Hoy casi tropiezo con la misma piedra, pero tras cuatro fracasos o engaños, por fin aunque más lento que los demás, voy aprendiendo. Y hay quien me dice "No sabes nada de la vida", pero sí sé, vaya que sí sé porque cada caída ha dolido en su particular manera.
Con los golpes vas aprendiendo entre otras lecciones, que sin importar cuánto intentes llegar a una persona, si tiene las puertas cerradas para ti, no habrá quién las abra y nada consigues lamentándote. En otras palabras, si la vida te da limones, haz limonada.
Ya me lamenté, por Dios que es cierto, sufriendo la crueldad, orgullo, desprecio y vanidad de otros quienes para bien o mal, me marcaron. No importan sus nombres, aunque los tengo frescos en la memoria, porque al final me quedo con lo aprendido.
Ya por ejemplo, no creo en los elogios fáciles y evito las ofensas gratuitas; tampoco me expongo ante gente que pueda lastimarme y dejé de llorar por la leche derramada.
¿Qué importa si todo cuanto hice se redujo a pérdida? Tal vez de ello nada debía quedar y lo cierto es que, siendo irrelevante el esfuerzo, no podemos obligar el cariño de nadie.
Ahora preferí esperar para ver si realmente puedo darle mi confianza a una nueva figura en el escenario, pues sé que apresurándome me arrepentiría después, cuando ya fuera demasiado tarde. Es mejor ir a paso lento por las piedras, para evitar los tropiezos.
Es que lo importante no es sólo hacer lo correcto sino además, con la persona adecuada. Tarea difícil, porque vamos por la vida sabiendo los riesgos y sin embargo, ideamos cómo o buscamos con quién equivocarnos.
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