«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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lunes, 7 de abril de 2008

La grulla en el prado

A Joaquín Campos Reyes.

Por la mañana el rocío cae silencioso
como sombra que avanza en la tiniebla
y se moja cada pétalo rugoso
de las rosas que adornan mi puerta.

Se abren los párpados que me pesan
luego de soñar con placer;
las horas del día me retan
y resisto el abrasador amanecer.

Como puedo levanto mis huesos,
aturdido por los pesares
que marchitan mis huertos
y declaran mis edades.

Erguido como puedo me paro,
frente al espejo veo mi remanso,
reflejo de quien no tiene descanso
habiendo derramado mil llantos.

Frágil soy como cualquier ser humano,
cual grulla indefensa que vuela por el viento,
se posa ingenua en el verde prado
y le llega una bala sin haberse anunciado.

¿Qué culpa tuvo la grulla
de que viniera un desgraciado
y le disparara sin razón alguna
quitándole su prado?

Nada hice con malicia
ni conocí siquiera la envidia,
sin cobijar en mí corazón codicia
como la gente maldita.

Llegará pues, pronto el día,
cuando levantarme pueda ligero
en que goce de alegría…,
como la grulla lo hace al vuelo.

Como avanza así mi vida
que mi lozano rostro se hizo añejo,
cual fruta madura un día
y después cae al suelo.

De amor conocí bastante
como lo cuenta el bardo:
algunos son memorables
y otros prefiero olvidarlos.

Que mi vida humo se hizo
no podría negarlo,
pero con absoluto sigilo
momentos al tiempo le he robado.

Ni la más dócil criatura
se iguala a tus labios,
ni aquella hermosa grulla
es como un beso de quien amo.

Que los dioses escuchen mi canto
y cuando muera permitan el vuelo,
a este humilde esclavo
que sirve con la soga al cuello.

Apiádese de mí quien amo,
obsequiándome una suave caricia
sin provocar el llanto
que surca ahora mi mejilla.

Tenga un amigo de buen grado
como el viento lo es de la grulla
y que no me abandone en el prado
donde la vida de ésta se trunca.

No se pierdan mis palabras
como el marchito pétalo de la rosa;
cuando sean tiernamente habladas
que quien quiera las oiga.

Que al cerrarse mis ojos eternamente,
pueda presumir de haberte amado tanto
que la noche donde nunca amanece, llamada muerte,
no me quite la luz de tu cálido abrazo.

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Escritor chileno.