En mis anteriores entradas, he reflexionado nuevamente sobre la discriminación encubierta o directamente malintencionada que nuestra sociedad ejerce sobre un grupo en constante expansión como lo es la comunidad gay.
Ayer Andrés puso en su estado de Facebook “¿Por qué cuando alguien dice que es homosexual, tiene que hacer una confesión pública como si fuera un bandido, un asesino, como si fuera pecado o como si estuviera pidiendo perdón al mundo?” y aquí me detuve a intentar responder esta pregunta tan difícil.
Siempre me he definido como un individuo pluralista que tiene como amigos a gente de muchas nacionalidades, religiones, ideologías políticas, razas, condiciones socioeconómicas, orientaciones sexuales, edades, profesiones y valores. Esto me facilita en parte asimilar la inmensamente valiosa variedad de caracteres entre personas, sin pretender darme mérito extra.
La tolerancia se ejercita diariamente con todos los aspectos posibles de nuestras vidas. Decir “Yo respeto a los gays, mientras no se metan conmigo”, está muy alejado de ser tolerante con los homosexuales. La tolerancia implica respeto.
Muchos artículos he leído de diversos periodistas e incluso, gente que como yo sin tener dicho título profesional, puede transformarse en un líder de opinión gracias a los diversos espacios en internet donde cualquiera haya la más democrática forma para criticar, emitir juicios algunas veces ligeros y mover conciencias.
Por ello, hablar de alguien que “admite la propia homosexualidad” se lee como juicio valórico ante la evidencia social que otorga la aparentemente inmensa variedad en el mundillo gay.
Para quienes creen cierto el típico estereotipo por el cual se dejan llevar algunos columnistas que hablan descarnada e inapropiadamente de “confesar la homosexualidad”, como si se tratara del peor crimen o pecado, puedo decirles cuan equivocados están, basándome por supuesto en numerosos casos.
Hoy escribo una novela en cuya trama la homosexualidad y otros fenómenos sociales se abordan con detalle. Por ello, he debido esforzarme muchísimo para evitar ser arrastrado por el prejuicioso perfil que se hace del gay promiscuo, afeminado, irrespetuoso y con vida más parecida a una película pornográfica de bajo presupuesto, donde lo más importante es el polvo fácil donde primero lo pille la calentura.
Es bastante problemático dejar a un lado el prejuicio tan masivo, pues como supondrán, ser escritor no significa escribir cualquier estupidez que se me ocurra, sino investigar el tema para desarrollarlo del modo más exacto y entretenido posible. Al explorar, me he visto frente a la lamentable realidad de que por diversas razones, el homosexual común acepta esta clasificación incorporándola a su vida.
Hay quines conideran más fácil ser promiscuos porque existiendo esta arraigada concepción social, nadie se siente extrañado. Tener esa actitud dentro del ambiente gay chileno, es tan común como ver un oso de felpa en una juguetería.
Otros tantos cínicos, descaradamente viven en el puterío más grande y cuando ven que alguien más lo hace, le señalan con el dedo como auténticos mojigatos. Típico de personajes que ocultan su orientación sexual por temor a la reprobación pública, incentivada aún más con este doble discurso moral del “pecar sin ser descubierto”.
Lo asombroso resulta ser aquel homosexual fiel, estable, que respeta su entorno y merece correspondencia. También he conocido, aunque mucho menos, casos de gays cuyas relaciones se han extendido por años, permitiéndoles formar un hogar, aunque deban soportar la carga de quien es injustamente encasillado. Es entonces cuando pagan justos por pecadores. Estos son honrados, pacíficos, cautos.
Muchos que ahora son mansos, antes fueron verdaderos lobos. Probar las mieles del sexo fácil cuando eres un gay joven, es casi obvio porque los homosexuales no son una excepción a aquella ebullición hormonal del adolescente. Pero cuando te conviertes en adulto y las consecuencias de tus actos pesan, resulta estúpido llevar el mismo proceder habiendo tantos riesgos.
Al declararte gay, lógicamente lo haces en tono de disculpa, pues sabes que te transformas en un paria social por causa de quienes recorren ese camino sin importarles más que su propio ego e intereses.
Es realmente triste cuando una persona sana se deja absorber por el medio, al rendirse viendo que es más sencillo seguir la corriente en lugar de hacer un camino propio dentro del entorno.
Tal vez al salir del armario alguien sienta que confiesa una falta, pero es porque inevitablemente el estigma del gay vicioso se ha prolongado por años, tatuándose involuntariamente en la presentación social de quien pudiendo ser noble, es echado dentro del cajón con manzanas podridas sólo por decir “Yo soy gay”.
¿Y a quién le concierne que tu padre, hermano, hijo o mejor amigo sea homosexual? Así como he conocido sujetos que son verdaderas muestras de lo más bajo en dicho mundillo y por quienes, desgraciadamente mi novela podría parecer turbia en algunos pasajes, tengo la satisfacción de tener amistades cuya orientación sexual es verdaderamente irrelevante y merecen mi más absoluto respeto, por anteponer valores como la lealtad, consecuencia y respeto sobre su conveniencia personal.
Si bien depende de cada homosexual esforzarse para romper la estigmatización social, tarea que toma un empeño constante, también consideren cuan importante es ganarse la tan ansiada igualdad para algún día, ojalá no muy lejano, leer una novela gay donde se hable del estereotipo vicioso y poder considerarlo ficción.
Ser homosexual es a romper esquemas sociales como ser matemático es a trabajar con los números. Increíble me parece que siendo tan transgresores, desaprovechen aquel don innato, pudiendo revertir el nocivo efecto del estereotipo cuya persistencia, se debe exclusivamente a la aparente comodidad de quienes lo sufren… Es fácil echarse en los laureles mientras otro lucha por los derechos que toda la comunidad gay reclama después, sin excepción.
Quizá parezca utópico esperar una sociedad donde los homosexuales no sean considerados fuente de enfermedades venéreas o el mayor mal del mundo, pero insisto en que depende de cada individuo lograr una futura Marcha del Orgullo Gay donde la consigna no sea enorgullecerse de su orientación sexual por sí misma, sino porque pudieron declararla sin sentirse culpables, estigmatizados ni prejuiciosamente calificados.
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