«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

Comenta en este blog

Selamünaleyküm: No olvides dejar al final de cada artículo tu comentario para el autor de este humilde blog que acabas de leer. Tus opiniones serán tomadas en cuenta para mejorar el contenido en la forma y el fondo.

Si esperas respuesta a tu comentario, debes buscarla dentro de la misma sección del artículo que comentaste. Gracias. Selam.

Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

Sobre Facebook

Por favor, si me agregas a Facebook, envíame un mensaje privado diciendo que has visto mi blog, para saber dónde me encontraste. De lo contrario, tu solicitud podría ser rechazada por seguridad. Muchas gracias por tu comprensión.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La adivina estaba en lo cierto

Lo malo de estar en reposo enfermo y adolorido es que se tiene mucho tiempo para pensar. Seguramente quienes me leen en español ya saben de sobremanera cuánto me gusta Turquía y las razones para ello, pero lo único malo de sentirse tan atraído por un país extranjero es que tarde o temprano uno debe volver a la triste realidad e inevitablemente se extrañan más las amistades que los lugares conocidos.
Cuando recuerdo un sitio específico como Sultanahmet por ejemplo, me es intrínseco escuchar a Mismo Mismo dándome algún detalle histórico interesante. Pero ahora que han transcurrido cuatro meses desde mi regreso a Chile, tengo la muy desagradable sensación de que nos hemos alejado por circunstancias de la vida. Como si esto fuera poco, además Ahmet está a poco de irse para siempre, tras terminar su tesis.
Así que en resumen, no sólo me he distanciado de Mismo Mismo por sus impostergables y muy entendibles quehaceres, sino además perderé a quien no sólo fuera mi profesor de turco, también un muy querido amigo.
¿Y dónde queda ese ideal turco de la amistad, bajo cuya premisa estas relaciones duran para siempre? Como concepto es muy bonito y hasta utópico creer que las amistades prevalecen sin importar tiempo ni distancias. Empero, en la práctica me he dado cuenta muy a mi pesar, que un amigo chileno y uno turco son iguales porque, dadas las circunstancias del destino que no podemos controlar, la separación es como la muerte: inevitable.
Cuando estuve en Estambul, una adivina del café me presagió que le temo a la muerte de los amigos. Me preocupé muchísimo cuando lo dijo. Pero ya en Chile, entendí que se refería a la separación, al distanciamiento que actualmente me aleja de mis tan queridos amigos turcos.
En otros tiempos seguramente me hubiese muerto de la angustia sin Internet, porque gracias a esta red mundial he podido mantener contacto esporádico con quienes me importan estando aquí y allá. Pero a veces ni siquiera este adelanto tecnológico que progresa cada día, es capaz de calmar mi desasosiego. En ocasiones escribo queriendo saber cómo están, qué ha sido de sus vidas durante mi ausencia, cómo ha estado su día o su semana y simplemente me responden un escueto «Gracias amigo. Estoy bien. Cúidate, nos vemos. Chao». Resulta bastante entristecedor ver que no hay ningún «¿Cómo estás tú?». Nótese que uso condicional al decir que pareciera no haber interés alguno de comunicarse conmigo realmente. No lo estoy dando por hecho, así que espero no haber herido a nadie.
Como tampoco soy una pobre víctima ni pretendo la compasión colectiva, reconozco que siempre hincho las pelotas escribiendo a diario y seguramente llega el momento en que mi insistencia aburre. Hago esta autocrítica porque sería completamente injusto decir que la gente me ignora por maldad. El trabajo, los estudios, las responsabilidades que sobrevienen cuando eres adulto y el cansancio tras una ardua jornada, les impide a mis amigos turcos estar al pendiente de responder con detalle cada mensaje diario que les escribo… En ello soy consciente, créanme.
Por otro lado, no es ningún consuelo darme cuenta de que mamá tiene razón y soy una persona pasajera, olvidable. Mientras estoy presente, la gente me quiere muchísimo e incluso lo demuestra. Pero en cuanto me aparto apenas dos metros u ocho mil millas, quedo completamente solo. No es que esté desesperado buscando amigos, pero hay quienes dicen que el roce hace el cariño y sería bonito que de vez en cuando ellos tuvieran la iniciativa escribiéndome. En general, tengo amistades conductistas es decir, reaccionan a un estímulo dando una respuesta. Para ser más claro, se limitan a responder de manera escueta los mensajes que les escribo, pero si yo no escribiera, ellos tampoco lo harían fuera por falta de tiempo o desinterés, que también es posible.
No obstante, debo reconocer que durante el último tiempo Ahmet y Mismo Mismo han sido dos de mis mejores amigos, preocupándose por mí y estando presentes cuando les he requerido sentimentalmente. Supongo que ni siquiera ellos se imaginan cuánto o por qué los necesito tanto, pero así es y ahora debo acostumbrarme a que por diversas razones se alejen. Como dije antes, no es la primera vez, pues ya soy un experto teniendo amigos turcos que siendo excelentes personas, demuestran su nobleza al máximo y finalmente, se van porque la vida así lo quiere.
Ellos dicen que las distancias no importan si somos amigos, porque «Compartimos un mismo cielo. Vemos el mismo sol y la misma luna». Apenas escribo esta frase, mi alma se sobrecoge porque recorro la sala de mi casa y no puedo evitar pensar que soy pobre y carezco de los medios para tomar un avión a Turquía cuando quiera verles, escucharles y abrazarles. Es en parte como si fuese prisionero de mis propias limitaciones aquí, pero nadie lo entiende.
Es aquí donde entra Internet con todas sus redes sociales, como la gran maravilla. Ahmet consuela a Karina diciéndole que cuando se haya ido, al menos podrán chatear, pero ella argumenta con razón que no será lo mismo. El privilegio de compartir, salir, conversar y forjar una amistad con todo el trato que ello implica, es incomparable. Podemos tenernos agregados en cuanta red social exista, pero llegará un momento en el cual por deberes o cansancio pensaremos «Mañana me conectaré para chatear. Mañana le escribiré un correo electrónico», pero no pasará de ser un simple propósito porque ese «Mañana» nunca llega y cuando menos nos demos cuenta, habrán pasado treinta o cuarenta años hasta que un día, sentados en nuestras sillas de ruedas y tapados con gruesas colchas habiéndonos llegado los años, nos preguntaremos «¿Qué habrá sido de mis amigos, a quienes tanto quería y jamás volví a ver?», pero podría ser demasiado tarde porque en el otro lado del mundo, aquellas amistades que tanto significado tuvieron, tal vez estén muertas y ni siquiera nos habremos enterado.
No nos engañemos, si es lo que acaba pasando aunque suene desalentador, porque la vida nos hace priorizar distintas cosas a medida que superamos etapas. Aquellas amistades del colegio, que creíamos tan imperecederas, son las mismas que olvidamos cuando trabajamos, nos casamos o tenemos hijos. Ante esto, no hay promesa que valga.
Sí, es verdad que Ahmet gentil y sinceramente me ha prometido recibirme si algún día regreso a Estambul, de igual modo que Mismo Mismo hizo otras promesas sellándolas con un inquebrantable «Erkek sözü» y sin embargo, debí anotar todo en mi diario íntimo, pues aunque parezca gracioso, ni bien volví a Chile y chateando un día, ya había olvidado todos sus compromisos no por tener mala voluntad sino simplemente porque la memoria no lo favorece. Y por otro lado, mi retorno a Estambul es tan improbable por falta de dinero que tal vez si algún día vuelvo, sea un nieto de Ahmet quien me reciba, sin tener idea de quién soy porque jamás le habrán hablado sobre este chileno molestoso con complejo de turco exiliado. Es que realmente sentí como si hubiese regresado a Chile por obligación, ¿pero cómo le explico a un turco que en su país encontré la felicidad? Aun si tuviese todo el dinero necesario para vivir allá, nada me garantiza que podría retomar mis amistades plenamente, como cuando estuve con las chicas y todo fue miel sobre hojuelas (o casi todo). Nada me asegura que Mismo Mismo y Ahmet estén siempre presentes.
No quisiera ser un estorbo en sus planes, pero a veces siento que debo disculparme por molestarles tanto con insignificancias y exigencias como «Bana haber ver!!». Inevitablemente un día Ahmet, Karina, Mismo Mismo y yo tomaremos nuestros respectivos rumbos, sin extrañarnos que en el buzón de entrada no tengamos mensajes. Ninguno recordará que una vez algunos pensamos incluso vivir juntos, viajando y escribiendo. En esto, las mal llamadas redes sociales son nocivas para nuestras relaciones de cualquier tipo, porque nos conformamos con ver noticias de amigos o contactos en la página de inicio y ya ni perdemos tiempo escribiendo un comentario o preguntando cómo están porque realmente nos interese… Asumimos que si escriben en sus muros están vivos y si viven, deben estar bien. Al poco tiempo no somos más que una foto de perfil e información fría en aquella página. ¿Y qué pasó con todo ese cariño que decíamos sentir entre nosotros? Se enfrió sin darnos cuenta y un día, por falta de comunicación, nos han eliminado de sus redes.
Señoras y señores, turcos, chilenos o de donde sean: a mí no me interesa tenerlos agregados porque se vean bonitos en sus fotos de perfil. Si me tienen agregado en algún directorio o red social, dense el tiempo para cultivar una relación conmigo y esfuércense por mantenerla viva más allá del teclado, de igual modo que hago yo con ustedes. No me interesa ser como Roberto Carlos y tener un millón de amigos que nunca me escriben, ni me hablan ni se conectan para chatear. ¡Mierda! Si en realidad me quieren como dicen, en honor a ese cariño que alguna vez me demostraron cuando estuve a su lado, organicen su tiempo para escribirme algo que merezca la pena leer y responder.
Sí, ya sé que el párrafo anterior suena tan intransigente de mi parte, como si no me importase todo lo que ocupa el tiempo de mis amigos o lo atareadas que indudablemente son sus vidas en comparación a la mía, un verdadero día de la marmota. Yo comprendo que tras un extenuante día de estudio o trabajo, quieran descansar en lugar de conectarse a Internet para chatear o escribir un mensaje. Tal vez esté perdiendo valiosos puntos con estas palabras, pero le he pedido a Ahmet que las traduzca al turco, para evitar malentendidos, porque no quiero ofender en absoluto.
Sin embargo, como dijo Isabel Paterson «Uno no hace amigos; los reconoce a medida que los va encontrando». Es bajo esa premisa que para mí resulta tan importante cultivar las amistades rigurosamente a diario. En las relaciones, jamás me ha gustado dar por sentado el afecto, pues es así como uno abandona la laboriosa pero al mismo tiempo agradable empresa de alimentar ese cariño. Cuando creemos que nuestros seres queridos siempre estarán presentes, los descuidamos. Y en cuanto a reconocer amigos, no puede ser simple coincidencia que haya viajado hasta Turquía para conocer a Mismo Mismo, Arzu, Dürdane y otros. Se trata más bien de Dios, el destino, nuestra propia voluntad o todo eso combinado. ¿Sería prudente, en mi humilde condición humana imperfecta, dejar morir estas amistades porque falta tiempo o bien, debería poner todo mi empeño en cultivarlas hasta que el cariño sea tanto como para realmente superar distancias y diferencias horarias? Aunque me duela admitirlo, algunas veces he creído que mis amistades turcas tenían fecha de vencimiento, pero luego me escriben algún amoroso mensaje y la flor que parecía estarse marchitando vuelve a su esplendor original.
Mismo Mismo y yo tenemos algunos proyectos que me gustaría realizar en el tiempo, aunque sé que para él podría ser complicado compartir su espacio con un escritor enfermizo como yo, pues además reconozco cuan difícil es entenderme y soportarme…, sí, soportarme porque a veces soy insufrible. Empero, esta madrugada anoté en mi diario íntimo algo de lo cual me di cuenta repentinamente: «Soy un simple escritor, cuyos escritos serán guardados hasta que las generaciones de esta familia hayan olvidado mi nombre». Dios quiera que mis amigos no lo olviden tan pronto y al contrario, se esfuercen por recordarlo. Así mismo, en el plano afectivo, si no es mucho pedir, ruego a Dios y a mis amigos que nuestra relación jamás sea una flor marchita.
Ciertamente Karina, Ahmet, Mismo Mismo y yo haremos nuestros caminos, pero nada me gustaría más que hacer el mío junto al de ellos, pese a los obstáculos que por capricho nos ponga la vida. Resulta tan desalentador pensar hasta cierto punto en nuestras relaciones, como documentos que terminan archivándose periódicamente. Preferiría envejecer renovando aquellos documentos y que siendo ancianos, no nos preguntemos «¿Qué habrá sido de mis amigos, a quienes tanto quería y jamás volví a ver?» sino más bien «¿Recuerdan el día en que nos conocimos y comenzamos a querernos?». Pero para ello, hace falta más trabajo que cuatro meses estudiando turco o tres semanas paseando por Turquía. Lograr ese tipo de relación requiere del trabajo constante de toda una vida, pero merece la pena y el resultado podría ser más de lo que uno espera, porque el límite del amor es sólo cuanto nosotros queramos.

No hay comentarios.:

Gracias por tu visita

Si llegaste a este blog y lo leíste, agradezco que me dedicaras un poco de tu tiempo.

Asimismo, te invito a dejarme tus comentarios, sugerencias, peticiones y críticas constructivas en los posts.

Por último, si te agradó, puedes añadir un vínculo de La Pluma Dorada en tu página web, blog, fotolog o espacio personal y así, colaborar al crecimiento de este humilde rincón. También te invito a convertirte en seguidor.

Espero tenerte de regreso; siempre serás bienvenido. Hasta pronto.

Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.