Asceta renegado del amor

A quien le siente, que se lo ponga.

Intento no sacar las cosas de contexto, pero extraño aquel tiempo en que ser diferente era genial, porque todo el mundo me miraba como esperando grandes hazañas de este contestatario ser y ahora muy a mi pesar, estoy convirtiéndome en uno más entre la multitud, donde con suerte soy hallado por las personas inadecuadas.

Tanto tiempo perdí empeñado en ser único, que por mi exclusividad nadie se acercó lo suficiente para verme más allá de la forma y llegar al fondo.

Soy como un acertijo sin respuesta al cual ya nadie presta atención. La pregunta final que hizo una esfinge moribunda.

Me siento tan ajeno a este impío mundo, que por mucho esforzarme para ser aceptado, terminé siendo lo suficientemente corriente como para no seducir a nadie.

Perdí años temiendo un hipotético rechazo del ser amado que cambiaba su nombre, rostro y apariencia cual Proteo. Y tan paralizado quedé ante una posible negativa, que hoy cuando por fin me atrevo a revelar mis sentimientos, nadie los acoge. Entonces ahí quedan, expuestos al inclemente invierno de la indiferencia ejercida por quienes amé.

Tan cruel ha sido Anteros conmigo, que destinado he sido por las Moiras a marchitarme lentamente en silencio, pues irrelevante es mi grito de auxilio si nadie lo quiere oír.

Sería más afortunado confinándome en una cueva del Olimpo, pues al menos tendría el consuelo del ostracismo autoimpuesto al que gustoso se somete el asceta, en lugar de esta condena forzosa viendo diariamente a los amantes divirtiéndose con mi soledad, mientras presumen sus besos y caricias.

No es envidia, sino más bien lamentación, resignación y reproche por aquel "Algún día" que jamás llega. Los dioses saben que no soy eterno, por ello si ese plazo se cumple cuando esté exhalando mi último suspiro, tendré pleno derecho de dar la espalda para cerrar los ojos por última vez, pero sin soñar como todas las noches.

Ante tanta vicisitud, no creo ser extremista al mirarme en un espejo y verme como el Job del amor, siendo constantemente probado al presentarme amantes que jamás me amarán. Por ello, reniego de las adolescentes ilusiones o esperanzas permanentes y claudico.

Anteros, vengador del amor despreciado y dios del sentimiento correspondido, me ha olvidado más veces de las que puedo contar. He sido su blanco para probar cada flecha, pero se niega rotundamente a concederme tan sólo una, destinada a quien yo quiera.