«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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domingo, 6 de septiembre de 2009

El Príncipe Azul existe y yo lo conozco

Es tarde y llueve, como lo ha hecho todo el día. Sin embargo, aunque debería hacerlo siempre, hoy es para agradecer... He recibido el mejor obsequio que en mucho tiempo se me había negado.
Producto más de la pereza que del resfrío padecido estas últimas jornadas y en parte también, por el vano intento de eludir otro día de la marmota en cuyas horas la tinta del escritor se ha secado, estaba dispuesto a permanecer casi inanimado, en el estéril lecho que por tanto tiempo ha estado vacío del súbito sueño primaveral al cual muchos solíamos llamar Amor.
Me dispuse a ratos mirando televisión sin ver realmente el programa transmitido, como hacer algo sólo porque sí. Ignoraba pues, como cualquier otro ser humano que no goce la facultad del Oráculo, lo que me disponía el aparentemente tan sombrío día.
Quien antes ha leído este blog, sabe que muchas veces reniego del Príncipe Azul o del odioso cuento de hadas que siempre finaliza con "y vivieron felices para siempre", aunque muchas veces quien lo cuente sea una anciana sin marido.
El lector que además de juntar las palabras en frases, se haya dado a la labor de comprender el texto, sabe perfectamente que afirmo ser desprejuiciado, aunque muchas veces en ciertos temas, me doy el falso privilegio de analizar situaciones como un simple espectador en el teatro de la vida, sea porque me resulte más cómodo o porque el escritor suele mirar las vivencias propias como parte de su literatura.
Hoy grandes prejuicios míos se han manifestado dándome una fuerte bofetada, al tiempo que el mítico Príncipe Azul se ha hecho carne y hueso. ¿Cómo es esto posible? Pues gracias a un reciente conocido en aquellas redes sociales tan difamadas, al cual simplemente llamaré Sr. L para proteger su identidad y las revelaciones que de él obtuve.
Ya no creo que todo homosexual vaya por la vida buscando sólo sexo. Ahora sé que toda persona sin importar su orientación, busca el amor verdadero, tarde o temprano. Es una invariable sin importar la edad... Juzgar la promiscuidad como actitud ligera de reemplazo pasajero del amor, es subestimar la experiencia que algunos adquieren en tanto buscan. Esta conducta sólo adquiere un mal carácter si es sostenida en el tiempo, después de encontrar el amor verdadero.
Casi sin tener una razón bien definida, me levanté en pijama a estar apenas una hora frente al monitor del ordenador, como si para mí ello fuese posible. Mi sorpresa fue mayúscula al ver en el buzón de entrada de mi correo electrónico, dos mensajes del Sr. L que resultan inusuales, dada nuestra reciente interacción.
En virtud de que hasta ese momento y sin conocerle lo suficiente, mi intención no iba más allá de forjar una posible futura amistad, me entregué al capricho de buscarlo en el chat falto de expectativas. Ahí estaba, poniéndome en la encrucijada de hablarle y estrechar más los lazos o bien, ignorarle para seguir sumido en la negrura de mi catacumba, que apropiadamente mi familia denomina habitación. Opté por lo primero, resultándome más grato y productivo.
A esta hora sé que de haber hecho lo contrario, me habría arrepentido el resto de mi vida, por perder la oportunidad de conocer a quien casi todos creemos parte de un cuento infantil, además de una persona cuyo corazón carece de limitaciones para amar, con alma tan inmaculada como la de un niño y espíritu refrescante.
Hicimos corta, intermitente y superficial interacción antes de que me pidiera un número telefónico de red fija. Sin pensarlo dos veces, y como a menudo ocurre cuando una persona es impulsada por los juegos favorables del destino, accedí a dar la información solicitada... Un minuto transcurrió y el Sr. L estaba hablando conmigo en lo que aparentemente era un desahogo.
Al terminar la charla y sin perder oportunidad, solicité que me enviara por correo electrónico su número de móvil, redactando después un mensaje con mis datos de contacto y la dirección de este blog, por si quisiera seguir desahogándose.
Ésta fue la puerta de entrada a un documento que bien podría considerarse su diario, al cual me dio acceso sin reparo en un gesto de confianza absoluta que muy seguramente, con pocas personas ha tenido.
Desde ese momento y hasta ahora, no pude parar de leer y sorprenderme con los evidentes paralelismos que tienen nuestras vidas, aparentemente tan dispares. Sus pasiones y repudios, amores y desamores, experiencias y sueños, esperanzas y desilusiones... Ahora no puedo excusarme diciendo que me falta conocerlo para considerarlo amigo, confidente, camarada e incluso, alma gemela. Afortunada es su criatura amada, tanto como su amante y más aún, si ambas son la misma.
Claro está que su vida y la mía han tenido caminos distintos, pero muy similares... Al leer sus escritos, no pude evitar cuestionarme cuánta propiedad poseo para oficiar de escritor, si salvo las típicas faltas gramaticales, su prosa es excelsa en tanto revela la sobrecogedora calidad humana del autor. Mientras yo me siento frente al infranqueable muro de la página en blanco, buscando inspiración divina, el Sr. L escribe sin esfuerzo ni premura, motivado por la increíble energía de la fragilidad humana videnciada, tan hermosa y solemne en sí misma.
Nuestras búsquedas del amor han sido igualmente erróneas o acertadas. Él por su lado, ha escogido la valentía de experimentar y sufrir. Yo en tanto, me he conformado con la cobardía de observar distante los cuentos de hadas ajenos.
A lo largo de la historia humana, el Príncipe Azul ha sido incesantemente buscado por quienes pretenden encontrar un hombre perfecto. El Sr. L en cambio, posee defectos y limitaciones humanas, siendo esto lo que le da la cualidad de perfección... La gente está tan ciega, que no lo ha visto aún teniéndolo delante, pero ante mí se ha revelado incondicionalmente en su magnificencia.
Cuánta razón lleva mi amigo Francisco, al decirme que quienes pudieran satisfacer mi corazón, se asustan ante la innegable y manifiesta maldición de mi claridad en cuanto a lo que espero, sueño y pretendo de la vida... Tanto así, que con soberbia he llegado a creer en la imposible existencia de otro ser humano con tal claridad. Hoy sin embargo, el Sr. L se muestra hermosamente desnudo, de alma diáfana, tan similar a mí que me resulta el reflejo del espejo, como dos hermanos separados al nacer y obligados a recorrer sendas distintas, hasta que por complot de los dioses se hallan uno frente al otro.
Por años he refunfuñado contra Anteros, dios del amor correspondido y vengador del amor despreciado. Ahora la verdad se muestra ante mí tan transparente como el cristal: mientras yo permanecía aquí, encerrado en casa y seguro de los males que a menudo trae enamorarse, Anteros se ocupó de proteger cuanto pudo al Sr. L en su odisea amorosa, que le ha magullado el corazón.
Él tiene a su abuela, quien lo crió; yo perdí a la mía poco tiempo después de que me criara. Sueño con amanecer al lado de la persona amada por muchas mañanas y él, también. He sufrido la muerte de amores muy intensos y él, ha llorado nuestra pérdida. Hemos tenido apasionados encuentros, aprendiendo las particulares lecciones. Añoramos lo que ya perdimos, como la inocencia de nuestras infancias. Antes desdoblamos nuestros espíritus, para regresar a ese punto de partida donde nos sentíamos seguros y plenos, sea su hogar en provincia, lleno de recuerdos o los mantecados que mi abuelita Ester me obsequiaba, antes de que la diabetes me afectara. Ambos gozamos de la certeza en la existencia de Dios.
Me he cegado creyendo que las vivencias de otros merecen mi juicio, pero la similitud entre el Sr. L y yo en éste y otros aspectos son tantas, que al leer su diario no tuve más alternativa, debiendo reconocer sus experiencias como propias. Entonces, recobré la humanidad tan apreciada y de la cual muchas veces me jacté diciendo "A diferencia de ellos, no perderé mi humanidad por considerar a otras personas como pañuelos desechables luego de haber compartido el lecho" y tanto me abstuve de ello, que sin darme cuenta, perdí lo que en parte nos hace seres humanos: nuestra capacidad de amar.
Ahora sé que el cuento de hadas se hace realidad sólo si el Príncipe Azul encuentra a alguien que le dé la talla. ¿Cuántas oportunidades de amar habré perdido, porque esperaba egoistamente que mi cuento de hadas se hiciese realidad, mientras alguien más desde la sombra me veía como su Príncipe Azul? Y esta pregunta jamás tendrá respuesta en esta vida.
El Sr. L se siente vacío. La verdad es que yo también y sólo espero ser digno de ayudarle a superarlo y de que algún día desee ayudarme. Quien lea su diario, inevitablemente pensará que personas como él merecen el favor de Dios y al final, aún contra nuestra voluntad, sus palabras nos inspirarán nobles sentimientos, deseos de ser aquella persona a la cual abrace cada noche y con quien viva muchos días, al son del más verdadero afecto. ¿Seré digno de compararme con él?
Como escritor, novelando su vida me aseguraría un Best Seller. Sin embargo, Dios es el único autor capaz de registrar la existencia del Sr. L sin denigrarla a las impuras letras.
Nada más hay que pueda yo decir sobre el Sr. L, excepto que mi más sincera esperanza es en un futuro cercano, ser visto con los mismos ojos que lo vi hoy. El Príncipe Azul existe, y yo tengo el privilegio de conocerlo íntimamente, con sus virtudes y defectos, tan noble como cualquier ser humano puede llegar a ser si se lo propone, sólo que en él, esto es innato.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has conmovido. gracias, no me lo esperaba.
Sr. L

Anónimo dijo...

Carlitos que alma tienes , y que bueno que hayas encontrado a el "principe azul", creo que todos en algun momento lo buscamos, algunos con mas suerte que otros lo encuentran, otros aun seguimos en esa lista de espera. Suerte!

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.