Enrique Mac Iver 161 era el lugar donde desde 1952
estaba el acogedor Café Colonia, al cual fui algunas veces a disfrutar la tarde con una
entretenida conversación, un aromático té de caramelo y una deliciosa torta de
lúcuma, manjar, nuez. Todo eso se acabó. Ahí quedaron los paseos con mamá luego
de recorrer Santiago Centro mirando escaparates y el almuerzo que tuve un 14 de
febrero después de visitar una exposición artística con un amigo en el Centro
Cultural La Moneda.
Cuando algo así sucede no es espontáneo y uno
podría llenarse la barriga en cualquier otro lugar pero lo que se termina son
esos momentos en buena compañía; se pone fin a la colección de recuerdos que
uno podría revivir dentro de muchos años al visitar nuevamente aquel local y
lejos de todo romanticismo, se cierra una historia familiar de quien llegó a
Chile buscando nuevas oportunidades y tuvo la idea de establecerse con un café
tradicional pero además, se pierde la fuente laboral de mucha gente que allí
tenía su sustento o incluso, un lugar de pertenencia relacionado con las
ilusiones de quien recién comienza allí un camino laboral o el esfuerzo del
trabajador que durante décadas tuvo buena parte de su vida allí.
Esos muros fueron testigos de furtivos encuentros
entre amantes, primeras citas e incluso propuestas matrimoniales y
aniversarios, de momentos en familia o del simple almuerzo de un trabajador que
pasaba ahí su hora de colación con algún colega. Todo eso también se terminó
como un último bocado de pastel o el sorbo final del exquisito té.
Hoy
ese café de larga tradición alemana cierra sus puertas por la quiebra, al igual
que recientemente han debido hacerlo muchos negocios con historia en nuestro
país. Están dentro las esperanzas realizadas durante estos años y los proyectos
que se quedaron sin cumplir.
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