Cuando llega este día y aunque no pueda creerse, muy pocas veces recuerdo cómo ha sido el año anterior. Tengo imágenes de cumpleaños que me han marcado por un suceso u obsequio específico, de los cuales sólo algunos conservo.
Colgada en la pared de mi habitación por ejemplo, se encuentra la ballesta que papá me regaló al cumplir los dieciocho, graduándome de Cuarto Medio. Sin embargo, algo aun más permanente es el recuerdo de mi primer diario, que me diera mi querida abuelita materna ya fallecida, cuando apenas tuve edad para tomar bien un lápiz, a los cinco años… Aunque ya se haya perdido con el paso del tiempo y la mayoría de sus páginas tuvieran dibujos en lugar de anotaciones, fue entonces cuando descubrí que escribir sería mi desahogo, pasión y vocación en la vida.
No puede haber obsequio material más valioso que aquél con el cual descubres tu propósito en este mundo, el regalo personal que Dios ha preparado para ti. Aunque mi primer diario se perdiera, el recuerdo de mi abuelita Ester dándomelo, es algo que tendré hasta perder la memoria o la vida.
Todo en este mundo pasa, pues hasta las pirámides egipcias se han corroído con los milenios. Sin embargo, del mismo modo en que sabemos quienes las construyeron, aunque no estuviésemos presentes, recordamos los grandes y definitorios momentos en nuestras vidas, aun cuando por diversas razones los seres queridos que nos acompañaron, ya no estén físicamente con nosotros.
Son éstos los mejores obsequios que puedo conservar, en lugar de aquellos cumpleaños con algún negativo recuerdo de adolescencia. Son los amigos, los seres queridos y los cariños verdaderos realmente la medida para saber si hemos sido importantes.
Una lágrima que escapó de mi ojo, conmemora a los que ya no están físicamente conmigo y al mismo tiempo, agradece a Dios por quienes sí.
Colgada en la pared de mi habitación por ejemplo, se encuentra la ballesta que papá me regaló al cumplir los dieciocho, graduándome de Cuarto Medio. Sin embargo, algo aun más permanente es el recuerdo de mi primer diario, que me diera mi querida abuelita materna ya fallecida, cuando apenas tuve edad para tomar bien un lápiz, a los cinco años… Aunque ya se haya perdido con el paso del tiempo y la mayoría de sus páginas tuvieran dibujos en lugar de anotaciones, fue entonces cuando descubrí que escribir sería mi desahogo, pasión y vocación en la vida.
No puede haber obsequio material más valioso que aquél con el cual descubres tu propósito en este mundo, el regalo personal que Dios ha preparado para ti. Aunque mi primer diario se perdiera, el recuerdo de mi abuelita Ester dándomelo, es algo que tendré hasta perder la memoria o la vida.
Todo en este mundo pasa, pues hasta las pirámides egipcias se han corroído con los milenios. Sin embargo, del mismo modo en que sabemos quienes las construyeron, aunque no estuviésemos presentes, recordamos los grandes y definitorios momentos en nuestras vidas, aun cuando por diversas razones los seres queridos que nos acompañaron, ya no estén físicamente con nosotros.
Son éstos los mejores obsequios que puedo conservar, en lugar de aquellos cumpleaños con algún negativo recuerdo de adolescencia. Son los amigos, los seres queridos y los cariños verdaderos realmente la medida para saber si hemos sido importantes.
Una lágrima que escapó de mi ojo, conmemora a los que ya no están físicamente conmigo y al mismo tiempo, agradece a Dios por quienes sí.
1 comentario:
Por error coloqué en tu anterior entrada, el mismo comentario repetido tres veces.
Mil perdones
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