«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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sábado, 11 de diciembre de 2021

Ley de Matrimonio Igualitario en Chile

La Ley de Matrimonio Igualitario con Derecho de Filiación fue promulgada en Chile el pasado jueves por el Presidente Sebastián Piñera, luego de que el Congreso Nacional diera su aprobación por avasalladora mayoría dos días antes.

Cuando me propuse escribir un artículo, quería manifestar mi alegría por ver reconocida la igualdad de todo ciudadano a este respecto en un país laico y democrático, donde sus autoridades deben velar por la respetuosa integración de todos. Empero, dicha alegría se ha visto contaminada por absurdas imposiciones ideológicas sin sentido.

Quienes me conocen saben perfectamente cuánto detesto hablar de temas conflictivos en redes sociales y especialmente política. Pero al mismo tiempo, respetando el derecho de cada usuario a publicar en su perfil lo que se le dé la regalada gana, he debido aguantarme mil publicaciones hablando a favor o en contra de candidatos presidenciales y si bien seguiré sin decir cuál es mi preferencia o si no la tengo, sólo diré que en gastronomía se refiere a contaminación cruzada cuando usamos el mismo cuchillo o una misma tabla para picar carne y verduras; en el plano al cual me refiero, cada candidato es un tipo de alimento mientras la política es el cuchillo o la tabla.

Conste aquí que no me he referido peyorativamente a ningún candidato y no lo haría, pues aunque a algunos les duela en el alma, respeto el derecho de todos a votar por quien se les antoje o incluso, anular su voto pues estamos insisto, en un país democrático.

Sin embargo, cuando se habla de las minorías sexuales, es difícil no referirse al añoso esfuerzo de distintas organizaciones para alcanzar un avance tan relevante. Quien haya leído antes este blog sabrá que en muchas ocasiones me he referido a la comunidad LGBTIQ+ y a veces hablo del ancestral sufrimiento padecido por la discriminación e incluso tortura ejercida por ciertos sectores privilegiados que son mayoría.

En el presente artículo no quiero victimizar a la población favorecida pues según me parece, sería como agradecer el favor hecho al promulgar una ley que siempre fue derecho. Agradezco sí a las autoridades haber superado los convencionalismos sociales arcaicos para favorecer a toda la sociedad, pero no comenzaré a detallar maltratos y humillaciones de las cuales somos todos conscientes pues casarse no debería ser privilegio de las parejas heterosexuales, basándose en la reproducción porque algunas biológicamente no pueden tener hijos y siempre tuvieron derecho a contraer nupcias, sin preocuparse por ser marginadas o rechazadas.

Tampoco caeré en el cliché de «Amor es amor» porque en primer lugar, una relación heterosexual no garantiza este sentimiento y del mismo modo, tener otra orientación sexual no significa que su amor deba ser evaluado para legitimarlo. Además, la frase tan popular me suena a pedir permiso para amar y yo no le pido permiso a nadie porque Allah (cc) me dio emociones para sentirlas, no para reprimirlas.

Ahora que todos podemos casarnos, dependerá de cada uno el valor y solemnidad dados a este derecho y no opinaré nada sobre si las minorías sexuales están realmente preparadas para casarse pues los índices de divorcio en la población heterosexual hablan por sí mismos y además, sería prejuiciosamente contraproducente suponer cuán preparado o no puede estar un individuo para entablar una relación formalizada, dependiendo de un factor tan irrelevante como su orientación sexual.

Yo siendo soltero y pretendiendo tener pareja (recibo propuestas), estoy inmensamente feliz de que mi país haya avanzado un salto cívico y social hacia el reconocimiento de todos como iguales, sin que existan ciudadanos de segunda clase pues si bien respeto el Acuerdo de Unión Civil, sostengo que no deberían existir diferencias entre quienes estén vinculados por esta unión y las personas casadas.

Si usted lector, no está de acuerdo con mis palabras, por favor haga lo mismo que yo cuando veo en sus redes sociales una publicación que no me gusta: pase de largo sin dejar ningún comentario ni reacción y respete mi derecho a pensar distinto…

Cuando alguien opina distinto, debo tener en cuenta que tal vez se base en su historia de vida, misma que no puedo pasarme por el forro de los cojones y en consecuencia, si alguien discrepa con mi pensamiento no estaré dispuesto a debatirle, contándole mi vida entera intentando hacerle entender, pues esto me victimiza y desde luego no pretendo ser objeto de lástima.

Yo estoy feliz, inmensamente feliz porque ahora todos tenemos un derecho que antes era privilegio de algunos y quien se enoje por ello… ¡A callar!

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Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.