Hay días en que
tengo sentimientos para expresar en este blog, pero ignoro cómo hacerlo a pesar
de ser escritor, pues se supone que debería disponer de todos los recursos retóricos
para hacer fluir la tinta en mi pluma dorada. A veces, por mucho que el corazón
quiera hablar gritando a los cuatro vientos, debe callarse, contenerse porque
sus palabras podrían perjudicar a terceros o simplemente, el mensaje no se
entendería.
El corazón es un
músculo al cual le cargamos tantas responsabilidades, culpas, errores,
ilusiones, sueños y amores pero no aligeramos el peso. Cuando sufrimos, nadie
dice que le duele el páncreas o el bazo sino el corazón, porque de algún modo
tiene una conexión especial con nuestra alma y por eso, cuando algo nos duele,
sentimos que tenemos una fractura en el pecho.
Hay gente que se
pregunta por qué sufrimos en esta vida. Ésa es la clave: que sea esta vida. En el
mundo o Dunya nacemos para ser probados en todo aspecto y uno de ellos es que
debemos demostrar cuánto podemos soportar. La gente mala, que hay, parece tener
mucha suerte y todo a su favor cumpliendo lo que quiere; pero tarde o temprano
el castillo de naipes se derrumba y las deudas morales deben pagarse. Por eso,
el consuelo de la gente buena es saber que aun cuando las circunstancias sean
adversas, si se hace lo correcto aunque no se comprenda la razón, tener la
conciencia tranquila es invaluable. Además, la vida que realmente importa es la
Última Vida, donde la gente honestamente buena recibe recompensa por la
misericordia de Allâh (swt).
Cuando sufre
alguien a quien queremos muchísimo, sea amigo, pariente o pareja, a veces no
sabemos cómo consolarle y nos sentimos impotentes, porque nos duele tanto como
un sufrimiento propio. A veces se nos hace imposible articular palabras
coherentes para empatizar con quien tiene roto el corazón, pues si es un dolor
auténtico, como seres humanos quedamos en pausa, inmóviles, aletargados y es
relativo el tiempo que permanezcamos así, dependiendo de cada persona según su
tolerancia.
La publicidad y
los medios nos pintan un ideal de vida en el cual todo debe ser perfecto:
felicidad es sinónimo de éxito y se logra sumando salud, dinero y amor. Pero la
verdad es que todo aquello es artificial y pasajero, porque a veces teniendo
todo lo anterior somos infelices. Todos sabemos lo que en esta vida puede
causarnos sufrimiento, pero absolutamente nadie puede dar la receta exacta para
alcanzar la felicidad, porque ésta es individual. Un ejemplo de ello es que yo
sería feliz regresando a Estambul próximamente, pero mi hermano ni siquiera
está interesado en saber dónde está Turquía y no puedo culparlo por eso… Es un
proyecto mío y personal, como suyo puede ser estudiar ingeniería.
En esta vida es
difícil distinguir lo que realmente importa, porque hay muchas distracciones. Pero
cuando logramos descifrar el enigma y encontramos algo significativo, no
debemos dejarlo pasar por orgullos estúpidos, ambiciones materialistas o
desmotivaciones perezosas. Es importante saber lidiar con el dolor, aliviar el
corazón, descansar en la fe, atesorar los afectos como amores irreemplazables y
saber que en esta vida todo lo malo es efímero aunque tengamos la impresión de
que será permanente.
Si nos
consideramos seres humanos con todo lo que ello implica, debemos saber que el
espíritu simple es aquél que siendo hermoso, se esconde tras las apariencias de
todo tipo. La belleza de espíritu tiene por obligación ser compartida y mejorar
otras vidas; caso contrario, se desvaloriza.