Esta tarde mis padres y yo fuimos a los cementerios Católico y General para visitar las respectivas tumbas de mis abuelitos maternos. Pero en el primero, además de presentarle nuestros respetos a mi abuelita Victoria Ester, también dejamos flores en la tumba compartida de mis bisabuelos Victoria y Guillermo y como si eso fuera poco, insistí en visitar las tumbas de mis tatarabuelos maternos, Pablo y María Rojas, quienes eran abuelos de mi abuelita.
A continuación, una carta que le escribí a mi abuelita bastante tiempo antes de su fallecimiento y que cuando encontré en su ropero, poco después, me pareció una despedida anunciada.
Sra. V. Ester Fernández
Calle [...],
Santiago.
22 de Septiembre de 2005.
Querida abuelita:
Al escribir, recuerdo las tardes en su casa viendo aquellas viejas fotos y tarjetas de saludo que usted guarda como invaluable tesoro de aquellos años vividos en familia, disfrutando tanto del calor veraniego, distintas fiestas o simples conversaciones que parecían destinadas a existir sólo en la celosía de su sala, donde regularmente estábamos usted, tía Gabriela, mamá y yo, a veces acompañados por tía Marta quien desde luego hacía más agradable la tertulia.
Esta hoja seguramente sea escasa en espacio para mencionar los gratos momentos y uno que otro sinsabor alojados en nuestros corazones durante aquellos días lejanos, cuyos sucesos ahora nos vienen a la memoria como imágenes congeladas en el tiempo, pero repletas de intensos sentimientos. De seguro no todos son buenos y más de alguno nos ha calado hondo, pero qué es la vida sino un viaje para aprender; sólo unos pocos afortunados están conscientes del camino recorrido y pueden ocasionalmente, tomar un descanso para mirar hacia atrás, viendo que le han entregado lo mejor de sí [a] cada conocido.
Es en esas pausas que uno puede reír, llorar y revivir las anécdotas que alimentan el alma, dándonos fuerzas para seguir viajando. Seguramente sea todo como un enorme equipaje del cual intentamos sacar lo mejor, pero siempre guardamos algo simple y reconfortante.
Cuando tenga mi cabeza canosa, el rostro agrietado y la vista nublada, algunos de mis recuerdos más preciados serán sus gratos recibimientos, las exquisitas comidas que siempre me prepara con tanta dedicación, las interminables charlas sobre temas que ya todos saben, los detalles interminables y muchas otras cosas que me hacen quererla tanto.
Sólo espero que esta carta sea parte de aquel escondite en donde guarda los recuerdos, para sacarla más adelante junto a las fotos y tarjetas.
Su nieto que la quiere,
Carlos Flores A.
Con respecto al último párrafo, mi abuelita me heredó toda su correspondencia, dentro de la que destaca una carta fechada en 1920, donde mi bisabuelo Guillermo de declaraba romántica pero respetuosamente a mi bisabuela Victoria.
Sin embargo, la misiva aquí transcrita no se hallaba junto a las demás, sino en una caja con documentación más importante que incluía su propio Certificado de Nacimiento.
Escribí esto ahora porque esta mañana amanecí con una hipoglucemia severa y ante dicha situación, uno se encuentra en permanente conocimiento de la propia fragilidad. Si muero, quiero que esto quede aquí, para que todos los lectores sepan cuánto quiero a mi abuelita, aún después de su partida.
Espero que al morir, mis restos sean sepultados junto a los de ella en su nicho, tal como era su voluntad y ahora, también la mía.
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