Hoy se cumple un nuevo aniversario del nacimiento de mi abuelita materna. Su vida fue atribulada, pero ello no fue un obstáculo para dejar grabado a fuego el ejemplo de su conducta, amor constante e incondicional entrega a cada persona que tuvo suerte de conocerla y tenerla en su vida.
Fue la luz en medio de oscuridad. Aunque a muchos de ustedes no les interese saber detalles sobre su vida, les diré más por deber que por mero capricho, cuanto tuvo no fue más de tres posesiones: su amor, su lealtad y su escrupilosa rectitud.
Familia, amigos y conocidos eran absurdos estereotipos a los que ella no se restringía para entregar cariño sincero. Lo mismo, hizo que a su deceso cundiera el desgarro en las almas de quienes la conocimos.
Pocas son las personas que, pudiendo presumir de valorable nobleza, no lo hacen. Menos las que aman hasta el punto de despreciar sus sueños en virtud de felicidad ajena, sin esperar retribución ni quejarse al recibir pago insuficiente. ¿Y es que acaso, existe modo alguno para agradecer en proporción a tan sobrecogedora prestancia maternal?
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