El
Sagrado Mes de Ramadân nos deja por este año sin que se puedan realizar las
reuniones u oraciones en las mezquitas y musallas, debido a la pandemia. Para muchos
hermanos esto significa degustar un leve amargor entremezclado con el dulzor de
las bendiciones que Allah (cc) nos entrega generosamente… Para quienes lean
esto sin estar interiorizados en el Islam, que yo dioga esto les dará la
equivocada impresión de que estoy ajeno a la realidad, pero no es así sino todo
lo contrario.
Como
diabético que soy, pertenezco a la población de riesgo que podría contraer
COVID-19 y desde que las cuarentenas preventivas iniciaron ya no pude ver a
algunos queridos parientes más que por videollamada en algunas ocasiones. Desde
que comenzó el estallido social en octubre del año pasado no he salido de mi
hogar y aunque pudiera hacerlo, el panorama sería muy distinto, sin existir ya
muchos sitios que acostumbraba visitar.
Cuando
la pandemia comenzó, acostumbraba registrar en mi diario íntimo el índice de
contagiados y fallecidos que día tras día se informaba en los noticieros. Con el
paso del tiempo comprendí que, salvando las distancias, esto me hacía sentir
como Ana Frank cuando estuvo oculta y sólo podía estar al tanto del acontecer
escuchando los reportes radiales; no quise dar paso a una fatiga emocional que
sería inevitable y preferí dar una oportunidad a la esperanza de salir cuando
fuera posible con permiso de Allah (cc), aunque pareciera distante, para tener
maravillosos reencuentros y dejarme sorprender.
No
sé si nos espera el Apocalipsis o una nueva realidad –no me gusta manosear el
término normalidad, porque ésta se
perdió mucho antes de la pandemia y es un concepto que muchos emplean para
ignorar las medidas dispuestas por nuestras autoridades–, pero al hablar de
bendiciones me refiero a no dar nada por hecho y apreciar hasta el más mínimo
gesto: una llamada, un mensaje, estar con nuestra familia, percibir que desde
la distancia los amigos están presentes y tener aún la opción de cuidarnos
todos.