Pues nada. Ya sé que he dejado abandonado el blog un tiempo, pero
aunque no he querido publicarlo en mis redes sociales, he sufrido gripe,
rotavirus e influenza permaneciendo casi dos meses en reposo absoluto. ¿Y quién
se ha preocupado de llamarme para saber de mí? Pues nadie. Es lo que me motiva
a escribir este artículo.
Quien esté en mis contactos puede saber que a menudo hago
publicaciones sobre mis novelas para así difundirlas o bien, las deliciosas
comidas que hacen mis padres. Algunos muy pocos usuarios me eliminaron durante
este período porque seguramente están acostumbrados a ver que sus “amigos”
publican trivialidades diariamente; yo en cambio, detesto hablar en Facebook o
Instagram sobre mis desgracias personales o aspectos de mi vida íntima; para
eso llevo un diario. No me malentiendan, pues dentro de las condiciones
impuestas por estas plataformas, respeto el hecho de que cada usuario pueda
publicar según se le antoje; pero cuando tienes más de mil personas agregadas,
me parece absurdo borrar a alguien sólo porque ha estado con su cuenta abierta
pero inactivo algunos días pues si fuera así, nos resultaría imposible estar al
tanto de lo que toda esa gente publica diariamente. ¿Y para qué nos vamos a
engañar? Si tuviésemos el tiempo, tampoco lo haríamos.
¿Pero son las redes sociales la única forma que nos va quedando de
relacionarnos? Si es así, algo estoy haciendo muy mal porque a mis treinta y
ocho años sigo estando soltero y antes, mi excusa era no poder frecuentar los
antros debido a mi discapacidad física. Aunque por otro lado, muy ingenuo sería
yo si realmente creyera que yendo a una discoteca puedo hallar al amor de mi
vida; se habrán dado casos pero, son los menos.
Y de un tiempo a esta parte he notado que Facebook se ha
convertido en una clase de Grindr, porque se puede encontrar de todo cuanto
ofrece el mercado, independiente de que uno por libre albedrío, elija no
consumir los productos. Quedó atrás el tiempo en que se buscaba amor y romance,
porque ahora se habla abiertamente de encuentros sexuales esporádicos. Bien por
aquellos a quienes les resulte si es lo que buscan, aunque también se echa de
menos aquella época más idealista en la cual buscábamos realmente conocer
gente, más allá del saludo inicial.
Cuando nos vimos, hace
meses, Sr. L postulaba que las relaciones homosexuales eran como los acuerdos
comerciales, pues para una pareja permanecer unida debía tener en común alguna
propiedad inmueble, por ejemplo. Por cierto, luego de haberle desbloqueado en
mis redes sociales como muestra de buena fe para abrirle la puerta, por si
quería acercarse, me saludó en WhatsApp por última vez siendo junio y
habiéndole contado sobre mi resfrío, no he vuelto a saber de él hasta ahora. Debí
enfermar porque al abrirle la puerta, seguramente entró el frío.
Por otro lado, la ventaja de tener mi edad es que ya se sabe a
quién dejar entrar para que forme parte de nuestra vida… Ciertamente ahora soy
capaz de decir lo que pienso sin temer el qué dirán ni ocultar quién soy
realmente. Ay, si hubiese tenido en mi adolescencia la claridad mental y
confianza en mí mismo que gozo ahora, seguramente no me habrían hostigado en mi
época escolar, pero sería imposible para alguien de quince años tener la
experiencia de los treinta.
Ese mismo trote te hace concluir que si bien las relaciones
interpersonales no deberían reducirse únicamente al ámbito sexual, tampoco
puedes ser tan soñador esperando que en una plataforma virtual donde muy poco
es real, se pueda hallar al mejor amigo o alguien con quien pasar el resto de
nuestra vida. Dos puntos a tener en consideración al respecto:
Desde una perspectiva bastante frívola pero práctica chicos, tengan
en cuenta no actuar desesperadamente, quedándose con cualquiera por no estar
solos, pues nadie merece ser tratado como el tablón al cual se aferran cuando
han naufragado. Por otro lado, si están conscientes de sus propias
limitaciones, no pretendan que les pida matrimonio algún miembro de las
realezas europeas y cíñanse a lo que pueden alcanzar.
Se trata de hallar un punto intermedio entre lo que ustedes valen,
cuanto pueden ofrecer, lo que el otro vale y cuanto el otro merece; ninguno
debe sentirse en desventaja ni como si pudiese aspirar a alguien mejor con
respecto a la contraparte. Si pretenden acostarse con un ideal que no critique
sus defectos, recurran a un lenocinio, donde el sexo se reduce a un mero
intercambio comercial –no estoy haciendo una apología a la prostitución ni
mucho menos– pero si realmente pretenden mantener una relación estable y
respetuosa más allá del físico, actúen en consecuencia, sin ofrecerse al
mercado cual producto y exploren más posibilidades como por ejemplo, permitir
que se enamoren de ustedes por quienes realmente son, mostrándose transparentes
y con el desplante que debe tener alguien en nuestra edad.