No
soy Penélope esperando a Ulises, también llamado Odiseo. Hoy he decidido no
estar más sentado a un costado del camino y al contrario, seguir adelante con
mi vida.
Hace
cuatro años perdí la amistad de alguien a quien amaba, pues se enojó conmigo al
confesarle mi amor. Entonces pasé todo ese tiempo buscando una reconciliación,
pues me importaba recuperar su cariño sin intención de un romance sino
simplemente recobrar la relación perdida al principio.
Hice
muchos intentos, ofrecí disculpas creyendo incluso que mi amor le había
resultado ofensivo. Sin embargo, con el tiempo comprendí que no correspondía
humillarme, pues en esto se aplica el principio sento ergo sum es decir, siento y entonces soy, más siendo yo un
sensible escritor para quien las emociones son todo mi capital. En la entrada
anterior hable sobre que para considerarnos humanos se necesita estar
conscientes de nosotros mismos, ser capaces de comprender emociones complejas y
empatizar con el otro… Pues bien, en virtud de esto es vital reconocer como
derecho humano el poder enamorarnos de quien deseemos sin pedirle permiso a
nadie; si alguien pretende coartarnos ese derecho y decirnos a quién podemos o
no amar, sin importar su razón, está quitándonos parte de nuestra humanidad
porque no nos permite sentir. El sentimiento es parte de la experiencia humana
y una característica fundamental de nuestra individualidad pues si una persona
carece de emociones, se transforma en un psicópata o sociópata.
Puede
sonar fuerte, pero un psicópata carece de empatía y cosifica al prójimo para
conseguir un objetivo egoísta, restándole total importancia a las emociones o
el sufrimiento causado como consecuencia de su proceder. El sociópata es
incapaz de sentir culpa por el dolor provocado a otros… Digo esto sólo como una
explicación y sin intención de ofender a nadie, pues a veces llamamos psicópata o sociópata a alguien pretendiendo insultarle sin siquiera saber de qué hablamos.
Mi
punto es que si alguien cree poder enamorarse libremente, debe reconocer el
mismo derecho a otros y más en mi caso, sabiéndome una buena persona, quien se
sepa mi ser amado debería considerarlo un honor en lugar de vergüenza.
Durante
estos años he aprendido que todo tiene un límite. En el Islam se enseña esto
cuando el Profeta y Mensajero Muhammad (saws) nos dice que es aceptable sufrir
por una pérdida, pero es inapropiado dejarse la vida por un duelo.
Tomando
esto en cuenta, estuvo bien sufrir el desamor y haber pasado el duelo de perder
dicha amistad, pero nadie excepto yo puede continuar con mi vida y es momento
de hacerlo, más aún considerando que esta persona no se detuvo a un lado del
camino sino al contrario, anduvo. Sufrí, lloré y me autocompadecí lo
suficiente.
Soy
un tipo sensible, leal, volcado en sus relaciones, bondadoso, humilde,
empático, tolerante, sé reírme de mí mismo; además soy simpático, culto,
inteligente, puedo escuchar a quien me habla y en esa medida, intento dar
buenos consejos… Con el permiso de Allâh (cc) mi novela Síndrome de Estambul pronto será publicada por la editorial Profil
Kitap en Turquía, estoy escribiendo una nueva obra pero ni siquiera quiero
mencionar mi atractivo físico aunque ahora estoy cuidando mi dieta para
controlar mi diabetes y hago ejercicio, por lo cual desarrollo mi musculatura. Menciono
todo esto porque corresponde desarrollar nuestra autoconfianza; el autoestima y
la validación que tengamos como individuos no puede depender de lo que otros
piensen sino más bien, de la imagen que nosotros mismos veamos al mirarnos en
un espejo literal o metafórico. Somos lo que proyectamos a otros; si vamos
tristes o amargados por la vida, seremos tratados desde la lástima como
leprosos; si al contrario, vemos las ventajas de ser quienes somos, nuestro
círculo social también podrá verlo.
Puedo
insistir en mi empeño de reconciliarme con alguien, pero si es incapaz de
valorar mis virtudes por encima de sus limitaciones sociales o incluso
culturales –hablo de tradiciones y no de credos religiosos–, no me corresponde
lidiar con ello. La superación personal es un camino individual en el cual no
puedo intervenir para obligar a otro y que piense como yo. Somos producto de
vivencias y aprendizajes intransferibles, por lo cual no podemos compartir la experiencia
propia.
Tampoco
puedo decir que si volviera a vivir nuestro primer encuentro, haría las cosas
de otra manera, pues hace siete años no tenía la madurez que gozo ahora, por lo
cual si regresara a ese momento, bajo esas condiciones y el mismo contexto,
repetiría todo exactamente igual y es porque amar a esa persona nuevamente
sería lo único que quisiera. Actualmente sé otras cosas de la vida y no me
valido mediante un amor correspondido o un romance idílico, pero me costó
entenderlo y es que crecer siempre duele. Pero agradezco el aprendizaje, pues
significa no repetir los mismos errores en el futuro además de conocerme mejor
y tener más seguridad de cuánto valgo.
Tal
como hice con Sr. L antes de alejarme definitivamente, en este caso también le
envié a la persona una carta de cuatro páginas con varias copias para
asegurarme de que la recibiera. En ella ofrecía mis disculpas por cualquier
ofensa, empatizaba con su postura considerando las diferencias entre nosotros
aunque no la comparto, le daba todos mis argumentos para reconciliarnos
manifestándole entre ellos mi amistoso cariño. En este punto, me aseguré de
dejarle clara mi posición y que después de esto, no seguiría insistiendo pues
por salud mental e incluso emocional, debo continuar… Si quiere reconciliarse
conmigo, tiene abiertas las puertas porque mi dolor no se tradujo en odio, pero
el siguiente paso debe ser suyo pues ya hice todo lo humanamente posible. Si continua
ignorándome, daré po comprendido que nuestro tiempo compartido en esta vida
debía ser limitado y no una amistad duradera.
En
el fondo y se lo explico, esta carta de cuatro páginas cumple el mismo
propósito que mi intento de aproximarme al Sr. L, que es resolver mis asuntos
pendientes antes de dejar esta vida, para irme sin deudas emocionales. Busco la
paz con quienes alguna vez tuve conflictos, pues no creo correcto que un
problema deba darse por resuelto dejándolo en el olvido o echándole tierra
encima y fingiendo que jamás sucedió. Algunas personas son tan orgullosas o
seguras de sí mismas, que se dan el lujo de dejar atrás las cosas con una
facilidad que ya quisiera tener; pero otras como yo, damos el primer paso
porque sabemos que nadie lo dará por nosotros. Empero, no puedo por honor y
dignidad dar un segundo o un décimo paso, sin que mi contraparte deba hacer un
mínimo esfuerzo para manifestar interés; si hago todo el trabajo cuando surge
un problema, jamás se valorará mi amistad o incluso amor y peor aun, permitir
que se barra bajo la alfombra los conflictos sin jamás dialogar puede hacerle
creer al otro que ante cualquier discrepancia puede tratarme del mismo modo.
Es
cierto que hace años Sr. L y yo estuvimos distanciados durante dos meses que en
ese entonces fueron terribles para mí y luego, nos reconciliamos aunque jamás
me permitió tocarle el tema. Cuando volví de Turquía, teniendo nuestro primer
encuentro para entregarle algunos obsequios, durante toda esa tarde sostuvo una
conversación llena de insinuaciones. Sólo ahora después de años, noté que no
haber hablado sobre el conflicto o mutuos sentimientos causó que incluso
después de nuestra reconciliación, siguiera subestimándome como al principio.
Si
bien doy el primer paso para resolver un conflicto, en la actualidad pasé
cuatro años dando oportunidades para reconciliarnos y nada funcionó. Entonces esta
carta de cuatro páginas podría considerarse mi último intento a no ser que Allâh
(cc) diga otra cosa más adelante. Debo aceptar Su voluntad aunque no sea lo que
yo deseaba y en lo que a mí respecta, en ambos casos ya saldé mis deudas,
pudiendo irme tranquilo de esta vida.
Otras
personas ni siquiera son capaces de ofrecer disculpas ni reconocer sus errores.
Pero si algunas personas con quienes he tenido discrepancias no son capaces de
apreciar que fuera capaz de meterme mi orgullo en el bolsillo, no me
corresponde hacer nada más. Soy una buena persona; es lo que importa y ellos lo
saben. Tal vez su razón para no acercarse a mí sea haberse dado cuenta de que
ya no pueden tratarme como al principio, porque he cambiado y las condiciones
serían diferentes.
Además,
todos merecemos una segunda oportunidad y si hoy me la niegan, puede que mañana
comprendan su importancia cuando se equivoquen con alguien y deban solicitarla.