«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

Comenta en este blog

Selamünaleyküm: No olvides dejar al final de cada artículo tu comentario para el autor de este humilde blog que acabas de leer. Tus opiniones serán tomadas en cuenta para mejorar el contenido en la forma y el fondo.

Si esperas respuesta a tu comentario, debes buscarla dentro de la misma sección del artículo que comentaste. Gracias. Selam.

Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

Sobre Facebook

Por favor, si me agregas a Facebook, envíame un mensaje privado diciendo que has visto mi blog, para saber dónde me encontraste. De lo contrario, tu solicitud podría ser rechazada por seguridad. Muchas gracias por tu comprensión.

martes, 8 de enero de 2008

Eros y Psique

La más famosa leyenda sobre los amores de Eros y Psique fue contada por el escritor romano Apuleyo, en su “Asno de oro”.

Psique era la hija de un rey que, por su gran belleza, cautivó al mismo Amor. Era la menor de tres hermanas, todas ellas hermosas, pero la hermosura de Pisque era tanta que no había palabras para expresarla, y llegaba a asustar a los posibles pretendientes. Muchos creían que era Venus revivida y, presos de religioso fervor, la adoraban arrodillados, porque debajo del rostro humano de la doncella veneraban la majestad de la gran diosa, la cual, enojada, pensaba: “¿Es posible que yo, Venus, alma primitiva de la naturaleza, origen y germen de todos los elementos; yo que fecundo el universo, hay de repartir con una mortal los honores debidos a mi majestad suprema? Venerado mi nombre en el Olimpo, ¿habrá de ser profanado en la tierra y he de ver desiertos mis altares a causa de una mujer destinada a la muerte? ¡Reciba la insolente hermosura que audaz usurpa mis derechos el castigo de tan grave culpa!”.
Dicho esto, Venus llamó a su hijo Cupido, el alado y perverso niño que, armado de arco y antorcha, comete toda clase de maldades, y se fue con el a la ciudad donde vivía Psique y, mostrándosela, le dijo: “¡Oh hijo! Yo te ruego por el amor que tienes a tu madre, y por las dulces llagas de tus saetas, y por los sabrosos juegos de tus amores, que des cumplida venganza a tu madre: véngala contra la hermosura rebelde y contumaz de esta mujer, y sobre todas las otras cosas has de hacer una, la cual es que esta doncella sea enamorada, de muy ardiente amor, de hombre de poco y bajo estado, al cual la Fortuna no dio dignidad de estado, ni patrimonio, ni salud. Y sea tan bajo que en todo el mundo no halle otro semejante a su miseria”.
Después de haber besado y abrazado a su hijo, Venus se marchó a la ribera de un río cercano, donde bañó sus pies, y luego se fue al mar para reunirse con las nereidas y “el dios Portuno con su áspera barba del agua de la mar y su mujer Salacia y Palemón, que es guiador del Delfín”.
Mientras tanto Psique vivía en la soledad. Todos la miraban y la alababan, pero nadie estaba dispuesto a casarse con ella: la consideraban como una estatua maravillosa. Sus hermanas, en cambio, se habían desposado con dos reyes. El padre de Psique decidió ir a consultar al oráculo de Apolo que estaba en la ciudad de Milesia. El dios le contestó: “Podrás a esta moza adornada de todo aparato de llanto y luto, como para enterrarla, en una piedra de una alta montaña, y déjala allí. No esperes yerno que sea nacido de linaje mortal; mas espéralo fiero y cruel, y venenoso como serpiente, el cual, volando con sus alas, fatiga todas las cosas sobre los cielos, y con sus saetas y llamas doma y enflaquece todas las cosas...”.
El rey regresó a su casa lleno de tristeza y, ayudado por la reina, empezó a disponer todo lo que la doncella necesitaría para sus mortales bodas. El luto y el llanto reinaban en el palacio y en todo el pueblo. Entonces Pisque dijo: “¿Por qué atormentáis vuestra vejez con tan continuo llorar? ¿Por qué arrancáis vuestras honradas canas? ¿Por qué rompéis en vuestros ojos los míos? ¿Por qué golpeáis vuestro santo pecho? Cuando las gentes y los pueblos nos honraban y celebraban con diversos honores; cuando todos a una voz me llamaban la nueva diosa Venus, entonces os había de doler y llorar, entonces me habíais de tener ya por muerta: ahora veo y siento que sólo este nombre de Venus ha sido causa de mi muerte; llevadme ya y dejadme en aquel risco, donde Apolo mandó: ya no querría haber acabado estas bodas tan dichosas, ya deseo ver a aquel mi generoso marido. ¿Por qué tengo ya de contener a aquel que es nacido para la destrucción de todo el mundo?”.
Psique, acompañada de su padre y de todo el pueblo, se dirigió al lugar donde tenía que ser abandonada. Mientras Psique lloraba sola encima del risco, vino un suave cierzo y la tomó en sus brazos y la depositó sobre un prado florido, donde se durmió plácidamente. Al despertar vio a poco distancia un palacio tan rico y hermoso que parecía ser morada de algún dios: el techo era de cedro y de marfil, las columnas eran de oro, las paredes de plata y el pavimento de piedras preciosas de diversos colores. Pisque entró en el palacio y a poco oyó una voz que le decía que toda la riqueza que veía era suya y que entrase en la cámara y descansase en la cama, y luego la voz añadió: “Y cuando quisieres pide agua para bañarte, que nosotras, cuyas voces oyes, somos tus servidoras y te serviremos en todo lo que mandares, y no tardará el manjar que te está aparejado para esforzar tu cuerpo”.
Psique durmió un poco, se despertó luego, lavóse y, viendo que la mesa estaba puesta y aparejada, fue a sentarse para comer. Manjares y vinos exquisitos fueron servidos a Psique, al tiempo que sonaban cantos y músicas gratísimos; pero ni los músicos y cantores se veían, ni podía descubrirse quién sostenía los platos, que parecían llevados por el aire. Por la noche, cuando empezaba a dormirse, despertó presa de gran espanto y temerosa de que no le aconteciese algún daño a su virginidad. Estando así “vino el marido no conocido, y subiendo a la cama hizo a su mujer a Psique, yantes de que llegase el día partióse de allí”.
De esta manera pasó algún tiempo sin alcanzar a ver a su esposo ni a nadie, pero seguía escuchando en las tinieblas la voz misteriosa que era solaz y deleite de aquella soledad. Una noche Psique suplicó a su invisible esposo que se dejara conocer y que le permitiese volver a ver a sus hermanas. La voz contestó: “La curiosidad, ¡oh Psique!, dulce amada mía, suele ser escollo de la dicha; no te dejes arrastrar por ella ni tampoco por el cariño de tus hermanas, que ahora están corriendo desoladas en tu busca. Mañana sus voces llegarán hasta ti; no les respondas si no quieres perderme”.
“¡Cómo! –exclamó llorosa Psique-. ¿Ni a mis hermanas podré ver cuando por mí se desvelan? Te lo suplico, si me amas, permite que puedan llegar hasta aquí, y conocerás la bondad de su corazón”.
“Sea en buena hora –contestó la voz-; consiento en que vengan; pero desconfía, adorada esposa mía, de los consejos que te den para saber quién soy; una curiosidad sacrílega nos separaría para siempre...”.
Al día siguiente, Céfiro trajo a Psique sus dos hermanas. Envidiosas éstas de la felicidad de su hermana pequeña, llegaron a convencerla de que si su esposo se ocultaba era porque debía tener una apariencia monstruosa. Con esto, el vehemente deseo de ver a su esposo se acrecentó.
Llegó la noche y vino también el misterioso amante, y allegóse a ella. Cuando Psique lo sintió dormido, se deslizó del lecho y con silencioso paso fue en busca del candil y de la espada, que tenía guardada desde la víspera, para ver y dar muerte al monstruo. Sin embargo, al acercarse nuevamente al lecho quedó extasiada al ver el hermoso cuerpo de Cupido, y cayó de rodillas. Cuanto más miraba el rostro divino de Cupido, más se recreaba con su hermosura. “Ella le veía los cabellos como hebras de oro, llenos de olor divino; el cuello, blanco como la leche; la cara blanca y roja como rosas coloradas; y los cabellos de oro colgando por todas partes, que resplandecían como el sol y vencían a la lumbre del candil. Tenía asimismo en los hombros péñolas de color rosa y flores; y no obstante que las alas estaban quedas, las otras plumas debajo de las alas tiernas y delicadas estaban temblando muy gallardamente; todo lo otro del cuerpo estaba hermoso y sin plumas, como convenía al hijo de la diosa Venus que lo parió sin arrepentirse de ello”.

En medio de su embeleso, estando Psique con el candil en la mano, quiso tocar el hermoso cuerpo, o quizás robar un beso a los labios entreabiertos, sucedió que una gota de aceite hirviendo cayó sobre el hombro derecho del esposo. Cupido saltó de la cama, y comprendiendo que su secreto había sido descubierto, dijo a Psique, al tiempo que empezaba a elevarse del suelo y ella se agarraba con ambas manos a la pierna derecha de su esposo: “¡Desventurada! Venus, mi madre, me mandó entregarte a un monstruo; al mirarte, hirióme una de mis propias saetas y te tomé pro mujer, y en premio de mi cariño preparabas mi muerte. Tu imprudente curiosidad nos ha perdido, pues no quiere el destino que Amor sea esposo de una mujer mortal conociéndolo ella...Adiós, Psique, tus hermanas serán castigadas; en cuanto a ti, te abandono”.
Cupido despareció, y con él se desvanecieron el palacio y sus jardines. Psique, desesperada, quiso poner fin a su vida y se lanzó a un río, pero las aguas recibiéronla mansamente y la depositaron en la orilla, sana y salva. Después de tres días de viaje llegó a la ciudad donde reinaba su hermana mayor, a quién dijo que Cupido la había abandonado para casarse con la hermana ausente. Después refirió lo mismo a la segunda, y sucedió lo que era de esperar: una y otra corrieron al palacio de Cupido, pero al llegar al risco, donde antes Céfiro las había tomado en sus brazos, pensaron abandonarse a él y cayeron al fondo del abismo.
Mientras tanto, Cupido, enfermo, se había refugiado cerca de su madre en el Olimpo. Venus dio orden de que se buscase a Psique por toda la tierra y fuese traída a su presencia para castigarla. Inútilmente imploró la infeliz Psique ayuda a Ceres y a Juno: por fin cayó en poder de Venus, quién le impuso trabajos superiores a sus fuerzas, de los que sin embargo salió con bien con el auxilio que secretamente le prestaba Cupido. Finalmente, Venus le ordenó que bajara al Hades y pidiera a Proserpina cierta caja de belleza con la que podría reparar la que había perdido con los afanes causados por la enfermedad de su hijo Cupido.
Para descender más pronto a los infiernos, Psique ascendió a una altísima torre con el ánimo de echarse abajo. Pero la torre, que tenía el don de hablar, descubrió a la doncella el modo de llegar a los infiernos sin necesidad de morir y la previno de que debía resistir la curiosidad de abrir la caja de Proserpina. Psique atravesó el río de los muertos en la barca de Caronte, arrojó una torta de cebada a Cerbero y pudo llegar ante Proserpina, quien le dio la cajita que deseaba Venus. En su viaje de regreso a la tierra, Psique se preguntó por qué no había de aprovechar la belleza que había ido a buscar desafiando tantos peligros. Abrió, pues, la cajita, dentro de la cual no había nada, salvo un vapor infernal que cubrió a Psique de una niebla de espeso sueño que la hizo caer al suelo privada de sentido. Al punto acudió en su auxilio Cupido y, apartando de ella el sueño, tocó levemente con una de sus saetas a su amada, la despertó y le dijo que fuera pronto a llevar la cajita a Venus, mientras él corría a implorar a Júpiter que la elevase a la categoría de los inmortales y consintiera en su casamiento. El padre de los dioses accedió a todo y Venus, por fin, también estuvo de acuerdo en que se efectuara el enlace.
De la unión de Psique y Cupido nació Volupia, la voluptuosidad.

1 comentario:

F e r n a n d o dijo...

No sabía de esta leyenda, muy interesante!
Saludos desde Argentina.

Fernando.-

Gracias por tu visita

Si llegaste a este blog y lo leíste, agradezco que me dedicaras un poco de tu tiempo.

Asimismo, te invito a dejarme tus comentarios, sugerencias, peticiones y críticas constructivas en los posts.

Por último, si te agradó, puedes añadir un vínculo de La Pluma Dorada en tu página web, blog, fotolog o espacio personal y así, colaborar al crecimiento de este humilde rincón. También te invito a convertirte en seguidor.

Espero tenerte de regreso; siempre serás bienvenido. Hasta pronto.

Yahya. Carlos Flores A.
Escritor chileno.