Despidiendo a Odiseo

¿Podríamos hablar un momento? Tan sólo eso te pido y si quieres, después podrás irte libremente, sin que ofrezca resistencia a tu partida.

Hace poco mi vida estuvo vacía y sin mayores alientos, obligándome al esfuerzo diario para abrir los ojos cada mañana y aunque por mi ventana penetrara el sol, sólo veía oscuridad por las manchas que esta vida ha dejado en el otrora inmaculado velo de inocencia.

Pretender no quiero, acusarte de efecto alguno, ni sudar para decir con bellas palabras cuanto siento ahora y que expuesto del modo más simple, es bello sin necesitar vulgaridad castellana rimbombante.

Desde hace un tiempo aprendí que ninguna vivencia debe ser exhaustivamente apreciada, pues sólo ocurre si es el deseo del caprichoso y calculador destino. Por ello, no exalto demasiado haberte conocido, aunque sí agradezco discretamente tu presencia, justo cuando preparaba mi alma ante una aparente soledad perpetua.

Donde antes hubo espejismos seguidos de un profundo desierto, hoy nuevamente existe el hermoso oasis del esquivo Anteros, quien me aguarda acariciando su barba, mientras ofrece al invitado el dulce dátil de tu beso.

Es así la enmarañada red de las moiras, distribuyendo gran parte del sufrimiento, felicidad, ilusiones y amores. Quieran ellas atarte a mi lado por apenas un segundo más, para renovarte la invitación a esta morada, compartir contigo otro día, disfrutar el amanecer que ahora me roba sonrisas espontáneas.

Aprendí antes a no esperar más y disfrutar las pequeñas muestras dichosas que la existencia nos brinda. Así pues, te concretas en un cuerpo pleno, saliendo de mis quimeras.

Sea cual prefieras tu camino, mis labios siempre cantaran tu nombre, llevándote en el viento un mapa de regreso a la mesa servida y el perfumado lecho. Cuando vuelvas, no olvidaré pedirte que me ames hasta mañana, deseando secretamente detener el alba.

Eso es todo. Ya sabiendo esto, puedes emprender tu viaje, porque aquí estará tu hogar.