La gente mayor suele decir que ésta es una sociedad inmersa en la depravación. Sin duda, si tuviésemos la posibilidad de traer a una persona nacida en 1900 se espantaría de la diversidad sexual promovida hasta por los medios de comunicación masiva. Por otro lado, un sodomita o un gomorrita contemporáneo de Lot y Abraham estaría en la gloria con la pornografía, drogas, prostitución, juegos, tráfico, delincuencia y corrupción.
Sin embargo, no toda propaganda mediática es buena y ni siquiera puede decirse que sea realizada con un propósito positivo. Así por ejemplo, los homosexuales y los medios tienen una relación de amor-odio desde 1960 con el surgimiento del hipismo norteamericano y la consigna “Haz el amor y no la guerra”, que tuvo como consecuencia la reprogramación mental del estadounidense y tardíamente latinoamericano promedio, con algunas variantes. En la actualidad algunos países europeos y los menos de Sudamérica permiten el enlace conyugal gay reconocido por la legislación.
Quien piensa que esto ha sido fácil se engaña a sí mismo y peca de ignorante. Si bien el hippie aceptaba dentro de su comunidad al gay con espíritu de tolerancia y confraternidad, no debemos olvidar que el primero es discriminado socialmente aun hoy y por lo tanto, también todo grupo relacionado.
Pese a ello, no puede culparse al hippie por la discriminación que sufre el gay. Estigmatizado en parte por mérito propio, sólo Estados Unidos y algunos países europeos pueden decir sin llenarse la boca que al menos, respetan o toleran al homosexual por formar parte de las minorías sexuales. Sin embargo, en Chile aún se ve a este sujeto casi como un paria social y es el “mariconsito” del curso, el colegio, la universidad, la oficina o el barrio.
En realidad, detesto la expresión “minoría sexual” así como todo aquello que apunte a minimizar la comunidad gay, lésbica, transexual y/o travestida de este país y su no menor aporte social, como si mereciera especial cuidado el aislar ciertos grupos hasta estereotiparlos de “marginales” sólo por tener conductas que difieren con el rango establecido por norma. Ciertamente hoy tanto hetero como gay pueden situarse en igualdad cuantitativa, por lo cual ninguna orientación sexual debería ser considerada minoría, sino parte del multisistema cultural.
Decir que un gay merece respeto por ser minoría sexual o por su orientación, me parece por demás una afirmación demasiado simplista que seguramente esgrimiría un ignaro en la materia. El homosexual merece respeto público y privado así como reconocimiento por su calidad de persona natural, individuo y lo más importante, ser humano. En cuanto a mí concierne, jamás he sabido de un heterosexual respetado por acostarse con gente del sexo opuesto, sino por su desempeño profesional, valores morales y principios éticos..., mismos parámetros con los cuales debiera determinarse si un gay merece o no ser socialmente valorado.
Culpar a la comunidad homosexual por la depravación masiva me parece absolutamente injusto. ¿Acaso no hay heterosexuales promiscuos, cuyo principal pasatiempo es el sexo? Si lo pensamos bien, la promiscuidad no es un fenómeno propio, exclusivo ni iniciado por los gays.
Las parejas heterosexuales ahora son renuentes al matrimonio. Muchas veces he oído a mujeres quejándose de la falta de compromiso por parte del hombre y a éste reclamar sobre la expansiva liberación femenina que obviamente, redunda en mayor expresión sexual.
Admitamos por otro lado que quizá la comunidad gay sea vista por el ojo público como exacerbadamente sexual debido a la pornografía de internet, fiestas en discotecas del ambiente y demás. Sin embargo, en cuanto a espacios de expresión sexual, este grupo no tiene más o menos cabida social que su contraparte hetero, sino sólo es de mayor discreción.
Sin embargo, no toda propaganda mediática es buena y ni siquiera puede decirse que sea realizada con un propósito positivo. Así por ejemplo, los homosexuales y los medios tienen una relación de amor-odio desde 1960 con el surgimiento del hipismo norteamericano y la consigna “Haz el amor y no la guerra”, que tuvo como consecuencia la reprogramación mental del estadounidense y tardíamente latinoamericano promedio, con algunas variantes. En la actualidad algunos países europeos y los menos de Sudamérica permiten el enlace conyugal gay reconocido por la legislación.
Quien piensa que esto ha sido fácil se engaña a sí mismo y peca de ignorante. Si bien el hippie aceptaba dentro de su comunidad al gay con espíritu de tolerancia y confraternidad, no debemos olvidar que el primero es discriminado socialmente aun hoy y por lo tanto, también todo grupo relacionado.
Pese a ello, no puede culparse al hippie por la discriminación que sufre el gay. Estigmatizado en parte por mérito propio, sólo Estados Unidos y algunos países europeos pueden decir sin llenarse la boca que al menos, respetan o toleran al homosexual por formar parte de las minorías sexuales. Sin embargo, en Chile aún se ve a este sujeto casi como un paria social y es el “mariconsito” del curso, el colegio, la universidad, la oficina o el barrio.
En realidad, detesto la expresión “minoría sexual” así como todo aquello que apunte a minimizar la comunidad gay, lésbica, transexual y/o travestida de este país y su no menor aporte social, como si mereciera especial cuidado el aislar ciertos grupos hasta estereotiparlos de “marginales” sólo por tener conductas que difieren con el rango establecido por norma. Ciertamente hoy tanto hetero como gay pueden situarse en igualdad cuantitativa, por lo cual ninguna orientación sexual debería ser considerada minoría, sino parte del multisistema cultural.
Decir que un gay merece respeto por ser minoría sexual o por su orientación, me parece por demás una afirmación demasiado simplista que seguramente esgrimiría un ignaro en la materia. El homosexual merece respeto público y privado así como reconocimiento por su calidad de persona natural, individuo y lo más importante, ser humano. En cuanto a mí concierne, jamás he sabido de un heterosexual respetado por acostarse con gente del sexo opuesto, sino por su desempeño profesional, valores morales y principios éticos..., mismos parámetros con los cuales debiera determinarse si un gay merece o no ser socialmente valorado.
Culpar a la comunidad homosexual por la depravación masiva me parece absolutamente injusto. ¿Acaso no hay heterosexuales promiscuos, cuyo principal pasatiempo es el sexo? Si lo pensamos bien, la promiscuidad no es un fenómeno propio, exclusivo ni iniciado por los gays.
Las parejas heterosexuales ahora son renuentes al matrimonio. Muchas veces he oído a mujeres quejándose de la falta de compromiso por parte del hombre y a éste reclamar sobre la expansiva liberación femenina que obviamente, redunda en mayor expresión sexual.
Admitamos por otro lado que quizá la comunidad gay sea vista por el ojo público como exacerbadamente sexual debido a la pornografía de internet, fiestas en discotecas del ambiente y demás. Sin embargo, en cuanto a espacios de expresión sexual, este grupo no tiene más o menos cabida social que su contraparte hetero, sino sólo es de mayor discreción.
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