Ayer en el programa “Voces personales” de Marcelo Leiva, transmitido por Mitos RTV, plantearon la pregunta “¿Se puede dejar de ser gay?” y el consenso general fue que no. Sin embargo, hay quienes creen que es posible reorientarse sexualmente hacia una heteronormalidad.
Para entender por qué se pretende reformar a homosexuales y lesbianas, es necesario analizar las profundas raíces homofóbicas arraigadas en la sociedad, ya sea por represiones políticas demasiado prolongadas o doctrinas religiosas inculcadas generacionalmente, tanto en nuestra cultura católica y dictatorial sudamericana, como en la herencia recogida del viejo continente que a su vez, la recogió de Oriente Medio durante las cruzadas.
En pleno siglo XXI existen países que penalizan con cárcel y en menor medida, con la muerte a quienes mantengan relaciones afectivas o simplemente sexuales con congéneres. Grecia por ejemplo, aún no legisla claramente la protección a los derechos de las minorías sexuales, llegando al punto de negar la mundial e históricamente reconocida historia helénica clásica, llena de personajes sino sexualmente ambiguos, derechamente homosexuales en un tiempo arcaico y más adelante civilizado, donde no existía un término lingüístico para referirse a las distintas orientaciones sexuales, permitiendo de este modo un cierto grado de liberalismo en que la bisexualidad se difundía aceptadamente.
Esta tendencia moral de disfrutar con ambos sexos sintiéndose libre de culpas, al considerarse mera experimentación del cuerpo libre, se prolongó hasta bien entrada la Edad Media, hasta el punto de existir vacíos legales que poderosos príncipes, reyes e incluso Papas aprovecharon para mantener relaciones con jóvenes púberes, acto con razón ampliamente penalizado hoy.
La historia está plagada de personajes que pública o privadamente, tuvieron experiencias sexuales con congéneres sin sentirse culpables. Actualmente, los biógrafos de Alejandro Magno, Ricardo Corazón de León o Leonardo Da Vinci niegan rotundamente cualquier vinculación de dichos objetos de estudio a tales conductas.
Su argumento se basa en el hecho de que aparentemente no existen registros confirmando o desmintiendo categóricamente la homosexualidad de estos hombres. Sin embargo, no debemos olvidar que en tiempos antiguos era delito acusar a un noble de tales faltas, por lo cual se hicieron escasas menciones de las relaciones existentes entre Alejandro Magno y Hefaestión, Ricardo Corazón de León y Felipe II de Francia o Leonardo Da Vinci con Salai y posteriormente Melzi.
El último caso ha sido analizado desde el mismísimo siglo XV, a raíz de que el 8 de abril de 1476 se presentó una denuncia anónima contra diversas personas entre las que se incluía al artista, por sodomía consumada con el diecisiete añero Jacopo Saltarelli. Aunque había cierta tolerancia hacia la homosexualidad en Florencia, la pena prevista en estos casos era severísima, directamente morir quemado.
Obviamente, estar encarcelado dos meses provocó en Da Vinci un trauma permanente, que lo llevó a ocultar en la mayor celosía cualquier expresión afectuosa de tipo erótico. Pese a esto, se refirió repulsivamente al acto sexual con fines procreativos.
Como quiera que sea nuestra realidad, debemos reconocer que somos afortunados de poder expresar relativamente libres nuestra opinión, sexualidad y personalidad, pudiendo desarrollarnos como seres humanos más íntegros.
Si bien aún queda mucho camino por delante, es obligación vivir en consecuencia con nuestra esencia, por nosotros mismos y quienes estuvieron antes, impedidos de disfrutar el grado de libertad que gozamos.
Dejar que otro nos diga cómo debemos vivir, es entregar la única posibilidad que tenemos en este mundo de ser felices. Al final de nuestros días, es mucho mejor saber que los errores cometidos no debemos cargárselos a alguien más, porque en cualquier etapa es terrible darnos cuenta de que hemos perdido una oportunidad valiosa por complacer a otros y no porque son las convicciones ideológicas propias que nos han hecho actuar de determinada manera.
Nuestros padres, la familia, el líder religioso, el jefe de turno o algún amigo seguirán viviendo tranquilamente, sin darle importancia a que hayamos cambiado la manera de ser por complacerles. Lo más probable es que aquellas personas no accedan a sacrificarse de tal forma si se lo pedimos.
Es increíblemente egoísta pedirnos cambiar alguna característica de nuestra personalidad, que nos hace únicos. Pero es más egoísta aún permitir que alguien nos cambie.
Hay dos formas de conducirse por la vida: como chofer, manejaremos nuestra existencia pero como pasajero, delegaremos esa responsabilidad en otros.
Para entender por qué se pretende reformar a homosexuales y lesbianas, es necesario analizar las profundas raíces homofóbicas arraigadas en la sociedad, ya sea por represiones políticas demasiado prolongadas o doctrinas religiosas inculcadas generacionalmente, tanto en nuestra cultura católica y dictatorial sudamericana, como en la herencia recogida del viejo continente que a su vez, la recogió de Oriente Medio durante las cruzadas.
En pleno siglo XXI existen países que penalizan con cárcel y en menor medida, con la muerte a quienes mantengan relaciones afectivas o simplemente sexuales con congéneres. Grecia por ejemplo, aún no legisla claramente la protección a los derechos de las minorías sexuales, llegando al punto de negar la mundial e históricamente reconocida historia helénica clásica, llena de personajes sino sexualmente ambiguos, derechamente homosexuales en un tiempo arcaico y más adelante civilizado, donde no existía un término lingüístico para referirse a las distintas orientaciones sexuales, permitiendo de este modo un cierto grado de liberalismo en que la bisexualidad se difundía aceptadamente.
Esta tendencia moral de disfrutar con ambos sexos sintiéndose libre de culpas, al considerarse mera experimentación del cuerpo libre, se prolongó hasta bien entrada la Edad Media, hasta el punto de existir vacíos legales que poderosos príncipes, reyes e incluso Papas aprovecharon para mantener relaciones con jóvenes púberes, acto con razón ampliamente penalizado hoy.
La historia está plagada de personajes que pública o privadamente, tuvieron experiencias sexuales con congéneres sin sentirse culpables. Actualmente, los biógrafos de Alejandro Magno, Ricardo Corazón de León o Leonardo Da Vinci niegan rotundamente cualquier vinculación de dichos objetos de estudio a tales conductas.
Su argumento se basa en el hecho de que aparentemente no existen registros confirmando o desmintiendo categóricamente la homosexualidad de estos hombres. Sin embargo, no debemos olvidar que en tiempos antiguos era delito acusar a un noble de tales faltas, por lo cual se hicieron escasas menciones de las relaciones existentes entre Alejandro Magno y Hefaestión, Ricardo Corazón de León y Felipe II de Francia o Leonardo Da Vinci con Salai y posteriormente Melzi.
El último caso ha sido analizado desde el mismísimo siglo XV, a raíz de que el 8 de abril de 1476 se presentó una denuncia anónima contra diversas personas entre las que se incluía al artista, por sodomía consumada con el diecisiete añero Jacopo Saltarelli. Aunque había cierta tolerancia hacia la homosexualidad en Florencia, la pena prevista en estos casos era severísima, directamente morir quemado.
Obviamente, estar encarcelado dos meses provocó en Da Vinci un trauma permanente, que lo llevó a ocultar en la mayor celosía cualquier expresión afectuosa de tipo erótico. Pese a esto, se refirió repulsivamente al acto sexual con fines procreativos.
Como quiera que sea nuestra realidad, debemos reconocer que somos afortunados de poder expresar relativamente libres nuestra opinión, sexualidad y personalidad, pudiendo desarrollarnos como seres humanos más íntegros.
Si bien aún queda mucho camino por delante, es obligación vivir en consecuencia con nuestra esencia, por nosotros mismos y quienes estuvieron antes, impedidos de disfrutar el grado de libertad que gozamos.
Dejar que otro nos diga cómo debemos vivir, es entregar la única posibilidad que tenemos en este mundo de ser felices. Al final de nuestros días, es mucho mejor saber que los errores cometidos no debemos cargárselos a alguien más, porque en cualquier etapa es terrible darnos cuenta de que hemos perdido una oportunidad valiosa por complacer a otros y no porque son las convicciones ideológicas propias que nos han hecho actuar de determinada manera.
Nuestros padres, la familia, el líder religioso, el jefe de turno o algún amigo seguirán viviendo tranquilamente, sin darle importancia a que hayamos cambiado la manera de ser por complacerles. Lo más probable es que aquellas personas no accedan a sacrificarse de tal forma si se lo pedimos.
Es increíblemente egoísta pedirnos cambiar alguna característica de nuestra personalidad, que nos hace únicos. Pero es más egoísta aún permitir que alguien nos cambie.
Hay dos formas de conducirse por la vida: como chofer, manejaremos nuestra existencia pero como pasajero, delegaremos esa responsabilidad en otros.
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