«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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viernes, 6 de abril de 2018

Redes insociables

Hoy estaba reflexionando sobre las nuevas generaciones y las relaciones interpersonales. Me di cuenta, para horror mío, de que las redes sociales han contribuido la nada misma a fortalecer los lazos humanos; no estoy hablando de la filtración de datos ocurrida en Facebook sino de algo que le escuché decir a la psiquiatra María Luisa Cordero, quien postula que el cerebro humano es programable y en las últimas generaciones se ha manifestado un cambio mayúsculo, porque nos hemos acostumbrado a interactuar sólo desde la pantalla –ordenador, tableta o teléfono móvil–, perdiendo habilidades sociales tan fundamentales como la conversación o la empatía y aquí está lo peligroso.
Para considerarse ser humano es necesario cumplir con tres condiciones: estar consciente de uno mismo, tener la capacidad de comprender emociones complejas –como el amor– y empatizar con el otro… La parábola del buen samaritano es un perfecto ejemplo de esto, pues aunque seas completamente contrario al prójimo –palabra de la cual se deriva próximo–, debes ser capaz de solidarizar con él ante su padecimiento.
Actualmente sin embargo, en las relaciones predomina el interés por complacerse a sí mismo, despreocupándonos lo ocurrido con la contraparte y hablo de nos sólo para integrarme, pues estando consciente de tal asunto, sería hipócrita de mi parte actuar así. Súmese a esto que las redes sociales siempre han servido como letrina para mentes enfermas que escondidas tras un pseudónimo o una falsa foto de perfil, despotrican indiscriminadamente sobre todo asunto posible, opinan acerca de personas que públicas o no, siguen siendo objeto del hostigamiento cibernético, como si ser famosos les quitara el derecho a cometer errores.
No es mi intención defender a alguna celebridad particular ni mucho menos sino más bien, manifestar cómo nuestra programación psicológica ha cambiado paulatinamente desde aquellos tiempos en que para comunicarnos con alguien distante, contábamos con las cartas y la línea telefónica fija hasta ahora que teniendo chat, redes sociales, telefonía celular y otros medios, llamamos amigos a quienes jamás hemos visto en esta vida mientras que a aquellos supuestamente más allegados no somos capaces ni siquiera de preguntarles cómo están.
Nos hemos ido transformando en psicópatas autistas sin darnos cuenta –no estoy diciendo que estas condiciones tengan relación–, pues algunos sólo tienen seguidores para alimentar su descomunal ego pero ni siquiera son capaces de saludar sin tener en sus manos algún aparato.
Para mí en cambio, toda relación es como una negociación emocional basada en el quid pro quo –tanto me das tanto te doy– y por lo tanto, si bien siempre hay uno capaz de querer más que el otro, no puede llegar al punto en el cual la balanza se incline completamente a favor de alguno.
Ahora la satisfacción personal sobrepasa los límites hasta alcanzar el hedonismo más absoluto y no lo digo desde una perspectiva fanática sino práctica. Hace meses vi en el matinal Hola Chile una nota sobre las ruletas rusas sexuales. Para quien no lo sepa, la ruleta rusa es un macabro juego suicida en el cual cierto número de personas detona un arma de fuego que sólo tiene una bala en el cargador, hasta que algún participante se dispara y muere… Pues bien, la variante sexual es que un grupo de personas se reúne para llevar a cabo una orgía sin utilizar condones y todos saben que un participante es seropositivo; lo pretendido es que alguien se contagie, pero es absolutamente tonto puesto que al tener relaciones grupales habrá más de un resultado positivo. ¿Cuál es la gracia? Sentir la adrenalina de arriesgarse.
La gente comete el error de pensar que el VIH es similar a la diabetes, una enfermedad tratable. Sucede que antes este virus contaba con una monoterapia de la cual pocos enfermos tenían buenos resultados y ahora, con la triterapia es posible tener una mejor calidad de vida. Sin embargo, eso no significa que dejar de lado el autocuidado.
Parte de la madurez implica cuidarse a sí mismo, ser responsable de la propia persona. Empero, cuidar a tu pareja en el sentido de no contagiarla con alguna enfermedad de transmisión sexual también es muestra de empatía, pues es una muestra de afecto cuidar a quien nos despierta interés emocional.
Del mismo modo, en algo tan banal como una primera cita también debe considerarse el quid pro quo, pues ambas partes deben divertirse. ¿Cuál es la importancia de una primera cita y por qué nos debe interesar que el otro disfrute con nosotros? Pues porque sólo puede darse una primera impresión y todo encuentro podría ser el inicio de una relación con prevalencia en el tiempo. Nuestra carta de presentación es la conducta que mostramos públicamente, pero si siempre nos importa sólo nuestro bienestar o autocomplacernos, podríamos correr el riesgo de quedarnos solos; lo malo es que ahora eso no nos importa, pues creemos ser autosuficientes en todo, incluso considerando el aspecto emocional.
Antes habiendo menos medios de comunicación, da la impresión de que podíamos relacionarnos mejor pues al tener un círculo social mucho más reducido, podíamos dedicarle tiempo de calidad a quienes teníamos cerca mientras que ahora, pudiendo acceder relativamente a gente de otros países e incluso otros continentes, dejó de importarnos lo sucedido a nuestras familias y reemplazamos una buena charla por el Me gusta… Me ha ocurrido que a veces publico un estado diciendo «Estoy enfermo» y no falta quien pone un Me gusta casi de manera automática. Entonces no puedo evitar preguntarme si acaso les alegra mi enfermedad o ni siquiera saben qué están leyendo.
Así me ha sucedido también con la poca o nula comprensión de lectura de algunos cuando publico un estado referente a algún tema específico y hacen comentarios hablando sobre cualquier cosa que se les ocurre. La gente a veces es tan autorreferente, que no respeta los espacios ajenos; así me sucedió en las últimas fiestas patrias por poner una foto de los símbolos patrios como son bandera y escudo, pues una usuaria peruana me comentó sacándome en cara el resultado de la Guerra del Pacífico y la ley de aborto promulgada por la ex presidenta Bachelet. Oye, si no te gusta mi país ni nada relacionado, pues simplemente no vengas ni agregues chilenos en tus redes sociales; pero lo más importante, si tienes una opinión chilenofóbica, exprésala en tu muro y no el mío.
Mi punto es el mismo que toqué casi al inicio de este artículo. Algunos usuarios sólo quieren echar basura encima de otros y son resentidos poco empáticos, cuya característica secundaria es un fanatismo enfermizo que les obliga a imponer sus nocivas opiniones a otros, sin importarles los sentimientos causados. Algunos incluso se preocupan de autosatisfacerse incansablemente, pues no tienen un límite; éste debería ser si no el cariño que tengan por alguien, al menos el respeto por su condición humana: las personas no son cosas que puedan utilizar como canal para desahogar sus frustraciones ni para alcanzar algún objetivo personal.

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.