compartir con mi familia entre otras cosas– y si pretende
llamar mi atención debe hacerlo con algo más interesante que memes y selfies;
debe interactuar conmigo e interesarse también por mí. Nadie puede pretender
tenerme cautivo si nunca hablamos. Por otro lado, doy la opción de resolver
cualquier conflicto mediante el diálogo y sólo considerando la posibilidad de
haber violentado a alguien con un comentario imprudente, por ejemplo.
Si bien en mi Facebook tengo escritores, poetas, actores, músicos, modelos
y otros contactos que podrían considerarse afamados, en mi publicación aclaro
no ser seguidor ni admirador de nadie refiriéndome a aquellos usuarios quienes
publicando memes o selfies atrevidas pretenden ser prácticamente líderes de
opinión o algo parecido. Recuerdo a Sr. L cuando en cierta oportunidad me
criticó pasar mucho tiempo en redes sociales publicando cualquier cosa para
obtener reacciones en lugar de ocupar mi día paseando, escribiendo y viviendo.
En otra ocasión el mismo Sr. L me dijo «Mi
Facebook es mi espacio personal» y por ello, entiendo que cada persona
tiene libertad para publicar lo que se le antoje dentro de las normas impuestas
por los administradores de la plataforma social. Sin embargo, si alguien
pretende tener admiradores, seguidores y un montón de comentarios debería
ganárselos con contenido significativo; si desea ser líder de opinión debe
tener un discurso, ser un aporte… En la serie televisiva Supergirl
el personaje de Cat Grant
interpretado por Calista Flockhart dice que la generación Millennial
debe dejar de perseguir trofeos y trabajar por lo que quiere, pues exige su
derecho a la libertad de expresión aún cuando no tiene nada qué decir… Yo no le
doy mi admiración a cualquiera.