«En cuanto sales de casa, la felicidad parece tan fácil» (Isabel Ordaz en “Aquí no hay quien viva”).
Ayer fue una tarde bastante agitada, pero alegre, después de unos días en reposo padeciendo tortícolis cervical. Visité al Sr. L para entregarle el obsequio navideño que le compré hace un mes en la 30ª FILSA: la novela “A sangre fría” de Truman Capote, que él tanto buscó sin éxito.
Por distintas razones no pudimos vernos antes y a decir verdad, temía que se la hubiese comprado por cuenta propia, pues estaba muy entusiasmado con leerla. Y a propósito de literatura, dijo estar ansioso de leer mi novela, adquirida durante mis jornadas firmando ejemplares.
Como es característico en mí, por desgracia, llegué retrasado pues antes tomé un desvío al Mall Plaza Alameda para comprar un teléfono móvil ENTEL y obsequiárselo a mamá, pero el tiempo transcurrió increíblemente rápido allí. Ahora sólo debo comprarle un regalo a papá, que tal vez será ropa.
Sr. L me había enviado dos SMS antes para saber si iría, pero como siempre estoy sin saldo, sólo pude llamarle momentos antes de subir al taxi y me advirtió que su departamento estaba patas arriba. En efecto, cuando llegué aquello era una leonera donde no cabía un pie. Sin embargo, la confianza existente hace esto intrascendente y lo menciono como mero dato. Seguramente hoy seguirá ordenando.
_ ¿Qué puedes tomar? –preguntó.
_ Bebida dietética, ¿por qué?
_ Podríamos ir al Friend’s algún día, pero la idea es que te tomes algo, porque la entrada se paga con derecho a un trago –me invitó.
_ Igual me gustaría ir –se despertó mi entusiasmo.
En cuanto pude le pedí la mochila para sacar el libro y cuál fue mi sorpresa cuando de su cómoda sacó un paquete similar… Era la novela “Dormir al sol” de Adolfo Bioy Casares.
_ Somos originales para hacer regalos –me dijo dejando escapar una risa espontánea.
_ Pero me gusta, porque regalar un libro sale de lo común.
_ Es que hace un tiempo preguntaste sobre los miedos para escribir una novela y ésta los aborda desde el punto de vista psicológico.
_ Interesante.
_ ¿Fumas puros? –me preguntó a propósito de nada.
_ No. ¿Por qué? –quise saber.
_ Es que tengo uno y yo tampoco fumo. Si quieres, te lo doy para tu papá o tu hermano.
_ Bueno. Gracias.
Regresó con un puro hecho en La Habana, cuyo envase parece consolador en miniatura y no perdí oportunidad para mencionarlo.
_ Es como un consolador.
_ No faltará quien lo use así, Carlos.
Inmediatamente le expliqué que mi intención era darle el ejemplar días antes y me contó que Rodrigo F. había prometido prestárselo, pero ya no será necesario. Temí que mi dedicatoria le pareciera demasiado rebuscada, pero no dijo nada.
_ Pero me gusta, porque regalar un libro sale de lo común.
_ Es que hace un tiempo preguntaste sobre los miedos para escribir una novela y ésta los aborda desde el punto de vista psicológico.
_ Interesante.
_ ¿Fumas puros? –me preguntó a propósito de nada.
_ No. ¿Por qué? –quise saber.
_ Es que tengo uno y yo tampoco fumo. Si quieres, te lo doy para tu papá o tu hermano.
_ Bueno. Gracias.
Regresó con un puro hecho en La Habana, cuyo envase parece consolador en miniatura y no perdí oportunidad para mencionarlo.
_ Es como un consolador.
_ No faltará quien lo use así, Carlos.
Inmediatamente le expliqué que mi intención era darle el ejemplar días antes y me contó que Rodrigo F. había prometido prestárselo, pero ya no será necesario. Temí que mi dedicatoria le pareciera demasiado rebuscada, pero no dijo nada.
Tras la conversación inicial fuimos a la lavandería, pues hacía dos semanas que no lavaba ropa ni sábanas y ya estaba quedándose con muy poco para vestir. Fue cómico verle afligido aprendiendo a subir mi silla de ruedas por dos escalones intentando no resbalar, pero conocí partes del condominio inexploradas incluso para él y además, ciertas prendas íntimas con divertidos estampados de DC Comics.
Le comenté que tal vez pueda ir a Turquía sin gastar tanto dinero porque Karina había cotizado los pasajes a ochocientos mil pesos por Air France.
_ Si vi que te juntaste con socias del grupo de fanáticos de Tarkan.
_ Lo pasamos genial –le comenté.
_ Cuando subamos te prestaré una película turca que tengo. Te gustará. Se llama “Un toque de canela”, pero debes cuidármela como hueso de santo.
_ Gracias.
En la terraza trasera, mientras limpiaba con su sudadera blanca mis inmundos anteojos –que le dejaron una mancha verde–, disfrutando los hasta entonces cálidos rayos del atardecer, charlamos sobre las relaciones de diversas índoles. Nos cuestionábamos hasta qué punto es confiable alguien que conoces por Facebook. Ciertamente nuestros círculos sociales más recientes se han formado a partir de aquel medio, pero es inevitable sentir desconfianza de algunas personas cuando ignoras sus verdaderas intenciones o son volubles proponiéndote encuentros íntimos aún teniendo pareja.
_ Depende del criterio de cada persona –me dijo muy serio–, pero yo no confío en esa gente.
_ ¿Y para qué solicitan amistad si luego te eliminan sin motivo? –le pregunté.
_ Es que no les das lo que buscan –respondió.
_ Yo soy súper práctico. Si quieren encontrarse conmigo y veo que pasan demasiado tiempo excusándose, luego les ignoro.
_ ¿Harás eso con Esteban? –me preguntó bromeando y aludiendo a que pronto se supone que, si Dios quiere, almorzaremos en su casa tras mucho postergarlo por motivos de fuerza mayor.
De regreso en el departamento, conversándole cuando se duchaba, tuve la impresión de hasta cierto punto, hablarle a mi hermano o alguien muy cercano. Incluso al observarle peinándose, le hallé parecido a mi primo putativo Marcelo, en sus mejores tiempos.
_ Aquí está la película. La vi y me acordé de ti, porque te gusta tanto Turquía –me la entregó luego de secarse con una toalla amarilla.
_ Ah, vale.
_ Ah, vale.
Ya vestido con un pantalón claro, una camiseta colorada que tenía estampado a Buda, calcetines y zapatillas se perfumó usando exquisitas fragancias dulces para por fin salir, dejando atrás el desorden. Fuimos cerca del cerro Santa Lucía quedando cautivados por un escaparate donde exhibían preciosos muebles antiguos, lámparas de lágrimas, escritorios y sofás. Llegamos a un café llamado El Rincón Andaluz, donde comí pizza individual bebiendo delicioso té con sabor a vainilla. Él tomó primero un jugo y después quiso también té, fumando.
_ ¿Te la corto? –preguntó.
_ ¿Qué cosa? –inquirí malicioso.
_ La pizza, huevón. Que estás todo maneado y no me pides ayuda; tienes que decirme.
En realidad, entre la pizza, la taza de té, la tetera y el jugo yo hacía malabares como un equilibrista del Circo del Sol para no botar nada.
Parlamentábamos cuando se acercó a hablarnos un hombre que nos era familiar: José Miguel, líder del grupo en el cual Sr. L y yo fuimos presentados hace año y medio. Le di mi número telefónico móvil por si se reunieran nuevamente.
Al despedirnos, siguió su camino hasta perderse doblando la más próxima esquina y nosotros partimos en dirección contraria, rodeando el cerro, recorriendo un costado de la Biblioteca Nacional que me parece no haber conocido cuando era estudiante.
Llegamos al barrio Lastarria, prestando especial atención a la cartelera de El Biógrafo, donde se destacaba “Mi familia–The kids are all right”, estelarizada por Annette Bening, Julianne Moore y Mark Ruffalo. Siguiendo la trayectoria deteniéndonos en la feria de antigüedades.
_ Aquí vi un ejemplar de “A sangre fría”, pero no lo quise comprar porque era de segunda mano y estaba caro –me comenta.
_ Pero ahora lo tienes nuevo –dije.
_ Sí.
Me detuve mirando un libro de runas, recordando aquellos tiempos cuando las leía sin fallar, hace cuatro años y noté que había tomado dos libros.
_ Mira, un libro de tarot –le mostré.
_ Un amigo me leyó el tarot hace poco –comentó sonriendo–. Dijo que no tendría dinero ni amor pero sí amigos que me querrían mucho.
_ Tenía razón. De hecho, siempre te digo cuánto te quiero –le recordé.
Una vez más en el Santa Lucía y habiendo atropellado con la silla a unos cuantos incautos, no pudiendo esquivar algunos hoyos del pavimento o las bajadas. Vimos a dos parejas de amantes besándose recostados en el césped.
_ Sí.
Me detuve mirando un libro de runas, recordando aquellos tiempos cuando las leía sin fallar, hace cuatro años y noté que había tomado dos libros.
_ Mira, un libro de tarot –le mostré.
_ Un amigo me leyó el tarot hace poco –comentó sonriendo–. Dijo que no tendría dinero ni amor pero sí amigos que me querrían mucho.
_ Tenía razón. De hecho, siempre te digo cuánto te quiero –le recordé.
Una vez más en el Santa Lucía y habiendo atropellado con la silla a unos cuantos incautos, no pudiendo esquivar algunos hoyos del pavimento o las bajadas. Vimos a dos parejas de amantes besándose recostados en el césped.
_ Esto parece el fondo de una caricatura, que cada tanto se repite –bromeé.
_ Podríamos hacer una excursión un día –sugirió–, porque está todo habilitado para sillas de ruedas.
_ Sí, programémoslo –accedí fascinado ante una nueva experiencia.
_ ¿Cómo irás a la casa de Esteban?
_ En radio taxi –respondí.
_ Te saldrá caro –observó–. ¿No puedes ir en metro o Transantiago?
_ No tengo tarjeta Bip ni cómo bajar las escaleras porque no hay ascensores en todas las estaciones. Pero ya tenemos tres panoramas: el almuerzo con Esteban, ir al Friend’s y hacer la excursión.
_ Sí, tienes razón.
_ ¿Te gustaría ir a mi casa? –propuse.
_ Nunca me has invitado.
_ Lo estoy haciendo –aclaré–. Podrías ir a almorzar, porque mi mamá te atendería encantada.
_ Si es a almorzar, no me niego –accedió–. La prostitución tiene muchas caras, dicen.
_ ¿Qué te gusta comer? –dije riendo en tanto pasábamos por fuera de una tienda hindú y una pastelería turca.
_ De todo, menos mariscos y betarraga.
_ Le diré a mamá que cocine zapallos italianos, si estamos en temporada.
Ya teníamos un cuarto panorama camino al departamento. Sólo falta poner fecha a cada uno.
_ ¿Te falta mucho? –me preguntaba papá, llamándome al móvil en plena calle.
_ Todavía ni pienso irme.
_ Ah, bueno… Es que aún estoy en el taller. ¿Estás bien?
_ Sí, no hay problemas, pero voy cruzando la calle.
_ Llama cuando hayas tomado el taxi, para esperarte –me pidió.
_ De acuerdo.
El corredor del edificio tenía una cálida temperatura que contrastaba notoriamente con la fría brisa exterior.
_ Seguiré ordenando –dijo el Sr. L arriba.
_ ¿Qué libros tienes?
_ Revisa.
Hasta había uno con fotografías de desnudos masculinos y por supuesto, estaba “Alma Negra”.
_ ¿Lo leerás?
_ Sí. Pero me da ansias –respondió.
_ ¿Por qué?
_ Me causa curiosidad saber sobre qué pudiste escribir, porque no es una historia que tenga relación con tu vida. ¿Qué escribirás ahora?
_ Estoy esperando que la editorial me responda sobre la publicación de mi segunda novela y quiero escribir algo distinto, con mi propia mitología –especifiqué.
_ ¿Por qué escribiste una novela gay? –quiso saber.
_ Porque es algo que necesitaba decir, un mensaje que tenía dentro para entregar.
_ ¿Y qué dijo tu familia?
_ No saben de qué se trata exactamente.
_ Te expones mucho.
_ Es que no es mi historia, sino una narración ficticia para entregar un mensaje.
_ Pero igual debes entender su punto de vista si les pareciera mal.
_ Es que tenía aquel relato desde hace mucho y antes no me atreví a escribirlo por temor a lo que pudieran pensar. Pero tampoco quiero especializarme en literatura gay.
_ Es bueno que seas polifacético y no te encasilles en una tendencia. Me parece bien que seas capaz de pasar desde la literatura fantástica a la narrativa gay y desde ahí a otros campos.
_ De eso se trata –dije–. He notado que muchos activistas pro derechos de los homosexuales viven en función de eso y no salen de ahí.
_ Suele pasar. Para mí, ser maricón no es lo mismo que mariconear en la Marcha del Orgullo Gay, por ejamplo –diferenció.
_ La novela trata sobre eso.
_ Pero igual es complicado que escribieras eso, porque tus papás se sentirán incómodos –insistió.
_ Uno debe atreverse a hacer cosas aunque a la gente no le gusten –proclamé.
_ Es que los papás siempre querrán lo mejor para uno y aunque suene mal decirlo, yo también me doy cuenta de que eso sería casarse y tener hijos, porque ser homosexual significa quedarse solo. Además, me desencanté del amor.
_ A lo mejor no tendrás pareja, pero sí amigos –dije.
_ Pero no es lo mismo –objetó.
_ Ten presente que por hoy te sientes solo y desencantado, pero no conoces el mañana –le hice notar.
_ También es cierto.
Y lo que en realidad quería decirle es «Siempre me tendrás a mí». Sin embargo, preferí no hacer una declaración aparentemente tan comprometedora, pues podía malentenderlo o sentirse intimidado, aunque fuese dicha desde la más sana sinceridad.
Ello porque al final, si nos vemos solos, siempre tendremos amigos o una red de seguridad. De alguna manera o por lo menos para mí, las amistades son una segunda familia. La dedicatoria que le escribí en el libro “A sangre fría” dice entre otros puntos «Tú eres mi regalo…», pues la vida te da afectos como obsequios.
_ Me toca comer –dije habiendo pasado un rato.
_ Se me echó a perder el refrigerador, a tres cuadras está el departamento de un amigo donde guardo arroz, tallarines y comida.
_ No lo quiero molestar.
_ Él no está y yo le cuido el departamento.
_ Ah, bueno… Entonces vamos.
En aquel momento le llamó Christian, un amigo que debía pasar a recoger algunas cosas y el Sr. L le dio las indicaciones para llegar al departamento del cual cuida.
_ Te prestaré una chaqueta, porque hace demasiado frío –ofreció–. Devuélvemela cuando vayas a casa de Esteban.
_ Bueno, gracias.
Recibí una prenda de tono verde musgo, muy abrigadora y confortable. Ahora la tengo colgada en mi armario, cubierta con un cortaviento mío para no ensuciarla con polvo.
Habiendo llegado al amplio domicilio cuya decoración minimalista me encantó, el Sr. L preparó arroz con ensalada de palta, choclo, habas y arvejas para mí en tanto cocinó una chuleta de cerdo que comería acompañándome.
_ ¿A qué hora piensas venirte? –era mi papá al teléfono móvil otra vez.
_ Estoy comiéndome la colación –respondí.
_ Tu mamá quiere saber dónde estás.
_ Ella sabe dónde y con quién estoy. ¿Me necesitan allá? –me preocupé.
_ No. Aprovecha que saliste, porque sales poco –aconsejó.
_ Gracias. Dile a mamá que estoy bien y que me están atendiendo como rey –solicité antes de colgarle.
De nuevo prestándole atención a mi amigo, le oí:
_ En este último tiempo me di cuenta de algo súper agradable –me dice– y es que por primera vez tengo amigos para envejecer.
Y pensé «¿Seré uno de ellos?».
_ ¿Cómo es eso? –pregunté.
_ Porque todos mis amigos habían sido gente con la cual salí y ahora encontré personas a quienes les agradan las mismas cosas que a mí, pues tenemos cosas en común –contestó.
_ Pero a mí no me gustan las mismas cosas que a ti –objeté-. ¿En qué grupo entro?
La respuesta me llenaría el alma hasta el punto de conmoverme.
_ Tú no eres uno de aquellos amigos que se tienen por situación para salir, sino uno de los que se tiene por cariño.
En este último tiempo el Sr. L me ha dicho reiterativamente lo mucho que me quiere. Ya no siento aquella barrera cuya primera piedra puse yo mismo y es muy agradable sentirme querido. Es tan fácil estar con él ahora, conversar, compartir, ser quien soy, disfrutando cuanto me da sin exigirle.
En ese momento llamó Christian diciendo que estaba cerca. Al salir el Sr. L a su encuentro, aproveché un instante para acercarme a la ventana y reflexionar observando una iluminada Torre ENTEL ya pasando medianoche.
Es cierto que en otros tiempos fui egoísta y hasta inconformista, le saturé, sólo hubo dudas y desconfianzas mutuas, capaces de hablar más fuerte que el cariño. Empero, la mayor certeza es que no existen circunstancias definitivas y si hoy somos amigos, es porque el afecto o amor franco descansó para no rendirse.
Cuando Christian y el Sr. L llegaron, conversamos sobre temas triviales tomando un té que tuvo diferente sabor dependiendo del comensal. Estando a punto de partir, me llamó mamá:
_ ¿A qué hora te vienes?
_ Ya pediré el taxi.
_ Porque tu papá quiere acostarse –reprochó.
_ Pronto estaré en casa –me despedí.
Llamé un radio taxi en el trayecto desde un departamento a otro y cuando entramos al edificio donde vive mi amigo, notamos cuan ebrio estaba el conserje. Arriba conversamos por quince minutos sobre la vida de actrices famosas, pero no me quedé mucho rato más, pues ya pasaban a buscarme.
Al llegar a casa le entregué a papá el habano, diciéndole que el Sr. L se lo enviaba y saqué de mi mochila los obsequios y la película, que veré antes del martes.
Al llegar a casa le entregué a papá el habano, diciéndole que el Sr. L se lo enviaba y saqué de mi mochila los obsequios y la película, que veré antes del martes.
Ahora debo leer, para darle mi opinión sobre su obsequio y él hará lo mismo con el mío, pero primero se sumergirá en el universo de "Alma Negra".
El cariñoso beso de despedida en la mejilla me confirmó una vez más que Dios tiene distintas maneras para hacernos felices, y sólo debemos estar atentos a Su presencia en nuestras vidas.
1 comentario:
Carlitos, me encanta la llaneza con que escribes.
Tu blog refleja con una pincelada situaciones tan verdaderas,"hacer para la vejez" que hermoso regalo y pucha que cuesta, y es mas a las mujeres nos cuesta mas.
Miedo a conocer malas personas en facebook, gente que busca puro placer desee hacerte daño. Entiendo muy bien las recomendaciones de tu amigo, que por su preocupación desde si te cortaba o no la pizza, se ve que te estima.
Gracias por contarme de tu blog, estos días han sido muy ajetreados, pero ya salieron dos por lo menos de sus actividades academicas
Besitos mi niño!!!
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