Hace dos horas en el Senado se aprobó la Ley Antidiscriminación, también denominada Ley Zamudio, refiriéndose al joven que hace algún tiempo falleció trágicamente luego de ser atacado por una pandilla neonazi debido a su orientación sexual.
Renombrados personajes públicos tales como el escritor Pablo Simonetti en su calidad de presidente de la Fundación Iguales, han manifestado su satisfacción, tras siete años luchando por sacar adelante este proyecto.
Ciertamente las minorías sexuales y organizaciones activistas que las representan han sido quienes más pelean desde siempre por los derechos que ahora una ley restrictiva otorga. Sin embargo, como parte de la población minusválida chilena esto también me beneficia en teoría.
Para quien lee por vez primera este blog, sería bueno mencionarle que mi silla de ruedas ha sido un obstáculo insalvable al momento de encontrar empleo. Hay por ahí en Santiago más copias de mi currículum vitae que de cualquier periódico y pese a ello, a mis treinta años de edad ninguna empresa ha querido contratarme. Siendo comunicador social, productor de eventos y escritor publicado, he debido conformarme con mi paso temporal como columnista en dos portales informativos y culturales, cuyos artículos pueden leer aquí mismo buscando las respectivas etiquetas.
De quienes nos vemos abordados por esta ley, cada uno sabrá hasta qué punto y de qué modo le beneficia. Pero ciertamente y como toda ley, ésta no es de libre interpretación. Su aprobación no implica en absoluto que a futuro las parejas de mismo sexo puedan casarse, así como tampoco garantiza que desde hoy los empresarios comiencen a emplear gente físicamente discapacitada.
Es bueno considerar que gracias a esto, en la teoría a nadie podrá negársele trabajo basándose en aspecto físico, si la tarea en cuestión no depende de aquel factor. Sin embargo, sigue deprimiéndome el hecho de saber que en mi país fue necesario luchar por una ley para exigir integración y aún así, nada garantiza completamente que nuestra sociedad cambie nefastos prejuicios profundamente arraigados.
Es una pena también que el elemento potenciador de una ley benefactora haya sido la muerte de un chileno cuya vida se vio truncada por la discriminación ejercida brutalmente.
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