Elhamdülillah ya ha comenzado el
sultán de los once meses, Ramadân, abriendo una hermosa puerta a las
bendiciones y la misericordia de Allâh (c. c.) para purificar nuestros
corazones.
Si les soy sincero, el año pasado
este mes sagrado se me pasó muy rápido y uno siempre queda con la sensación de
no haber hecho lo suficiente. Por otro lado, tal vez sea la obsesión que
siempre tenemos por llegar más lejos a pesar de nuestras limitaciones.
El Sagrado Corán enseña que un
creyente enfermo no debe ayunar y claro, por mi diabetes es riesgoso. Sin embargo,
ello no me exime de la adoración y en este sentido, debo reconocer que por
diversas razones, el resto del año no soy tan riguroso como otro musulmán lo
sería.
Ello hace que Ramadân
sea mucho más especial; no tan sólo por las bendiciones, que ya son un motivo
de peso sino además, por ser una oportunidad para aproximarme a Allâh
(c. c.) más de lo que puedo hacer diariamente.
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