«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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domingo, 31 de diciembre de 2017

Metas para el próximo año


Dos mil diecisiete ha sido un año accidentado en muchos aspectos para mí. El primer día sufrí una hipoglucemia que me llevó al sector de urgencias del Hospital Clínico Universidad de Chile, siéndome muy difícil recuperar el conocimiento.
No pude terminar la secuela de Síndrome de Estambul y ya llevo dos años escribiéndola. Sin duda es la novela que más tiempo me ha tomado hasta ahora, aunque debo admitir que no me siento tras el teclado todos los días, pues he aprendido que hay una vida más allá de la computadora y por qué no decirlo…, también me gusta dormir.
Algo bueno es que comencé a hacer ejercicio diariamente con mancuernas y a estas alturas estoy notando los resultados, porque mis brazos y espalda tienen más musculatura; la ropa me queda chica, pero mirarme al espejo ahora da gusto –antes deba pena–. No postearé una foto mía desnudo, así que deberán confiar en mi palabra. Sé que de un escritor se espera tratar temas profundos, pero en esta vida también es necesario ser un poco superficial porque todo se trata de equilibrio; el exceso siempre es perjudicial.
He intentado recuperar algunas amistades perdidas al mismo tiempo que cultivar las ya existentes y en marzo tuve una maravillosa sorpresa: Ahmet y su familia me visitaron, dándome una grata sorpresa porque mi ex profesor de turco dejó Chile en dos mil doce sin saber cuándo volveríamos a vernos. Fue como si los años no hubiesen pasado.
Hay alguien que no está en mi vida hace aproximadamente tres años y sigo rogando a Allâh (cc) darme la oportunidad de un reencuentro pero también, cerrar heridas. Amîn. En palabras de Molière «Jamás se penetra por la fuerza un corazón».
Otras personas simplemente deben irse, porque no quieren compartir mi espacio y además, tampoco podrían hacerlo. Para estar conmigo es necesario ser tolerante, porque mis relaciones se fundamentan en el respeto y la lealtad; el cariño es un resultado de aquello. En su genialidad, Oscar Wilde dijo que «Hay personas que causan felicidad donde van; otras, cuando se van».
Aprendí a estar solo, disfrutar el espacio íntimo que durante años me he construido. Empero, ya estoy listo para compartirlo con alguien y mandar a mi soledad de vacaciones por un tiempo largo. Ciertamente tengo complejos, pero como cualquiera y quien me ame deberá aceptarme tal como yo le acepte.
ĺnşAllah el próximo año sea mejor en cada aspecto y nos traiga a todos bendiciones. Veamos siempre el lado positivo de las cosas, pero reforcemos el corazón para soportar el sufrimiento del cual siempre tenemos una dosis, para recordarnos la fragilidad humana porque de lo contario, el ego se convierte en nuestro conductor.
Algo muy importante hablando de los afectos: no olvidemos que nuestro primer refugio es Allâh (cc) y el segundo, la familia. No perdamos tiempo coleccionando seguidores para luego, ni siquiera recordar sus nombres y al contrario, esforcémonos en dejar una profunda huella en los demás, más que una buena primera impresión.
Como meta personal: Que Allâh (cc) me permita volver a Turquía, tener éxito con mis novelas allá y aquí. Que me permita tener los reencuentros afectivos por los cuales a diario suplico. En un plano más general: Que sea un año tranquilo, en el cual todos nos esforcemos por vencer nuestros egos y sea más importante alcanzar la paz tan necesaria. Amîn.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Los ilusionistas de redes sociales

Es un hecho que si se desea hallar ególatras con insaciabilidad seductora, el primer lugar donde se debe buscar son las redes sociales, llenas de gente anónima que pretende hacerse famosa a costa de selfies y cuyo discurso es prácticamente inexistente. No han hecho nada que merezca la pena destacarse, pero quieren obtener reconocimiento por el número de seguidores que tienen, aunque sean borregos sin opinión propia.
Sé que el primer párrafo puede parecer muy desalentador, negativo y tal vez no invita a la lectura, pero si ustedes se dan el tiempo, podrán comprobar si tengo o no razón.
Les expongo el caso de alguien a quien tuve agregado hace años habiéndole conocido en un bingo organizado por la comunidad GLBTI y antes de viajar a Turquía lo eliminé porque jamás me escribía ni comentaba mis publicaciones. Se supone que si agregas a alguien le abres las puertas de tu vida y entonces no tenía tanta gente en mi lista como ahora; hoy sin embargo, sé que de todos ellos muy pocos pueden ser considerados amigos y menos aún tomando en cuenta cada perfil creado dentro de distintas plataformas… Hay personas a quienes jamás conoceremos pero les añadimos porque queremos ampliar nuestros horizontes o tal vez hasta cierto punto, también nos gusta la idea de ser seguidos, alimentando el ego.
Recientemente lo agregué por segunda vez porque ya habían transcurrido siete años y consideré que quizás había sido demasiado severo antes. Elhamdülillah pareció ni siquiera haber notado la eliminación de entre mis contactos o bien ni siquiera le molestó, por lo cual creí posible un acercamiento y queriendo ser afable comenté una publicación suya, sugiriéndole encontrarnos para conversar un café, pero se me ocurrió la pésima idea de preguntarle qué ha hecho en este tiempo y dónde estaba, suponiéndole en el extranjero por una foto que creí era alguna playa caribeña. Además, en su perfil informaba que efectivamente procede del Caribe y como si ello fuera poco, en su respuesta me comentaba que viaja anualmente a Europa durante un mes.
Pese a todo esto, mi suposición le ofendió tanto que me llamó la atención por mensajería privada y en el muro. Habiéndole explicado los motivos para creerle fuera y el propósito de reencontrarnos –insisto con un café–, pretendí ponerle paños fríos a la situación y al contrario, siguió siendo hostil hasta que finalmente, le envié un último mensaje para darle punto final y bloquearle. En sus palabras, lo que realmente le ofendió fue mi desinformación… El no estar yo al tanto de todo cuanto había hecho durante siete años y suponerle en el extranjero, como si su trabajo fuese invisible. Debí aclararle entre otros puntos que nunca pretendí ofenderle ni ser su seguidor –sino un amigo– y por lo tanto, tampoco estaba obligado a seguirle los pasos durante este tiempo.
Cuando volví de Turquía mucha gente creyó que me había quedado en Estambul pese a mi diabetes y usar silla de ruedas entre otras limitaciones. Lejos de sentirme ofendido y hacer un escándalo, vi que me creían capaz de llegar lejos sin importar los problemas.
Hace algunos meses acabé bloqueando a un turco residente en España, cuyo nombre no importa porque más adelante encontré una segunda cuenta suya –que también bloqueé– con un pseudónimo. Llamó mi atención entre otras razones por hablar español, pero de todos mis comentarios sólo respondió uno en su muro y chateando, le pregunté qué podía contarme de su vida; la respuesta «Soy un desgraciado igual que tú» me hizo eliminarle, no sin antes borrar todos mis comentarios.
En mi diario íntimo he puesto con fecha de hoy: «Las redes sociales están llenas de personas autistas, que no saben relacionarse en el mundo real y buscan seguidores anónimos, como si hubiesen hecho algo importante por lo cual deba admirárseles pero cuando alguien intenta aproximarse, les es indiferente. Yo soy un bicho raro entre ellos por responder comentarios o mensajes privados, ser afable, corresponder a su cercanía y vincularme; en las redes sociales alguien como yo es exótico, excéntrico».
Algunos tienen el síndrome de Roberto Carlos, pretendiendo conservar un millón de amigos sin relacionarse realmente. Viven en función del Me gusta y disfrazan la verdad que viven. Este turco del cual hablé antes incluso publicaba fotos suyas orando en las mezquitas y esto me hizo creer que era un buen tipo, pero el desdén para tratarme me desengañó pero además, un musulmán no presume de sus buenas acciones; bien por él si es practicante, pero no necesita demostrarlo públicamente y menos si después publica una foto usando calzoncillos Calvin Klein. Una muestra de inconsistencia.
Yo nunca he dicho que soy santo, pero mis buenas acciones son tan secretas como las malas y no uso pseudónimos –Yahya es mi nombre islámico–. Es estúpido buscar seguidores sin haber hecho nada valioso y ocultando tu verdadera identidad. Alguien que no desee ser reconocido debería mantenerse fuera de los medios y las redes sociales son la nueva plataforma mediática, donde cualquiera puede ser famoso sin mérito alguno salvo quizás, publicar una foto de cada paso.
Harto estoy de ver publicaciones de gente haciendo deporte cuando en verdad pasan casi todo el día en su sofá viendo televisión, paseándose por ferias de libros siendo un folleto su única lectura en meses y proyectando una vida virtual muy distinta a la real. Nomofóbicos, pseudólogos fantásticos y adictos a las redes sociales… Son espíritus simples que podrían potenciar virtudes auténticas, aportando al mundo, desarrollando sus talentos pero prefieren adquirir reconocimiento pasajero solamente por actividades superficiales, dejando un paso efímero por la Tierra. Cuando dices esta verdad, les quitas lo único que les hace sentir validados.
En el primer caso citado y muy probablemente también el segundo hasta cierto punto, seguramente se trata de sujetos que durante su niñez y adolescencia fueron constantemente hostigados por sus compañeros de clase –lo que actualmente se llama booling–; eran feos, gordos, acomplejados o discriminados por alguna razón estúpida que los traumó. Ahora viven de las apariencias para alcanzar el máximo de seguidores posible en redes sociales pero sin vincularse con ninguno –la gracias es ser admirado sin corresponder–. Empero, cuando les recuerdas que ventilar la vida privada, aparentar lo que no se es y hacerse acreedores de una fama inexistente no es mérito alguno, les quitas esa aparente seguridad dejándoles desnudos, enfrentándoles nuevamente con el niño interno a quien tanto desean ocultar.
Yo les digo que durante mi adolescencia también sufrí pues no puedo caminar y mis compañeros se burlaban constantemente, porque no podía usar mi silla de ruedas dentro del salón y debiendo gatear para movilizarme, me comparaban con un perro o se paraban frente a mí sugiriéndome hacerles fellatio. Del mismo modo, siendo diabético, me robaban las colaciones arriesgándome a padecer hipoglucemias severas de las cuales, alguna pudo costarme la vida… Hoy hablo de estos episodios sin rencor alguno, porque mis ex compañeros siguen comunicándose conmigo y si bien en su momento fue muy doloroso pasar por esto, siendo adulto le resto importancia porque ellos también eran inmaduros, sin haber sido su intención matarme. Estoy valorando mis verdaderos logros actuales –como ser escritor– por encima de aquello que para otros podría sefr un trauma.
Mis complejos van por otro lado y no tengo ningún reparo en admitir que le atribuyo mi prolongada soltería a la discapacidad o defectos físicos varios, tal vez equivocándome. No poder caminar, tener las piernas encogidas, los pies chuecos y otras deficiencias físicas son para mí como para cualquiera un motivo d vergüenza. Sin embargo, la seguridad que me da tener talentos igualmente evidentes me permite hablar de ello casi sin pudor. Esto me diferencia pues mientras algunos buscan seguidores basándose en características superficiales, yo pretendo tener relaciones verdaderas ofreciendo algo más profundo y sustancial. Tal vez no tengo muchos admiradores, pero mis pocos amigos sí me aprecian; del amor, ya llegará inşAllah.
Como pueden ver, el presente artículo fue más positivo de lo que aparentaba al principio, pues no todo es lo que parece.

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.