Sin amor mi corazón se detiene en el camino,
no es que deje de doler sino que se sufre
diferente,
como si el alma juguetona se durmiera por
momentos
en una pausa del trayecto que es esta vida
y aunque el tiempo sigue avanzando indiferente,
tan cruel como el ser amado que no nos
quiere,
permanecemos en esa incómoda pausa
del que sabe cuánto ama
y cuyo amor es tan apreciado como un grano de
arena
en el árido desierto del desprecio.
Soy pues el hambriento que mendiga un beso
como si de un manjar se tratase
y no pienso en el orgullo perdido,
que siendo un indefenso niño, vaga herido
por las calles en frío invierno
y sometido al peligro del desamor,
cuyo veneno entra al torrente
y se instala indolente en el corazón,
matando el espíritu que en primavera
volaba libre de flor en flor.
Antes buscaba alguien que me diera un motivo
para seguir caminando en la vía del amor
y recorrí tantos parajes como lo hace un
peregrino,
sin provisión ni descanso en mi andar,
viviendo el constante fracaso del caminante
perdido
cuando con un espejismo tropieza
y en lugar de agua fresca para su sed,
acaba probando la caliente arena que su
garganta seca.
Así es la dolorosa condena
de quien vive sin el bálsamo del amor.
Quise probar la cálida luz del enamorado
correspondido
y me encerraron en una oscura cueva,
donde el frío se prolonga por tiempo
indefinido,
donde no se diferencia el día de la noche,
porque las horas pasan sigilosas
y se escabullen entre mis labios
que un beso piden sin descanso,
hasta que la oportuna muerte los alcance
en la mañana, tarde o noche sorpresiva
y el tiempo olvide recordarme.