Hasta el año pasado, paseando por la costa, pude ver muerta aquella ilusión infantil que alguna vez tuve. Ahogados por nuestra dictatorial modernidad e industrialización expansionista, desaparecieron los alguna vez inmensos y aromáticos pinos del bosque ubicado en un rincón de El Quisco.
Allí paseaba cuando era niño, sintiéndome invadir por su verdor, inspirador para muchos poetas amantes, ocupados antaño paseando con sus parejas o dejando romántico testimonio del veraniego romance, tallando iniciales en las duras cortezas que preservarían amores trimestrales durante décadas, hasta morir por la afilada hoja del hacha empresarial.
Del mismo modo, San Valentín ha pasado de ser la dulce fecha en que los enamorados eternizan su amor, hasta un día cuyo principal objeto es el gasto en obsequios materiales que frivolizan un ‘Te amo’.
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