«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

Comenta en este blog

Selamünaleyküm: No olvides dejar al final de cada artículo tu comentario para el autor de este humilde blog que acabas de leer. Tus opiniones serán tomadas en cuenta para mejorar el contenido en la forma y el fondo.

Si esperas respuesta a tu comentario, debes buscarla dentro de la misma sección del artículo que comentaste. Gracias. Selam.

Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

Sobre Facebook

Por favor, si me agregas a Facebook, envíame un mensaje privado diciendo que has visto mi blog, para saber dónde me encontraste. De lo contrario, tu solicitud podría ser rechazada por seguridad. Muchas gracias por tu comprensión.

domingo, 3 de enero de 2021

Aprender de 2020 y avanzar a 2021

 


He oído a más de alguien decir que «Al fin se termina este año» o que «Dos mil veinte es un año para el olvido» y supongo que luego de todo lo sucedido desde dos mil diecinueve, la mayoría tuvo razones de peso para lamentarse.

A todo lo ocurrido en Chile con el estallido social que dio como daño colateral un explosivo aumento en la cesantía, la quiebra de pequeñas y medianas empresas, el incremento de la delincuencia, los lamentables destrozos de patrimonio histórico, cultural y espacios públicos además de constantes saqueos que en nada contribuían a la defensa de los derechos sociales exigidos se sumó repentinamente la nefasta pandemia de COVID-19 que a todos nos tomó por sorpresa y sin saber qué hacer.

Al principio la agenda noticiosa seguía estando ocupada por las manifestaciones que en su mayoría, acababan siendo nada pacíficas aunque los programas franjeados, políticamente correctos, dijeran lo contrario intentando condenar la delincuencia, pero sin caerle mal a nadie porque en la práctica «Las opiniones vertidas en este programa son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten». Empero, al pasar los meses debíamos enfrentar el hecho de que sin importar cuán aislados estuviésemos, seríamos alcanzados por una nueva variante del coronavirus, cuyo indefinido origen era en China.

Aquí seguíamos preocupándonos por las iglesias incendiadas, los locales comerciales cerrados para evitar el saqueo constante y la vulneración de los derechos del ciudadano –y no quiero dejar fuera la vulneración de los derechos humanos– pero al mismo tiempo podíamos ver en los noticiarios cómo se llenaban en Italia los oratorios con ataúdes anónimos de gente que sucumbía al virus. Era para algunos como ver a los niños hambrientos en África pues dicen «¡Ay, qué pena!» y siguen comiendo el filete pero cuando ven que le ocurre al vecino, se preocupan un poco más.

Así ocurrió cuando los primeros casos llegaron a Brasil y Argentina, países que hasta ahora tienen descontrolada la situación. Entonces los saqueos en Chile dejaron de escudarse en las manifestaciones sociales y pasaron a ser un ilegítimo medio para hacerse de alcohol gel y mascarillas como si el mundo fuera a acabarse, aunque en la práctica los medios de comunicación incluso debieron enseñarle a la población la manera correcta de lavarse las manos.

Paulatinamente las manifestaciones dejaron de ser el foco central en los noticiarios para reemplazarlas por cifras diarias de fallecidos mientras las autoridades seguían sin saber bien qué medidas tomar para frenar el avance pandémico. Los manifestantes que otrora salían a marchar exigiendo mejor salud, educación e incluso pretendiendo llamar la atención de la clase política se vieron obligados a recluirse por su propia seguridad.

Esto hizo proliferar las más absurdas teorías conspiracionistas asegurando que la pandemia, con todos sus muertos a nivel mundial, era una estrategia gubernamental para silenciar la voz del pueblo (pausa para reírme). No pretendo generalizar y por ello, seré sumamente cuidadoso en este punto pero con el tiempo hemos visto a jóvenes, algunos de los cuales seguramente marchaban a favor de los derechos de ancianos, embarazadas y enfermos crónicos quebrantar ahora las cuarentenas o los toques de queda para asistir a fiestas clandestinas porque luego de permanecer enclaustrados durante al menos ocho o nueve meses, no pudieron más y quisieron respirar aire fresco.

Desde este punto y por empatía, no puedo perder la oportunidad para dar mis condolencias a todos quienes han perdido seres queridos por causa del COVID-19, incluso si son involuntariamente responsables del contagio, pues existen aquellos casos asintomáticos y no sólo en Chile sino que además, alrededor del mundo se presentaron circunstancias en las cuales al no tomar debidamente las medidas de autocuidado, algunos contagiaron a sus propios abuelos o padres ancianos, porque incluso estando muy avanzada la pandemia, todavía no se tiene real dimensión ni conciencia de su gravedad para ciertos grupos en la sociedad.

Sí, desde este cómodo púlpito me resultaría increíblemente fácil señalar con el dedo a todos aquellos quienes enfermaron a algún pariente por salir sin tomar las debidas precauciones. Empero, freno mi propio ímpetu para reflexionar en lo duro que debe resultarles a la gran mayoría asumir aquellas pérdidas humanas de seres queridos y entonces, prefiero hacer una pausa. Bastante mal se siente ya alguien que por no cuidarse contagiara a un cercano como para encima de todo, culparlo más.

Otro efecto de las cuarentenas fue evidenciar las falencias en el sistema educativo chileno, pues al mantenerse las lecciones en línea o por otras plataformas intentando adaptar las clases presenciales, se manifestó el mediocre desempeño estudiantil sea por la exigencia de un profesorado estresado o el desinterés del alumnado y en este punto, por favor no nos hagamos los tontos.

En este punto sería inhumano de mi parte no referirme al menos con unas pocas líneas a todo el personal de salud, sin hacer distinciones de grados, pues la pandemia ha mostrado el mejor y el peor rostro dirigidos desde o hacia este sector. Por un lado, estos dedicados seres humanos han debido cumplir turnos éticos de veinticuatro horas o incluso más, cuidando a enfermos de coronavirus sin tener los medios necesarios para el autocuidado y como resultado, contagiándose en el proceso e incluso, sacrificando sus propias vidas ya sea aislándose de sus seres queridos o falleciendo. Por otro, tenemos a la sociedad misma de la cual nos desprendemos aquellos que valoramos tan meritoria labor al punto de felicitarles y claro, también se distinguen negativamente aquellos quienes discriminan a sus vecinos médicos, paramédicos o enfermeros por temor a contagiarse; la única excusa para esto es la ignorancia que muchas veces puede ser muy peligrosa.


Recientemente han llegado a Chile las dosis de la vacuna Pfizer destinadas al personal de salud por estar en la primera línea de defensa contra el COVID-19, para que diabéticos como yo y otros sectores vulnerables de la población no estemos tan expuestos al contagio. Al respecto hoy mismo he leído lo que supuse se trataba de un meme, pues no podría explicarlo de otra forma… Una mujer en Twitter opinaba sobre aquel enfermero estadounidense que intencionalmente estropeó una gran cantidad de vacunas… Según ella, esto era necesario pues el verdadero propósito de la fórmula –sin dar nombre del laboratorio– era propagar la homosexualidad en la población; sí, leyeron bien (hago otra pausa para reírme). Había escuchado que un efecto a largo plazo podría ser la mutación de nuestro código genético y lo pongo en duda absolutamente, pero esto de amariconar al vulgo me parece por demás ridículo, estúpido y una homofóbica falta de respeto hacia todos los científicos volcados en la tarea de hallar una pronta solución además de a aquellos que siendo profesionales del sector salud, ya se han vacunado en parte para no exponer a sus propias familias.

Me van a disculpar pero la empatía se me acaba al reflexionar en el deficiente manejo estatal que se ha hecho de la crisis económica que vino como consecuencia del estallido social acentuándose enormemente con la pandemia, pues muchos chilenos endeudados hasta el cuello y sin tener una mejor alternativa han debido hacer incluso dos retiros de sus ahorros provisionales para subsistir. Es aquí donde me molestó la pasada navidad ver en la televisión interminables filas de gente comprando regalos pero despreocupándose del distanciamiento espacial o el uso correcto de mascarillas.

Mostraban aquellas filas en cierto centro comercial cerrado por la SEREMI de Salud debido a que no cumplía con las normas de seguridad impuestas durante este período. En esa muchedumbre a pleno sol y con al menos cuarenta grados de temperatura habían señoras que exigían la reapertura del edificio pues habían esperado durante cinco horas para comprar sus regalos. ¿Qué les pasa? Entiendo que los chilenos hagamos todo a última hora pero por simple sentido común, si voy de compras a un lugar que encuentro cerrado por infracciones a las normas sanitarias, me voy en lugar de esperar durante cinco horas e insolarme siendo improbable que vuelvan a abrir el mismo día. Luego dicen que son las autoridades quienes deben hacerse responsables del cuidado de la ciudadanía; no pues…, existe también el autocuidado.

¿Dónde quedó el espíritu navideño? Me tocó escuchar en estas fiestas decembrinas a rostros mediáticos justificando la irresponsabilidad comunitaria, argumentando que incluso con pandemia se debía entender a aquellas personas que hacían tanta fila y se exponían al contagio con tal de comprar un regalo, incluso gastando su diez por ciento del retiro de fondos provisionales porque eran personas pobres, sacrificadas, esforzadas que al menos una vez en su vida querían saber cómo se sentía tener fiestas decembrinas como Dios manda y conste que no he nombrado a nadie específico, conste.

Pero en lo que a mí respecta, los medios de comunicación en estas circunstancias no deben ser populistas sino cumplir con su rol social de advertir y educar a la población. Hay otros panelistas que a riesgo de perder seguidores en redes sociales, al menos sugieren que el chileno promedio es aspiracional y en algunos casos –nuevamente no quiero generalizar– se arriesga al contagio propio o de sus seres queridos por comprar regalos.

Viejo o vieja, lo más importante ahora y quizás lo que podemos aprender de esta pandemia es que debemos cuidarnos entre todos como sociedad, interesarnos auténticamente en el prójimo y no sólo limitarnos a compartir un tema tendencia que esté de moda. Elhamdülillah soy musulmán y como tal, no celebro la navidad pero incluso yo desde el respeto hacia la tradición cristiana, puedo darme cuenta que el verdadero significado de estas fechas ahora más que nunca y tal vez durante mucho tiempo más, será cultivar los afectos, pasar tiempo con la familia sin importar si cenamos pavo relleno o algo simple.

Creo humildemente que el mejor obsequio en estas fiestas, al finalizar un año y comenzar otro, fue darnos cuenta de que lo realmente significativo en esta vida no es ser caudillos ni populares sino mantenernos emocionalmente más próximos a nuestros primeros afectos. Es irrelevante tener miles o millones de seguidores en las redes sociales y seguir tendencias; al final se obtiene mucho más cuidando a quienes nos han querido desde que llegamos a este mundo y compartiendo con ellos… Todo en esta vida es pasajero y tenemos sólo un momento para valorarlo; por esta razón dos mil veinte no debe ser un año para el olvido sino todo lo contrario y el que comienza debe servirnos para avanzar sobre nuevas directrices.

Todo lo sucedido no te habrá servido de nada si subestimas lo que acabas de leer…

Gracias por tu visita

Si llegaste a este blog y lo leíste, agradezco que me dedicaras un poco de tu tiempo.

Asimismo, te invito a dejarme tus comentarios, sugerencias, peticiones y críticas constructivas en los posts.

Por último, si te agradó, puedes añadir un vínculo de La Pluma Dorada en tu página web, blog, fotolog o espacio personal y así, colaborar al crecimiento de este humilde rincón. También te invito a convertirte en seguidor.

Espero tenerte de regreso; siempre serás bienvenido. Hasta pronto.

Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.