Aquí posteo una carta que le escribí un día después de su fallecimiento y de la cual, deposité una copia junto a ella:
A: Sra. V. Ester Fernández R.
De: Sr. Carlos Flores A.
Presente.
De: Sr. Carlos Flores A.
Presente.
Santiago, 20 de Marzo de 2006.
Querida abuelita:
La saludo muy afectuosamente en ésta, mi segunda carta. Quisiera haber podido hallar la primera, que yo mismo le entregué y sin embargo, usted la atesoró tanto que debí escribir nuevas palabras. Si bien no podré reproducir con toda exactitud su contenido en las siguientes líneas, mis sentimientos son los mismos.
Ahora que ha emprendido tan largo viaje sin siquiera advertirnos, me parece un tanto injusto no tenerla cerca y pese a ello, le agradezco haberse despedido de mí con tanta anticipación, aquella tarde de mi titulación cuando me confesó no pedirle a Dios más tiempo, pues con aquello ya sentía cumplida su meta conmigo. Recuerdo las muchas ocasiones en que me confesó orar pidiendo vida para verme graduado de enseñanza básica, media y con un título en la mano.
Afortunadamente, tuve bastante tiempo para pasarlo con usted y comprender las insospechadas dimensiones de su cariño. Mientras escribo esta carta, las lágrimas brotan de mis ojos casi involuntariamente, pese a haber creído que el desgarrador dolor de ayer tarde por su partida, había agotado totalmente mi llanto. Es inevitable recordar cada una de sus anécdotas y tanto que vivimos juntos; desde ahora, visitar su casa será una verdadera prueba, pues en todos los rincones habrá para mí un murmullo suyo, contándome algo vivido allí...
Debo *pedirle disculpas por todas aquellas veces en que la hice padecer, siendo irrespetuoso e inmaduro. Sin embargo, sinceramente le agradezco haberme amado siendo altivo, orgulloso y soberbio, porque sólo usted se entregó sin cuestionar mis actitudes, pese al celo comprensible de otros que, quizá queriéndola tanto como yo, esperaban lo mismo para ellos.
Agradezco a Dios haber sido el único destinatario de tal cariño, preocupación e incondicional amor. Ciertamente, toda estima es distinta, pero pese a lo numerosa que es nuestra familia, nadie puede decir que no estuvo presente en su vida.
Intentaré seguir su ejemplo, siendo bien intencionado, cordial y amable. Si bien es cierto que nuestro carácter no siempre es afable, al menos en su caso se comprende que la vida fue castigadora, pero es bueno poder decir lo esforzada y luchadora que fue mi abuelita. Será un constante orgullo poder decir que gracias a usted aprendí valores morales tan importantes como la entereza, la lealtad, la buena voluntad y la humildad entre otras.
Pocos son los casos en que una mujer sola saca adelante a sus hijas hasta formarlas como personas de bien, doblegando su orgullo para olvidar los rencores que justificadamente pudo haber tenido con su marido, mi abuelito. Por otro lado, lo que muchas veces interpreté como porfía suya por dedicarse a algunas personas que en mi vida ya habían cumplido su parte, era realmente lealtad y deseo de recompensarlos por aquello que nos han entregado, aún ahora que usted partió. Éstos son apenas algunos ejemplos de lo mucho que usted me inculcó con el ejemplo, que quizá no lo percibí como tal en el momento justo pero, actualmente son lecciones invaluables.
Esté tranquila donde quiera que ahora descanse, porque con todos ya cumplió sus metas y especialmente a mí, pudo dejarme preparado para la vida. Espero haberle dado a tiempo las alegrías que deseaba y merecía. Sin estar exenta de errores, como toda persona, hay poca gente que con sus años pudo adquirir tanta sabiduría y además, enseñarla de la mejor manera.
No me despediré con un adiós definitivo, pues los recuerdos y sentimientos que nos inspira a todos - y a mí especialmente - son una prueba de su constante presencia. Gracias, mi güeli adorada.
La saludo muy afectuosamente en ésta, mi segunda carta. Quisiera haber podido hallar la primera, que yo mismo le entregué y sin embargo, usted la atesoró tanto que debí escribir nuevas palabras. Si bien no podré reproducir con toda exactitud su contenido en las siguientes líneas, mis sentimientos son los mismos.
Ahora que ha emprendido tan largo viaje sin siquiera advertirnos, me parece un tanto injusto no tenerla cerca y pese a ello, le agradezco haberse despedido de mí con tanta anticipación, aquella tarde de mi titulación cuando me confesó no pedirle a Dios más tiempo, pues con aquello ya sentía cumplida su meta conmigo. Recuerdo las muchas ocasiones en que me confesó orar pidiendo vida para verme graduado de enseñanza básica, media y con un título en la mano.
Afortunadamente, tuve bastante tiempo para pasarlo con usted y comprender las insospechadas dimensiones de su cariño. Mientras escribo esta carta, las lágrimas brotan de mis ojos casi involuntariamente, pese a haber creído que el desgarrador dolor de ayer tarde por su partida, había agotado totalmente mi llanto. Es inevitable recordar cada una de sus anécdotas y tanto que vivimos juntos; desde ahora, visitar su casa será una verdadera prueba, pues en todos los rincones habrá para mí un murmullo suyo, contándome algo vivido allí...
Debo *pedirle disculpas por todas aquellas veces en que la hice padecer, siendo irrespetuoso e inmaduro. Sin embargo, sinceramente le agradezco haberme amado siendo altivo, orgulloso y soberbio, porque sólo usted se entregó sin cuestionar mis actitudes, pese al celo comprensible de otros que, quizá queriéndola tanto como yo, esperaban lo mismo para ellos.
Agradezco a Dios haber sido el único destinatario de tal cariño, preocupación e incondicional amor. Ciertamente, toda estima es distinta, pero pese a lo numerosa que es nuestra familia, nadie puede decir que no estuvo presente en su vida.
Intentaré seguir su ejemplo, siendo bien intencionado, cordial y amable. Si bien es cierto que nuestro carácter no siempre es afable, al menos en su caso se comprende que la vida fue castigadora, pero es bueno poder decir lo esforzada y luchadora que fue mi abuelita. Será un constante orgullo poder decir que gracias a usted aprendí valores morales tan importantes como la entereza, la lealtad, la buena voluntad y la humildad entre otras.
Pocos son los casos en que una mujer sola saca adelante a sus hijas hasta formarlas como personas de bien, doblegando su orgullo para olvidar los rencores que justificadamente pudo haber tenido con su marido, mi abuelito. Por otro lado, lo que muchas veces interpreté como porfía suya por dedicarse a algunas personas que en mi vida ya habían cumplido su parte, era realmente lealtad y deseo de recompensarlos por aquello que nos han entregado, aún ahora que usted partió. Éstos son apenas algunos ejemplos de lo mucho que usted me inculcó con el ejemplo, que quizá no lo percibí como tal en el momento justo pero, actualmente son lecciones invaluables.
Esté tranquila donde quiera que ahora descanse, porque con todos ya cumplió sus metas y especialmente a mí, pudo dejarme preparado para la vida. Espero haberle dado a tiempo las alegrías que deseaba y merecía. Sin estar exenta de errores, como toda persona, hay poca gente que con sus años pudo adquirir tanta sabiduría y además, enseñarla de la mejor manera.
No me despediré con un adiós definitivo, pues los recuerdos y sentimientos que nos inspira a todos - y a mí especialmente - son una prueba de su constante presencia. Gracias, mi güeli adorada.
Tu nieto que te ama,
Carlos M. Flores A.
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(*) Es mi error de redacción; las disculpas no se piden, se ofrecen. No quise cambiarlo, porque así se lo llevó mi abuelita.
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