El próximo viernes 24 veo a Lucía en su fiesta de cumpleaños. Visito su casa por primera vez, como lo hice en la reunión de Paul.
En ambos casos no puedo dejar de sorprenderme por lo rápido que ha pasado el tiempo y cuánto hemos cambiado.
Paul se ha convertido en un gran hombre, noble, merecidamente exitoso, estable y maduro, pues la experiencia le ha hecho crecer como persona, siendo muy distante de aquel adolescente distraído o quisquilloso a quien a veces podía afectarle mucho cualquier barbaridad que le dijeran, mientras en otras ocasiones se comportaba completamente indiferente.
Lucía en tanto, dejó a un lado la agenda Pascualina que usaba como diario -aún puede hacerlo- y se convirtió en una mujer decidida, capaz de plantearse una meta hasta cumplirla. Pero aún conserva aquella espontaneidad juvenil dada por una candidez espiritual plena.
Todo aquello va más en el fondo que en la forma. Es parte de sus esencias, algo desconocido para el tiempo.
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