Bien sabido por todos es que la edad trae experiencia y muchas de nuestras juveniles esperanzas se pierden en el camino, junto con la inocencia. Sin embargo, mi abuelita materna siempre conservó una cuota de particular ternura durante su vida, logrando la tan rara mezcla entre sabiduría y candidez.
Si todos tuviésemos la capacidad de convertir los golpes del destino en lecciones bien aprendidas sin protestar y además, compartirlas, seguro podríamos expresar cariño por otros dejando a un lado el irracional orgullo que muy a menudo guía nuestros pasos.
Cuando los años pasan y el sufrimiento se atenúa con afectos imperecederos, quienes continuamos aquí después de haber llorado su partida, recordamos con nostalgia cada momento compartido, atesorándolo en nuestros corazones como indescriptibles bellezas.
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