«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

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miércoles, 8 de agosto de 2007

Jacinto

Jacinto era el joven más hermoso del mundo. Vivía en lo que hoy se conoce como Anatolia y su belleza era tal, que los antiguos le atribuían la buena cosecha y los extensos prados frondosos.
Cierto día, paseaba entre la hierbabuena y llamó poderosamente la atención de Céfiro, el dios del viento Este, que no pudo evitar quedar prendado. Voló hacia el muchacho tan rápido como lo llevaban sus alas y al manifestarse, lo colmó de presentes.
Jacinto, sabiéndose encantador, sedujo a Céfiro para lograr de él cada vez más dones. En tanto, todo el Olimpo se dio por enterado del romance; curioso Apolo, dios del sol, se asomó un día al prado para espiar a los amantes con intención de saber si Jacinto era digno de tal reputación y también, del amor divino.
Creyéndose invulnerable a los encantos del mozo, Apolo fijó atentamente la mirada en su láctica piel, su cabellera tan oscura como el pozo de Tártaro y el verdor de sus ojos, semejantes al profundo bosque de Artemisa y en los cuales se sintió perdido.
Con el pasar de los días tanto Céfiro como Apolo sostuvieron encuentros con el caprichoso Jacinto, que indistintamente disfrutaba de sus atenciones al tiempo que les juraba amor fiel… Así fue como en su aldea, el joven fue bendecido grandemente por ambos dioses sin considerar los sentimientos de ninguno.
Sin embargo y como es de suponer, llegó el día en que la verdad salió a relucir, pues mientras Jacinto yacía con Céfiro en el trigal, totalmente despreocupado Apolo hacía su ronda cotidiana, sorprendiéndolos. Ciego de celos el dios, les recriminó su acto, a lo que el viento Este argumentó haber sido igualmente engañado.
Dejó Céfiro a Jacinto tan veloz como le había conocido y Apolo en tanto, negándose a oírle sus falsas promesas, silenciarlo quiso arrojándole su disco sin atender de inmediato que la cabeza del chiquillo había de muerte golpeado.
Preso en la desesperación, tomó a Jacinto entre sus brazos y lloró amargamente por haberle matado. Lo estrechó contra su cuerpo hasta transformarlo en flor y allí enraizarlo. Dice la leyenda que aquel tributo es el lirio y si se está atento en cada pétalo puede oírse un lamento.

1 comentario:

Darío Mijangos dijo...

no conocía esta historia....
me parece muy linda... y triste.
saludos.
Darío

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