«Quien no conoce Estambul, no conoce el amor».

Yahya Kemal Beyatlı.

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Carlos Flores Arias – Yahya.

Escritor chileno.

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jueves, 22 de julio de 2010

Una carta de amor

A raíz del libro "Las más bellas cartas de amor", quiero compartir con ustedes una escrita por mi bisabuelo Guillermo a mi bisabuela Victoria, el año 1920 y que heredé de mi abuelita materna, Victoria Ester.
Es distinto leer el manuscrito redactado con prodigiosa caligrafía en pluma, pero espero que la disfruten.
Creí haberla posteado antes, pero la transcribo ahora, corrigiendo sólo algunas faltas ortográficas pero conservando la prolijidad del sentimiento:

Santiago 6 de Sbre. de 1920.

Señorita
Victoria (...).

Mi estimada amiga:
Empiezo por rogarle me perdone la osadía de dirigirme a Ud. pero creo sin duda alguna que en el fondo de su pecho, en lo más profundo de su alma, ha de poseer un corazón tan noble como benévolo, que sabrá comprender los vivos sentimientos que me obligan a dirigirle esta humilde carta tan franca como sincera.
Victoria, desde el primer momento que mis ojos tuvieron inmensa dicha de verla, nació por vez primera en mi corazón un amor tan grande y sincero que no he podido resistir por más tiempo y he aprovechado un violento impulso de él, para declararle la abrazadora pasión que siento por Ud.
Ai! Victoria, si comprendiera Ud. el inmenso cariño que sus miradas han despertado en mi alma, tal vez al mismo tiempo comprendería que en el mundo existe un hombre que con locura la ama y ha nacido en él tan sólo para amarla. Sólo un punto negro atormenta mi alma y es el oscuro manto de la duda, que hace tiempo sin piedad está destrozando mi esperanzado corazón, que dejará de sufrir cuando a las puertas de su pecho llame y si es verdad que el amor es el don más puro y sublime, que en el pecho del ser humano ha puesto Dios, creo Victoria, que no se negará al admitirlo y entonces unido al suyo formaría un lazo, un gigantesco lazo sólo la muerte que no reconoce piedad osaría destrozarlo.
Le suplico que después de leer estas líneas en las cuales le confieso, lo que verdaderamente experimenta mi corazón, consulte con el suyo si soi merecedor de su cariño, para entonces considerarme el más dichoso o el más desgraciado de los hombres.
Guillermo (...).

2 comentarios:

Mauro L. dijo...

Carlos, como te dige ayer, el libro de cartas que me compre es realmente magico, y sin dudas, la carta de tu abuelo seria digna de ser incluida alli.
Curiosamente, mi carta de amor favorita no aparece en mi libro, es una carta literaria, que aparece en "El tren expreso", escrita por Ramon de Campoamor, misma que a continuacion te remito con mis saludos;

«Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros,
cuenta os dará de la memoria mía.
Aquel fantasma soy que, por gustaros,
juró estar viva a vuestro lado un día.
»Cuando lleve esta carta a vuestro oído
el eco de mi amor y mis dolores,
el cuerpo en que mi espíritu ha vivido
ya durmiendo estará bajo las flores.
»Por no dar fin a la ventura mía,
la escribo larga... casi interminable...
¡Mi agonía es la bárbara agonía
del que quiere evitar lo inevitable!
»Hundiéndose al morir sobre mi frente
el palacio ideal de mi quimera,
de todo mi pasado, solamente
esta pena que os doy borrar quisiera.
»Me rebelo a morir, pero es preciso...
¡El triste vive y el dichoso muere!...
¡Cuando quise morir, dios no lo quiso;
hoy que quiero vivir, Dios no lo quiere!
»¡Os amo, sí! Dejadme que habladora
me repita esta voz tan repetida;
que las cosas más íntimas ahora
se escapan de mis labios con mi vida.
»Hasta furiosa, a mí que ya no existo,
la idea de los celos me importuna;
¡juradme que esos ojos que me han visto
nunca el rostro verán de otra ninguna!
»Y si aquella mujer de aquella historia
vuelve a formar de nuevo vuestro encanto,
aunque os ame, gemid en mi memoria;
¡yo os hubiera también amado tanto!...
»Mas tal vez allá arriba nos veremos,
después de esta existencia pasajera,
cuando los dos, como en le tren, lleguemos
de vuestra vida a la estación postrera.
»¡Ya me siento morir!... El cielo os guarde.
Cuidad, siempre que nazca o muera el día,
de mirar al lucero de la tarde,
esa estrella que siempre ha sido mía.
»Pues yo desde ella os estaré mirando;
y como el bien con la virtud se labra,
para verme mejor, yo haré, rezando,
que Dios de par en par el cielo os abra.
»¡Nunca olvidéis a esta infeliz amante
que os cita, cuando os deja, para el cielo!
¡Si es verdad que me amásteis un instante,
llorad, porque eso sirve de consuelo!...
»¡Oh Padre de las almas pecadoras!
¡Conceded el perdón al alma mía!
¡Amé mucho, Señor, y muchas horas;
mas sufrí por más tiempo todavía!
»¡Adiós, adiós! Como hablo delirando,
no sé decir lo que deciros quiero.
Yo sólo sé de mí que estoy llorando,
que sufro, que os amaba y que me muero.»

Anónimo dijo...

preciosa

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Escritor chileno.