Llamado por la celestial canción de tu
voz,
acudí a la suave caricia de tu calor,
cuando la piel me ardió
con sólo una saeta de tu amor.
Que no demore el caprichoso amor
en oír mi clamor:
«Oh, sentimiento juguetón,
que a mí vengas veloz».
Suplicar quiero que mi devoción
correspondas sin pudor;
lo que en otros tiempos se me negó,
que me den a manos llenas pido yo.
Ni el sol con su intenso resplandor
puede igualar el poder de mi amor,
que en cada caricia se entregó
sin importar el dolor.
Todo haría con valor
sin sentir ningún temor,
para ganarme tu atención
sin importar de nadie el perdón.
Bajar al infierno me gustó,
disfruté las llamas en su fulgor;
después gocé tu calor
que me diste en compensación.
Dios se apiade de este pecador
que todo por ti lo dio,
fuerte espada empuñé yo
matando a todo opositor.
Cada uno de mis pies voló
sin demora ante tu rumor;
saber de ti, mi corazón,
que vivo y muero de pasión.
Desmembrar mi cuerpo no tiene dolor,
si antes tu memoria me olvidó
o si de mi nombre tu boca abusó,
dando burla en un oscuro rincón.
Que a mí la vida postergó
por entregarme a tu sudor;
que la amargura a mi casa llegó
cuando tu mirada en mí no se posó.
Desde que tu mirada me flechó
y que tu risa de mí se burló,
paraíso e infierno no son dos
porque están en tu boca que me besó.
Llegó a mí la Gracia de Dios
cuando mi alma languideció
y mi corazón en tu abrazo se fundió
pasando a ser uno de haber sido dos.
Con oro tu lujuria se disfrazó
engañando a mi virgen corazón
que el pecado conoció
y en ti la inocencia perdió.
Que el conjuro cantado por mi voz
libere de tu yugo mi amor;
rompiendo la red que me envolvió
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