No me gusta hablar por Messenger si la conversación empieza con un
«Hola. ¿Cómo estás?» pues uno
ya sabe que a poco andar te harán preguntas íntimas y lejos de incomodarme
desde el conservadurismo, creo que si me doy el tiempo de responder mensajes,
debe ser para mantener una conversación interesante, aunque no necesariamente
de una profundidad filosófica. Sin embargo, no me malentiendan, pues entiendo
que difícilmente una charla podría comenzar de otro modo que no fuera el saludo
y cuando es entre dos extraños, obviamente se debe iniciar de algún modo.
Desde mi postura del ermitaño, hace algunos días comenté la
historia de un chico que decía querer iniciar una relación, daba las
características de la pareja esperada y preguntaba cómo debía ser aquella
persona especial a quien esperamos tener en nuestras vidas. Reflexionando sobre
el asunto y a grandes rasgos, mi respuesta básicamente fue que es difícil
describir un tipo ideal porque cada persona busca algo distinto en una relación
y lo que puede ser perfecto para mí, podría resultar imposible para otro.
Pero esto inevitablemente me lleva a preguntarme si para mí, por
ejemplo, que salgo poco, es posible conocer a alguien en Facebook con quien
iniciar y mantener una relación estable, como aquellas historias sobre dos
personas que habiéndose conocido por Facebook, se enamoraron y viven felizmente
desde hace años. ¿Será cierto o un mito urbano al más puro estilo de la rubia de Kennedy?
Seguro hay casos de parejas que se hayan conocido en redes
sociales, pues por algo existen plataformas especializadas. Pero por otro lado,
es evidente que desde la aparición de estas comunidades, el ser humano a
perdido la capacidad de tener relaciones auténticas porque ha preferido
perseguir un reconocimiento banal, fundamentado en reacciones y comentarios. Además,
si nos ocuparemos en intentar contestar qué busca alguien dentro de Facebook,
Twitter, Instagram u otra cuando de amor se trata, debemos dejar a un lado la
petulante postura de creer que podemos enmarcar las relaciones dentro de ciertos
parámetros.
El idealismo romántico nos hizo creer que sólo había una manera de
relacionarse para ser feliz por siempre, pero en la práctica, el mundo
contemporáneo ha relativizado y diversificado la manera de vincularse. Así es
como cada pareja establece sus propias reglas a veces, incluyendo a más gente
dentro de sus dinámicas o reemplazando la convivencia por encuentros cada fin
de semana. Si bien es hermoso pensar en vivir con esa persona especial y
compartir cada momento –me encantaría–, la realidad es que no siempre se
presentan las circunstancias ideales para ello y seguimos deseando no estar
solos.
No está mal pretender una relación estable, monógama y fiel porque
es el modelo más conocido y no debemos tachar de idealista, soñador o
incluso patético a quien tenga estas
pretensiones, pues caeríamos en los mismos juicios morales que a veces hacemos
a las relaciones abiertas y personas que viven abierta y plenamente su
sexualidad, sin las hipocresías que muchas veces cometen quienes socialmente
aparentan una estabilidad tradicional y en privado, experimentan todo cuanto
podría ser catalogado como tabú.
Dentro de la comunidad LGBTI por ejemplo, he conocido no una ni
dos sino muchas parejas estables que podrían incluso considerarse tradicionales
y otras que, considerándose matrimonios, han hallado formas diversas de lidiar
con la monotonía, adaptando su proyecto de vida a las necesidades particulares
que cada uno tiene.
A pesar de existir esta libertad
con respecto a establecer los parámetros de las relaciones, sigue presente la
problemática de cómo establecer una relación real a partir de las redes sociales,
dejando a un lado la carrera por conseguir más seguidores y en este aspecto, no
me refiero sólo a los romances. Tengo por ejemplo, el caso de Manuel, un chico
a quien conocí por internet antes que existiera Facebook, cuando inauguré el
extinto Tarkan Fans Chile Club Oficial;
está con su marido desde hace al menos quince años, con anillo de compromiso y
toda la cosa.
Al principio teníamos una comunicación muy fluida –cuando ambos
éramos más jóvenes y yo no era tan maléfico como ahora– pero de pronto y sin
previo aviso, dejó de responder mis mensajes y comerntarios, que tampoco eran
demasiado frecuentes; fue entonces cuando dejé de seguirlo aunque no quise
eliminarlo, porque tampoco me había hecho algo grave, pues me di cuenta de que
me consideraba sólo un seguidor. Hace unos días me di al trabajo de revisar los
más de mil seiscientos contactos para seguirlos a todos y como tengo cansancio
mental, recién ayer noté que no lo había visto.
Le busqué y sólo entonces me di cuenta de que me había eliminado. De
inmediato y casi sin pensarlo, cosa que le atribuyo también a mi agotamiento
neuronal, le solicité amistad sólo para notar a la media hora que además de
rechazar mi solicitud, la marcó como spam
con lo cual, no puedo insistir.
Es cierto que sólo tenemos un amigo en común, pero no pude evitar
sentirme un poco mal porque también lo he hecho, cuando me envía una solicitud
alguien con quien no tengo amigos comunes, que no conozco de nada, pone un
seudónimo o una foto de perfil falsa y tenemos mucha diferencia etaria, con lo
cual es evidente que me quiere convertir en su toy boy y no estoy para eso, gracias.
Le escribí sólo para decirle que pese a habernos distanciado, no
era necesario eliminarme pues él también podría haberse acercado. Desde luego,
no respondió, porque el promedio no tiene carácter para hacerlo cuando se le
confronta. Hoy decidí bloquearlo junto a quien es su pareja, no porque les
tenga envidia o rencor pues no pierdo el tiempo con esas emociones sino más
bien, por darme cuenta de que durante nuestra amistad virtual no recuerdo ni un
comentario suyo a mis publicaciones sino más bien, limitarse a contestar de vez
en cuando mis palabras y en ese sentido, tanta falta me hace como yo a él.
Sí, es verdad que la amistad como cualquier otra relación es un
camino de doble sentido, en el cual no debería existir la dinámica de figura y
admirador. Por otro lado, es cierto que la mayoría de usuarios en redes
sociales sólo buscan reacciones cuando hacen una publicación y eso a veces, les
hace compartir toda su vida, incluso aquellos detalles irrelevantes.
En mi caso y sin ir más lejos, siendo autor podría publicar
material sobre mis novelas, pero también hablo de otros temas que me interesan
e incluso, desde la frivolidad, publico fotos de la comida que me gusta. Pero esto
es sólo porque para mí estas plataformas son un divertimento y no un lugar para
desahogar mis frustraciones en cualquier sentido. Respeto absolutamente el derecho e incluso la valentía del usuario
que conscientemente pretenda ser un aporte; también
aquella postura del sujeto que sólo postea fotos suyas, incluso con poca ropa,
para darse a conocer; por último, aquel internauta que postea memes para reírse
y hacernos reír un rato entre tanta amargura que a todos nos toca vivir de
alguna manera, pues en este mundo nadie la tiene fácil; cada uno publica en su perfil lo que estime conveniente y es lo más justo tratándose del espacio personal del usuario. Sin embargo, ahora
también me propongo ir más allá del teclado y ver si realmente es posible conocer
a las personas –seguramente no todas por falta de tiempo– que diariamente me
dan algo para comentar o reaccionar.
Propongo dejar de ser una simple estadística de cuántos amigos tenemos en Facebook y darnos
aunque sea cinco minutos para conocernos más allá del «Hola. ¿Cómo estás?» inicial para entonces, interesarnos verdaderamente en el ser
humano. ¿Será esa la nueva forma de tener relaciones auténticas? No sea que nos
enteremos de las malas noticias por un estado en lugar de vincularnos con
alguien. Les exhorto a que no seamos fríos como la computadora, tableta o el
teléfono móvil.