El viernes pasado no fui a casa de Francisco Alemán, porque al día siguiente debía madrugar para viajar a Nancagua con mis viejos y Manuel.
De todos modos, no habría sacado nada con ir, pues por la tarde llamé tres veces a su casa para preguntarle si necesitaba mi presencia y al no ser atendido, telefoneé a la radio. Pancho me dijo que Francisco tampoco estaba allí y que esa noche ni siquiera se trasmitiría el programa.
Zacarías tampoco estaba en la radio y es lógico suponer que a todos se nos dificultó salir producto de la lluvia y anegamientos, pues algunas comunas ni siquiera contaban con suministro de agua potable.
Aquella noche escuché "Voces personales", excelente programa radial de Marcelo Leiva para M_RTV que además, fue televisado para ocupar el espacio "En casa de Pancho". El tema era "Tu pasado te condena" y como hay pocas personas a quienes su pasado las condene más que el mío, llamé para participar brevemente.
Después, vi la tercera y última parte del atrapante documental "Epopeya", realizado por Rafael Cavada y trasmitido por The History Channel. Se centra en el hallazgo en Perú de los restos del soldado chileno que peleó en la Guerra del Pacífico aproximadamente en 1880 y da una mirada bastante imparcial de los acontecimientos. Sin embargo, fue censurado por el Consejo Nacional de Televisión al considerarse material que podía interferir con las relaciones diplomáticas entre Bolivia, Chile y Perú cuando la primera nación apoyada por la última comenzó a exigir salida marítima al gobierno chileno, sin considerar los tratados de la post guerra.
Es insólito que Perú le haya dado más importancia que nuestro propio gobierno a un hallazgo arqueológico que fue difundido mundialmente y cuya importancia radica en las repercusiones históricas además de diplomáticas. Nosotros como siempre, dando la nota alta.
El sábado desperté con un dolor terrible al cuello que por cierto, ahora está matándome. Todo parece indicar que se trata de tendinitis cervical por estar tantas horas diarias frente al PC.
Como papá se especializa en apurarte cuando quiere salir, parándose en la puerta, encendiendo el automóvil, preguntando constantemente si hay algo más para cargar, a mitad del viaje recordé que había dejado mi teléfono móvil encendido sobre la repisa y estando en Nancagua, no tenía reloj para saber las horas de mis comidas y tampoco pudo Manuel trasmitir por infrarrojo una graciosa versión del Padre Nuestro desde su celular al mío.
Me acostaré, estoy exhausto.
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