¿Hace cuánto que no escribo sobre Sr. L? ¿Dos años
aproximadamente? Bastante me parece. Pues bien, un par de semanas atrás me
escribió brevemente pidiéndome desbloquearlo en Facebook porque necesitaba
hablarme sobre la copia empastada que le obsequié de ¿Con cuántos hombres has amanecido? en dos mil diez.
Resulta que hace dos años me planteé la idea de saldar todas mis
cuentas pendientes o al menos las que más pudiera y por ello, le escribí
intentando darle una explicación del por qué me había distanciado tras volver
de Turquía; en esa oportunidad mi idea fue intentar irme ligero de esta vida
pero como ya habían transcurrido seis años desde nuestro distanciamiento,
obviamente él no quiso profundizar en mis motivos y mucho menos retomar la
amistad, argumentando que nuestros caminos eran distintos y teníamos demasiadas
diferencias… En fin, una de esas frases típicas suyas para decirme de manera
poética o eufemística que somos incompatibles. Pensando que era justo
permitirle continuar con su vida despreocupándose de mí y sin tenerle rencor
alguno, volví a bloquearle pretendiendo desaparecer de su mapa.
Ahora y más o menos en el mismo plan de aligerar su carga para
quedarse con lo estrictamente necesario, Sr. L ha decidido deshacerse de todos
sus CD’s, DVD’s, libros e incluso su colección de Malú Gatica, que seguramente
consideraba un tesoro; entre aquellos bienes estaba el ejemplar firmado de Alma Negra que se compró, una novela de
Truman Capote y tal vez una copia de la película Capitán pirata que le obsequié habiéndola bajado de internet. Sin
embargo, ¿Con cuántos hombres has
amanecido? es una novela inédita que todavía ni siquiera tengo pensado
publicar y por lo tanto, amablemente prefirió devolverme la copia en lugar de
dejarla por cualquier lado.
Ayer por la tarde, cuanto finalmente nos encontramos en su
departamento, me explicaría además que no era tan fácil donar una copia inédita
a una biblioteca municipal y de hecho, se la habían rechazado según le entendí,
por no contar con un permiso del autor. Ya sea que pretendiera tener un gesto
de consideración –prefiero creerlo– o simplemente porque no se la recibirían en
ninguna parte, es bueno tenerla de regreso sabiendo que además de él, ninguna
otra persona podría cuidarla mejor que yo.
Hasta ahí el punto práctico, porque en los días previos me había
asegurado que tenía la mejor disposición pues quería verme y saber de mí, pero
entendía si yo no quería verlo e incluso me ofreció que mamá fuera a recoger la
copia. Por mi parte, acepté su invitación porque tal como él me explicaba, si
bien nos distanciamos, no nos convertimos en enemigos y si hubiera enviado a
otra persona en mi lugar, habría sido como decirle que todavía tenía conflictos
sin resolver. Empero, para ser sincero, hasta ayer ignoraba qué esperar de
dicha reunión, si bien sabía que en determinado momento deberíamos abordar
nuestro distanciamiento.
Todo fue tranquilo pero hubo instantes en los cuales no pude
evitar sentirme como si lo hubiese visitado apenas al día siguiente de nuestro
último encuentro en dos mil once. Llegó el momento de darle la oportunidad que
hace ocho años le negara para cerrar por su parte nuestra historia porque
habiéndolo hecho unilateralmente provoqué según sus palabras, una desazón o
desilusión al no reconocer a su apreciado Carlitos en ese tipo capaz de
cerrarle todas las puertas sin darle ningún explicación. Desde luego puedo comprender
cuán difícil le debió resultar durante este tiempo intentar conjugar ese cariño
que aún me tiene y del cual no tengo por qué dudar con la pena de saberse
abandonado.
Sin embargo, seguramente intentando explicarse mi silencio, ha
llegado a pensar que por practicar el Islam debí sacar de mi radar a aquellas
personas quienes no eran compatibles con mi nuevo estilo de vida. No nos distanciamos porque quisiera tener un
crecimiento espiritual y de hecho, perfectamente podríamos haber seguido siendo
amigos hasta ahora, pero él no comprende cómo me es posible «estar con personas que no me permiten ser yo
mismo». Al
respecto intenté explicarle que cada musulmán es responsable de sus propios
actos y ninguno vendría a mi casa para reprocharme alguna conducta porque no
vivimos pendientes de lo que hace el hermano, todo en nuestro destino ya está
escrito previamente, cuando nos presentemos ante Allah, lo haremos como
individuos sin que nadie deba responder por nosotros y además, es imposible que
un ser humano imperfecto cumpla con todo cuanto pide una religión cualquiera
sea, pues tenemos limitaciones e intentamos hacer lo mejor posible.
Cuando le planteé la posibilidad de retomar nuestra amistad, lo
rechazó categóricamente argumentando que las acciones tienen consecuencias. Yo
no pude objetar porque al menos en este punto tiene toda la razón, pues si me
aparté fue teniendo razones. Escribo el presente artículo porque este blog y
mis lectores han sido testigos de nuestra historia, pero sólo diré que desaparecí
bastante tiempo antes de ser musulmán practicante y no por cambiar de credo.
No entraré en detalles sobre aquellos motivos porque en primer
lugar, a ambos nos parece muy desgastante y en particular a mí además inútil
recordar lo que debería estar superado desde hace ocho años. Por otro lado,
aunque nuestras opiniones al respecto no coincidieron, al menos llegamos al
acuerdo de tener cada uno nuestras propias verdades sobre el asunto; si bien se
me quedaron algunas cosas en el tintero porque según él «hay conversaciones que es mejor no tener», tampoco
es éste el lugar para retomar un tema privado y añejo.
Sólo quiero hacer un brevísimo comentario que tal vez Sr. L
podría, si quiere, tomar como consejo aunque no me lo haya pedido y es que
siempre me consideró un buen consejero: deja de usar esa muletilla evasiva de «hay conversaciones que es mejor no tener», pues te
quejaste de que algunas personas desaparezcamos sin dar explicaciones pero
cuando alguien quiera decirte algo, es porque necesita ser escuchado y si siempre
le dices esa frase, no puedes reprocharle que se vaya sin despedirse.
Cuando me entregó el libro, lo denominó un cierre digno y me
alegra que haya podido tenerlo finalmente porque al bloquearle nunca pretendí
lastimarlo sino más bien, retirarme con la mayor dignidad posible pensando que
él no habría dado lugar a una conversación conclusiva. Me di cuenta de esto
ayer, al confesarme lo desgastante que le resultaba lidiar con mis
expectativas.
Fue raro sentir que el tiempo no había pasado porque yo ahora no
pienso como hace ocho años. Entiendo y respeto absolutamente que Sr. L no
quiera retomar nuestra amistad, pues dijo que hay un tiempo prudente para
hablar sobre aquello que nos separa, pero no después de seis años y al
respecto, sólo diré que las cosas no suceden cuando uno desea sino cuando
corresponde pero si no me acerqué antes fue porque tampoco estaba listo ni
había superado del todo los desencuentros. El problema es que ambos relojes –lo
deseado y lo apropiado– casi nunca coinciden. Por otro lado, nos dimos cuenta o
al menos yo, de que aquellas diferencias estuvieron siempre presentes, pues
nuestras expectativas con respecto a la amistad nunca se encontraron.
Por último, y ya para terminar con una nota dulce, Sr. L dijo que
yo le había cerrado todas las puertas, como se hace cuando una relación
termina, en este caso una amistad. Ahora no lo bloquearé porque las amarguras
perdieron su importancia y si bien retomar la amistad es algo improbable,
valoro el cariño que afirma tenerme. Toda acción tiene consecuencias, es cierto;
Carlos tuvo buenas razones para cerrar la puerta, pero Yahya la dejará abierta
para que sin empujarlo ni presionarlo, él decida si quiere entrar. Es extraño
cómo puede existir cariño entre dos personas incompatibles, pero cosas más
raras se han visto en este mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario