«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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miércoles, 26 de septiembre de 2012

La TV: Somos lo que vemos

Bueno, ya llevaba un mes sin escribir nada entre las Fiestas Patrias, viajes y demás quehaceres. Pero hace dos días algo me motivó a escribir este artículo. Lo estoy notando desde hace bastante tiempo y no quiero parecer mojigato por la crítica, pero como comunicador y escritor que soy me siento en la obligación moral de denunciar la inexistente calidad de la televisión chilena.
Antes comentaba alguna noticia del espectáculo o película. Pero ahora enciendo el televisor para asquearme con series o telenovelas dedicadas al sexo, programas juveniles que en nada aportan a nuestras generaciones menores, farándula especializada en chismorreo barriobajero, reality shows en sus distintos formatos para mostrarnos la vida de famosos o marginales que destrozan la capacidad intelectual de cualquier televidente y programas denunciando la delincuencia que dicho sea de paso, sólo lo hacen a uno más paranoico cuando se debe salir a alguna parte. En cuanto a la programación cultural como La Belleza de Pensar o Una Belleza Nueva, no hay casi nada que realmente pueda rescatarse para brindarle a nuestra sociedad una ruta de escape a tanta televisión basura.
No citaré ningún caso puntual para evitar agraviar innecesariamente a alguien, pero demás está decir que este asunto nos compete a todos. Somos en parte responsables como teleaudiencia de aquello que vemos y no podemos culpar enteramente a los medios por aquello que nos transmiten, como si fuésemos borregos que inevitablemente consideran el control remoto un bastón de pastoreo. Así como los escolares protestan por educación gratuita o los trabajadores de la salud por mejores condiciones laborales, nosotros los telespectadores deberíamos manifestarnos contra un producto cada vez más mediocre que ya ni siquiera nos entretiene, pues aquellas familias que no disponen de televisión pagada -las menos- no ven aquella programación porque realmente les guste sino por la ausencia de algo mejor o simplemente encienden el televisor para escuchar algo aunque no presten atención a qué se trata.
Nos consideramos un país en vias de desarrollo o al menos, eso es lo que dicen los noticieros. Sin embargo, aún nos conformamos con telenovelas nocturnas que argumentan pretender abrir mentes a los problemas sociales y fomentar la discusión familiar sobre aquello que nos afecta. ¿En realidad creen eso? Lo cierto es que la industria televisiva e incluso teatral ha desmejorado bastante desde que la forma de abordar un conflicto social se centra en la exposición morbosa, burda y acentuada del sexo, narcotráfico, violencia, delincuencia y otros fenómenos.
Para ser sincero, me parece que programas como una telenovela nocturna o un reportaje de denuncia no deberían justificarse en discursos elaborados de una sociología barata, cuando lo más importante se reduce a lograr un alto rating que les permita mantener el auspicio y ganar dinero. Ahora casi todo nos muestra sexo y violencia en sus diversas vertientes, sin siquiera considerar que se está deformando no sólo la mentalidad de niños que escuchan música basura o ven programas donde se denigra a la mujer, sino que además la capacidad crítica del adulto que consume dicho producto sin cuestionarse. ¿Cuánto nos ayuda la televisión a mantener los valores morales que nos han inculcado de pequeños y prolongar esto en las generaciones jóvenes? ¿Nos interesa realmente mantener un nivel valórico promedio o estamos dispuestos a permitir que esto nos consuma? Yo creía ingenuamente que nosotros consumíamos televisión, pero al parecer es al revés. Hoy ni siquiera hay gente capaz de mantener un grado decente en la conversación porque nuestro lenguaje está cada vez más pobre, lleno de modismos que suplen malamente el idioma. Un ejemplo de esto es que ya casi nadie habla bien y cuando alguien lo hace, los demás no le entienden.
No digo que debamos ver los programas infantiles, aunque los dibujos animados de ahora son hacedores de imbéciles. Pero es que ya ni siquiera se debe esperar a las 22:00 horas para ver programación de adultos, pues los espacios juveniles exaltan la sexualidad. Ya que en este post he hablado tanto del sexo como recurso básico para lograr audiencia, pude haber colocado una fotografía subida de tono, pero quiero que lean y no se concentren en la imagen.
En la farándula no es muy distinto, porque hay gente famosa que hace verdaderas fortunas exponiendo sus vidas privadas del modo más humillante, como si hablar ante las cámaras sobre sus relaciones o conflictos familiares, fuese igual que chismorrear con la vecina de al lado.
Ciertamente los reportajes denunciando delincuencia o mostrando casi cinematográficamente los operativos policiales no contribuyen en nada a prevenir delitos o aumentar la seguridad social. Al contrario, te dejan soñando toda la noche con un funesto asalto.
Yo no soy tan estúpido para creer que en un reality show se muestra lo que ocurre en la casa estudio durante todo el día sin editarlo, como si fuese un experimento sociológico de nuestra realidad. Está claro que cada participante perfila un personaje: el simpático, el conflictivo, el líder, etc. Además, es sumamente sabido que cada uno recibe cuantioso sueldo por su estadía y la permanencia en el encierro no es tan constante como parece. Ni bien acaba un reality y los participantes se pasean por todos los programas de farándula contando cómo era realmente su estadía dentro.
Y como postre, criticaré aquellas series y telenovelas para adultos aunque en realidad, la crítica va para quienes las ven, porque los canales sólo cumplen con su trabajo al igual que productores, directores y actores. Como dijo una vez mi hermano, es una hipocresía ver «programas para adultos» si en realidad quieres ver una película pornográfica.
No seamos cínicos culpando a la sociedad por lo que consumimos, como si ésta fuese un ente ajeno a nosotros. La sociedad somos todos y nos compete directamente cómo se forma o deforma la cultura, aquello que es reflejo ante otros pueblos y nos inmortalizará en el futuro. Como ejemplo, pongo Roma, un imperio que abarcó gran parte del antiguo mundo y sin embargo, la principal imagen evocada es aquella legendaria depravación de ilustres personajes como Julio César o Calígula. ¿Acaso los romanos de estratos bajos no eran también ciudadanos? Llevando esto a la actualidad, las personalidades famosas o líderes de opinión que tenemos -sean de la índole que fueren e independiente de alguna conducta particular- no son sino ejemplos del universo compuesto por cada persona.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Capítulo 7: Retroalimentación

Falta poco para comenzar otra primavera lejos de mi amada Turquía. El calor santiaguino no remedia el invernal frío que existe en mi alma desde haber echado un último vistazo a la pista del Aeropuerto Internacional Atatürk en Estambul.
Cuan romántica puede ser la evocación del viaje, leyendo las breves palabras de mis amigos escritas desde allá en un cariñoso mensaje dándome noticias.A veces es un saludo o sólo una frase y otras es alguna novedad como estudios, trabajo o desafíos que les plantea la vida. Lo más importante es sentir que estamos cerca a pesar de cuanto difiera el mapa.
¿Cómo era antes de nuestra época? El sufrimiento podía ser mucho mayor y más las páginas que se escribían exponiéndo los sentimientos de un modo tan poético como les permitía el corazón. Más refinada y detallada resultaba la prosa si el vínculo era mayor. Ahora en cambio existen las redes sociales, correo electrónico, chat, telegrama, fax, mensajería instantánea, teléfono y móvil entre otros mdios sin dar resultado. Pareciera ser que sólo si el vínculo emocional es verdadero se da un contacto permanente, pues cada día aparece un nuevo medio de comunicación pero teniendo tantas alternativas, las relaciones continúan enfriándose por falta de contacto.
Pareciera que ahora tenemos muchas más razones para mantener contacto y aún así, no lo hacemos, porque estamos demasiado abrumados con nuestras obligaciones y sin darnos cuenta, hemos perdido la habilidad de charlar. Antes la conversación era considerada un verdadero arte, pero ahora nos da pereza mantenerla con alguien por mucho tiempo y siempre cometemos los mismos errores:
  1. No escuchamos a la otra persona, nuestro interlocutor.
  2. Creemos que sólo es interesante ese único tema del cual queremos hablar, aunque sepamos que a nadie más le interesa.
  3. Dejamos pasar demasiado tiempo sin comunicarnos, porque siempre creemos que mañana podremos hacerlo y ese día jamás llega hasta que realmente nos proponemos tomar cartas en el asunto.
  4. Mientras más rico lenguaje tenemos, menos palabras usamos y nos hemos olvidado de cómo hablar o escribir correctamente.
Así podría seguir enumerando muchas razones. Por eso considero tan valioso que desde el otro lado del mundo haya algunos dispuestos a responder cordialmente mis mensajes sin importar cuan superficial sea el contenido. Saben que me alegra el día saberlos parte de mi vida y no sólo se conforman con ver mi foto de perfil; realmente les interesa saber qué contiene mi corazón.

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.