No quiero ser ingrato con Allah, sobre todo porque ahora he encontrado Su camino y me gusta recorrerlo. Sin embargo y aunque a algunos les incomode leerlo, a veces tengo ganas de diluirme. Desaparecer me parece la única alternativa para salir del ambiente donde me muevo constantemente, como un pescado, encerrado en su pecera.
Fui tan feliz cuando estuve en Estambul, que ahora me resulta inevitable reconocer la monotonía del encierro en mi habitación; la infelicidad del rutinario amanecer, atardecer y anochecer.
Soy el primero en reconocer que cada nueva mañana tengo otra oportunidad de ser feliz y mejorar como persona. Pero aquí soy como un extraño a quien nadie reconoce y mientras más intento ser tolerante o llevar mejor mi vida, otros no se miden al momento de desquitar conmigo sus frustraciones. Luego de treinta años, nadie se ha dado cuenta de que al discutir con alguien, la rabia se va en minutos, pero lo que queda albergado en mi corazón es el doloroso golpe de las palabras que me han dicho sin medirse, según yo, injustamente.
Y porque no quiero hacerme la víctima frente al mundo, reconozco que puede existir la posibilidad de ser yo causa y origen de las tormentas en mi entorno. Pero juro que cada día lucho desde el amanecer hasta el ocaso para no sucumbir a mis propias limitaciones, pera dar lo mejor que tengo aunque para otros no sea mucho. Empero, resulta insuficiente porque siempre me equivoco hasta sin darme cuenta.
A veces uno se agota. No quiero ser ejemplo de buena conducta para otros ni mucho menos alcanzar la santidad porque sería petulante. Sé que diariamente flaqueo y de las cinco oraciones que hago en el día, todas son para superarme como persona. Tampoco busco reconocimiento por ello y soy el primero en recurrir a la modestia cuando alguien ve algo bueno en mí. Empero, ocasionalmente agradecería no ser el único empeñado en cambiar positivamente.
Mientras me esfuerzo por ser tolerante, no alterarme ni dejarme llevar por las negativas pasiones o arrebatos, me desanimo notando que otros simplemente dicen lo primero que se les ocurre o proceden sin reflexionar un momento en los nefastos efectos posteriores. Como si ello fuera poco, después ni siquiera se disculpan y al contrario, actuan como si nada hubiese sucedido.
Debo ver esto más de una vez al día, hasta que de tanto aguantar, mi frustración termina saliendo y en lugar de avanzar, retrocedo. Pareciera que en lugar de ayudar a otros a superarse, no hiciera nada.
En ocasiones siento como si la gente esperara demasiado de mí desde que emprendí esta lucha y me canso sin claudicar. Pero nadie más hace nada y me quedo completamente solo en este rincón donde inevitablemente, a ratos me encuentro encerrado e infeliz.
Si trabajase y tuviese dinero, habría intentado irme lo más lejos posible -a Estambul-. Pero aún así, mi discapacidad física y la diabetes son muy limitantes. Allah sabe por qué me dio esta vida y no está en mí cuestionar Su propósito, pero se sufre mucho, más de lo que la gente cree. Si me ven parado y entero es porque no me doy permiso de contagiar mi pena a otros, aunque siga estando ahí, guardada muy dentro donde sólo Allah la puede ver, y unos pocos muy rara vez.
Aquí sigo, en mi rincón, donde vivo como extraño para los demás, porque siempre lo he sido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario