Ayer por fin el Sr. L y yo almorzamos en casa de Esteban tras mucho postergarlo por motivos de fuerza mayor.
Fue una odisea llegar con mamá hasta la estación de Metro Vicente Valdés desde Ecuador, porque incluso un tipo estuvo a punto de asaltarla en el vagón. Pero por suerte el Sr. L no demoró mucho en llegar.
El pastel de papas estaba delicioso al igual que todo el almuerzo. Debo reconocer que comí como un cerdo, lo cual trajo como consecuencia hiperglicemias posteriores, pero para ello existe la insulina inyectable.
La madre de Esteban es una señora muy simpática. No guarda relación alguna con aquella anciana achacosa y llena de enfermedades que Esteban describe cuando nos habla de ella. Se integra sin ningún complejo a las conversaciones, como una más del grupo.
A Esteban le encantó el tasbith que le compré en el stand que Fundación Catarata tenía en la 30ª FILSA. Mamá le hizo un saquito y ése fue mi obsequio navideño para alguien cuya espiritualidad se sostiene en sí misma.
Por mi parte, regresé a casa lleno de obsequios: un mala tibetano con bolsa y cuarzo, un llavero de ojo turco para la buena suerte, un chocolate Golden Nuss libre de azúcar y un ejemplar de "Bartleby, el escribiente" del autor Herman Melville.
De regreso, el Sr. L y yo veníamos hablando sobre la posibilidad de organizar un almuerzo en mi casa para invitarlos y es que ya corresponde. Además, quiere invitar a mamá a su departamento, para que le conozca sin desconfiar...
Dicha sea la verdad, mi vieja está tan acostumbrada a oírme hablar de ellos, que incluso dice «Me cae bien tu amigo -refiriéndose al Sr. L-, porque dice las cosas como son, igual que yo». Sinceramente, no sé hasta qué punto eso sea una cualidad, pero en fin.
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